España, Italia y las Comunidades Europeas en la década de los ochenta

AuthorRicardo Martín de la Guardia
ProfessionUniversidad de Valladolid
Pages45-61

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La Italia del pentapartido y las Comunidades Europeas
Los proyectos de profundización comunitaria en los primeros ochenta

El inicio de los años ochenta ofrecía un panorama incierto para el camino de la profundización comunitaria. El retorno conservador a Downing Street de la mano de Margaret Thatcher, con un vasto programa de reformas internas en la cartera y, en principio, un escaso interés por las cuestiones de las Comunidades, contrastaba con la llegada al Elíseo del socialista François Mitterrand, si bien el dinamismo del eje París-Bonn podría peligrar tras la elección del candidato de la CDU, Helmut Kohl, como jefe de Gobierno de la República Federal de Alemania. En cuanto a Italia, la década coincidió con el pentapartido (socialistas, liberales, republicanos, socialdemócratas y democristianos) que desde 1981 hasta 1991 estuvo en el poder: aunque decididamente europeísta, no pudo evitar las tensiones internas propias de un ejecutivo tan variopinto y proclive, por tanto, a cierta debilidad en algunas de sus acciones hacia el exterior.

Aquellos años supusieron para Italia un denodado empeño por mantener una posición de firmeza en Bruselas a la que no fue ajena la voluntad de amortiguar la mala imagen de la política interior. Un analista tan crítico

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como Paolo Ginsborg reconocía que "los años ochenta vieron en cambio un esfuerzo imponente por mantener a Italia en el centro del escenario europeo"1. En todo caso, los primeros años de la década sirvieron para normalizar la vida política italiana, fortaleciendo la cohesión interna del país, logrando la victoria contra el terrorismo y la recuperación económica, todo lo cual se reflejó en cómo Italia comenzó a dejar de percibirse como un país caótico y en crisis permanente para ofrecer una imagen más asentada. El presidente de la República, Sandro Pertini, contribuyó en gran medida a este cambio en la percepción de su país en el resto del continente gracias a su prestigio y a sus buenos contactos internacionales. En el campo europeísta, personalidades como Lorenzo Natali, uno de los colaboradores más destacados de Delors, hicieron también una gran labor a la hora de crear la imagen de una Italia dinámica y responsable a la vez2.

En noviembre de 1981 se había dado un paso importante en el intento de profundizar en la integración. En aquella fecha se había presentado un proyecto de Acta Europea pergeñado por Emilio Colombo y Hans Dietrich Genscher, ministros de Asuntos Exteriores de Italia y Alemania, respectivamente. Sus objetivos consistían en fomentar la cooperación política entre los países miembros con el fin explícito de alcanzar en un futuro no muy lejano una acción exterior común, así como en democratizar el sistema institucional de las Comunidades al otorgar mayor peso al Consejo y al Parlamento y extender en la toma de decisiones el voto mayoritario frente a la unanimidad. En el proyecto de Acta Europea deberían quedar recogidos novedosos campos de actuación de la Europa comunitaria que afectaran a la política interior y exterior, a los ámbitos judicial, educativo y cultural, así como a los derechos fundamentales de los ciudadanos. Todas estas iniciativas fueron apoyadas por el Consejo Europeo de Stuttgart, del 17 al 19 de junio de 1983, en lo que se conoce como "Declaración Solemne sobre la Unión Europea", germen de la futura Acta Única Europea. El texto subrayaba la necesidad de

(...) Reforzar y desarrollar la Cooperación política europea median-te la elaboración y la adopción de posturas comunes y de una acción común, sobre la base de una intensificación de las consultas en el pla-

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no de la política exterior, incluida la coordinación de las posturas de los estados miembros sobre los aspectos políticos y económicos de la seguridad, con el fin de promover y facilitar el desarrollo progresivo de dichas posturas y de una acción de este tipo en un número creciente de áreas de política exterior3.

El Consejo Europeo de Fontainebleau celebrado los días 25 y 26 de junio de 1984 aprobó la creación de un Comité de Estudios que analizaría el futuro institucional y que presidiría John Dooge. El Informe, presentado al Consejo Europeo de Dublín de 3 y 4 de diciembre de ese mismo año, avalaba el nacimiento de una Unión Europea como entidad política real. Entre los recelos y críticas que suscitó, algunas de éstas iban dirigidas al proyecto en su conjunto - como las del Gobierno holandés - y otras, más concretas, procedían de los gobiernos británico y griego. Todas ponían de manifiesto las dificultades de entendimiento en lo referente a la consecución de un "espacio económico interior" o a la búsqueda de una política exterior de seguridad y defensa común. Este "Informe Dooge I" propugnaba el fortalecimiento de la Comisión para asumir un papel de defensor de los intereses generales de la Comunidad con mayor independencia de los estados, y también el Parlamento potenciaba sus poderes legislativos; mientras, para agilizar su funcionamiento, el Consejo debería tomar las decisiones mediante el principio del voto mayoritario. El "Informe Dooge II", presentado en el Consejo Europeo de Bruselas de 29 y 30 de marzo de 1985, introducía pocas variaciones respecto del anterior y despertó poco interés; de hecho, apenas llegó a discutirse, ya que la inminente adhesión de Portugal y España acapararó la mayor parte de la atención durante el encuentro4.

