Las transformaciones urbanas en Italia: el desarrollo no sostenible y los problemassociales

AuthorMatteo Re
ProfessionUniversidad Rey Juan Carlos
Pages63-78

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Introducción

El desorden, la modesta calidad de las viviendas, el tráfico opresivo, la falta de áreas verdes, la dificultad de conexiones, la presencia de edificios en mal estado y de barrios marginales, son sólo algunas de las consecuencias negativas de una urbanización que se está haciendo con el tiempo más radical y caótica. Los urbanistas y los arquitectos se están empeñando en buscar soluciones para mejorar la calidad de vida en las grandes y media-nas ciudades evitando, dentro de lo posible, la construcción de barriadas que no pueden contar con los principales servicios ni con zonas de recreo para sus habitantes, algo habitual en décadas pasadas.

Sin embargo, la situación de la vivienda y, en general, de las estructuras urbanas no ha sido siempre tan negativa como se suele ver hoy en día. Hasta mediados del siglo XIX Italia contaba con un sistema de ciudad único en el mundo que se arraigaba en la formación urbanística procedente de la Edad Media y que se enriqueció gracias a los dictámenes renacentistas. Con la unificación del país, se empezó a gestionar de manera deficiente el enorme patrimonio arquitectónico que, paulatinamente, ha ido estropeándose, ha sido reformado de mala manera o ha ido acompañado de edificios estéti-

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camente lamentables colocados al lado de otros que mantienen una belleza de gran nivel artístico.

Junto con los límites vinculados con la evolución de una arquitectura italiana que, en estos años del nuevo milenio, no sabe codearse con las grandes figuras de la arquitectura mundial, ha aparecido otro problema de difícil solución: la salvaguardia del medioambiente. Las propuestas para una mejora de la situación ecológica, enlazada al mismo tiempo a la búsqueda de soluciones para la mejora del tráfico en las ciudades, son de gran interés y llenan los debates de los últimos años sobre urbanización y desarrollo no sostenible.

Desde la unificación de Italia al Fascismo

Al principio del siglo XIX Italia contaba con una considerable red de ciudades. Este suceso puede resultar curioso en cuanto el país transalpino no había empezado una evolución industrial, como ya se estaba verificando en otras potencias europeas, como Inglaterra, Francia o los países centrales. Nápoles, por ejemplo, contaba con 400 mil habitantes, un hecho que la convertía en el centro urbano más grande del país y en la cuarta ciudad del mundo por amplitud.

En la segunda mitad de 1800 las ciudades italianas, gracias a unas mejoras tecnológicas importantes, aumentaron su tamaño de manera considerable. Si por un lado este incremento demográfico de los centros urbanos se debió al progresivo despoblamiento de los campos a favor de las ciudades, por otro hay que tener en cuenta también que la situación higiénica iba mejorando, la tasa de mortalidad se reducía, las grandes epidemias que habían exterminado a millares de italianos durante el siglo XVIII ya no volvieron a aparecer.

La primera consecuencia del aumento de la población en las ciudades fue la incapacidad de acoger a todo el mundo dentro de las murallas, hecho que supuso el comienzo de edificaciones más allá de éstas. Lo que estaba concentrado dentro de las murallas se convertía, entonces, en el centro histórico. En pocas décadas los centros urbanos en crecimiento se dotaron con acueductos, alcantarillados, gasómetros, tranvías, electricidad y telégrafos. Se procedió a modernizar las infraestructuras viales, los puertos, los ferrocarriles. Los trenes en Italia, en el momento de su unificación en 1861, po-

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dían recorrer sólo 2.000 kilómetros de territorio, frente a los 9.000 de Francia y los 17.000 de Gran Bretaña. El ferrocarril cubría exclusivamente la zona norte en el valle del río Po que conectaba con las zonas costeras de Génova y Venecia. También existía una red alrededor de Livorno, en Toscana, otra en el centro, la línea Roma-Civitavecchia y una en el sur que conectaba Nápoles con la zona interior. En tan sólo veinticinco años la red de ferrocarril consiguió cubrir casi toda la península y llegó a las islas de Sicilia y Cerdeña, dejando descubiertas algunas zonas del sur.