Por aquellos mismos años un federalista italiano, Altiero Spinelli, irrumpía al frente de un grupo de europarlamentarios en el debate sobre el futuro de las Comunidades para proponer un fortalecimiento de la Asamblea, fundamento, según sus defensores, de una Europa más democrática. En efecto, durante el verano de 1980 Spinelli trabajó al frente de un variopinto grupo de diputados europeos de distintas filiaciones políticas para presentar una serie de propuestas que articularan ideas capaces de dotar de mayor contenido a las instituciones comunitarias, especialmente a la Comisión, al Parla-

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mento y al Tribunal de Justicia. La resonancia de este grupo llegó al Parlamento hasta el punto de que éste aprobó la formación de una Comisión Institucional con el fin explícito de redactar un proyecto de reforma. Así, el "Proyecto Spinelli" fue aprobado el 14 de febrero de 1984 en el Parlamento Europeo por 237 votos a favor, 31 en contra y 43 abstenciones5. A pesar de que, por su acendrado federalismo, el documento no gustó en muchas cancillerías y quedó a la postre olvidado, no cabe duda de que esta ebullición de propuestas procedentes de los distintos ámbitos institucionales redundó en un avance decisivo del proceso integrador, y muy especialmente del Acta Única, la primera reforma profunda de los tratados fundacionales.

La política europea de Italia: el Consejo Europeo de Milán de 1985

Superada la incertidumbre de los primeros momentos, el entendimiento francoalemán reverdeció a partir de 1984. De aquel año, sin duda, uno de los momentos de mayor trascendencia para el futuro fue el nombramiento en diciembre de Jacques Delors como presidente de la Comisión Europea. Con una amplia trayectoria política, su incesante actividad resultó pieza clave en la recuperación y fortalecimiento de las estructuras comunitarias. Retos tales como la ampliación de la CEE a España y Portugal, el nuevo impulso político a las instituciones y el establecimiento de una base sólida para lanzar la moneda única quedaron encauzados de manera definitiva gracias a la estrategia de Delors y a su vitalidad europeísta.

En este contexto, la política italiana hacia las Comunidades se centró en buena medida en el Mediterráneo6. La atención prestada a esta región se debía no sólo a la importancia que Roma otorgaba a reforzar su presencia ante la inminente entrada de los países de la Península Ibérica en la CEE, sino por el papel que voluntariamente desempeñaba en la nueva estrategia de confrontación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, diseñada por el republicano Ronald Reagan a su llegada a la presidencia norteamericana. El Gobierno italiano había aceptado la instalación de euromisiles en su territorio y, al ganar el favor de Washington de esta manera, recobraba un lugar de peso en el teatro de operaciones del Mediterráneo, un ámbito

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cada vez más sensible a los intereses económicos y estratégicos de las Comunidades. Respecto a la ampliación al Sur, parecían lógicas ciertas reticencias del Gobierno italiano si consideramos que la entrada de dos países con un sector primario muy amplio supondría la competencia de algunos productos de exportación de importancia capital para Italia. No obstante, la oposición italiana a la ampliación no fue ni muy intensa ni tampoco exagerada, y en parte se mantuvo supeditada a la táctica de Mitterrand.

La Presidencia italiana de las Comunidades en el primer semestre de 1985 sirvió para concretar en una acción política europea los cambios que se estaban operando dentro del país, y para ello contó con sus principales valedores: el socialista Bettino Craxi, presidente del Consejo de Ministros - y, por tanto, presidente de turno de las Comunidades Europeas - y su minis-tro de Exteriores, el democristiano Giulio Andreotti. El discurso programático pronunciado por éste en el Parlamento italiano el día 14 de enero ponía como claros objetivos para los meses siguientes el relanzamiento institucional de las Comunidades y la aceleración del proceso de ampliación a España y Portugal, además de dar prioridad a la convocatoria de una conferencia intergubernamental encargada de negociar la reforma de los Tratados de Roma partiendo de "un mandato que...

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