Unos cambios importantes se verificaron en algunas ciudades italianas, cuando en 1885 el rey Víctor Manuel decidió cambiar la sede de la capital de Turín a Florencia, este traslado provocó la necesidad de adaptar la ciudad a las nuevas exigencias, dado que Florencia contaba con tan sólo 120 mil habitantes todos colocados dentro de las murallas. Se empezaron obras de ampliación que tuvieron un gran impacto en el tejido urbano y social: se construyeron muchas viviendas también fuera de los límites de la ciudad y, debido al aumento de los alquileres, la población más necesitada tuvo que abandonar el centro para irse a vivir en las afueras. Con el tiempo este proceso de abandono de los núcleos urbanos por parte de las clases más bajas se produjo en la mayoría de las ciudades italianas. Un ejemplo emblemático es Nápoles, una ciudad, como ya hemos analizado, superpoblada y que en los últimos años del siglo XIX empezó una obra de saneamiento que se tradujo en un traslado de la miseria del centro a los guetos.

Roma, por su parte, una vez establecida como capital definitiva del reino en 1870, tuvo que adaptarse al nuevo papel y ampliar sus estructuras urbanas. En aquellos años era una ciudad relativamente pequeña que contaba con 225 mil habitantes. En breve tiempo la población que se transfirió a la capital fue muy numerosa, y el aumento se debió también al flujo proveniente de las áreas rurales del centro-sur debido a la crisis que estaba viviendo en aquellos años el sector agrícola. Muchas veces la construcción de alojamientos no cubría la demanda y por ello se empezó a construir de manera abusiva. La lacra de este tipo de edificación autárquica y basada en ninguna regla se sigue arrastrando hoy en día en buena parte de la península.

Las ciudades en el periodo fascista

Durante los veinte años de fascismo el urbanismo se consideró de manera negativa. Una opinión desoladora sobre un repentino aumento de po-

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blación urbana a costa de la campesina se difundía y el mismo Mussolini se proponía: "impedir la inmigración en las ciudades, desalojar despiadadamente las mismas" que se expresaba de esta forma en su periódico, Il Popolo d’Italia, en 1928 y así seguía:

Vamos a ver como evolucionaron las ciudades en cuestión de aumento de población, en el primer semestre del año pasado. Por el mayor número de nacidos que de fallecidos, Nápoles ha aumentado de 5.238 habitantes; Roma de 4.772; Milán de 1.139. Ahora vienen las cifras trágicas. Génova ha aumentado de 65 habitantes, eso es, 65; Florencia ha aumentado de 5 habitantes, eso es, 5; Turín ha disminuido, repetimos, ha disminuido de 156 habitantes; Bolonia ha disminuido, repetimos, ha disminuido de 219 habitantes; Venecia por su parte ha aumentado de 984. [...] Calculando la necesidad de una vivienda por cada nuevo nacido, con la construcción de doce mil viviendas, se afrontaría el aumento natural de la población en todas las principales ciudades del reino. [...] Pero el problema cambia de inmediato y se convierte en terrible si se analiza el aumento artificioso, es decir patológico, de las ciudades, debido a la inmigración desde los pueblos pequeños o el campo.

En tan sólo seis meses, 8.167 personas han inmigrado a Nápoles; 12.320 a Roma; 9250 a Milán; 5.302 a Génova; 819 a Venecia. Turín, cuya población disminuye porque los ataúdes superan a las cunas [...] ha registrado, en tan sólo seis meses, la cifra de 25.301 inmigrantes; Bolonia, que se encuentra en las mismas o peores condiciones que Turín, ha tenido en seis meses 1.935 inmigrantes. En conclusión, se constata que, en sólo seis meses y en sólo ocho ciudades, se han mudado 68.621 personas.

Esta cifra [...] explica como el problema de las casas es simplemente irresoluble, hasta que no se cambiará el sistema. [...] La estrategia es esta: facilitar con cualquier medio y también, si es necesario, con medios coercitivos, el éxodo de los centros urbanos; dificultar con cualquier medio y también, si es necesario, con medios coercitivos, el abandono del campo; obstaculizar con cualquier medio las olas migratorias hacia las ciudades.

Todo este discurso propagandístico de Mussolini no se vio reflejado en una concreta ayuda a la mejora del campesinado, es más, el fascismo centró sus energías económicas preferentemente en el crecimiento industrial con participación estatal lo que ayudó al aumento de la población...

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