Santa Sede y Medio Ambiente

AuthorMª Rosa García Vilardell
ProfessionUniversidad CEU Cardenal-Herrera (Elche). Instituto CEU de Disciplinas y Estudios Ambientales
Pages99-114

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I Introducción

El espíritu de respeto a la naturaleza ha estado presente en el mensaje de la Iglesia y en los pronunciamientos, más o menos formales y solemnes, de los distintos pontífices, desde tiempo atrás, pero no será hasta la década de los años 70 -momento en el que la alerta ante la crisis ecológica se hace más manifiesta-, cuando las reflexiones del Magisterio de la Iglesia comienzan a referirse expresamente a la cuestión ecológica1. Y será bajo el pontificado de Benedicto XVI y de su predecesor Juan Pablo II cuando la cuestión ecológica es abordada de modo más explícito por el Magisterio de la Iglesia, incluyén-dose formalmente en su Doctrina social. Prueba de ello son los calificativos de «papa ecológico»2y «papa verde»3atribuidos a Juan Pablo II y Benedicto

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XVI, así como titulares informativos del tipo «el Vaticano se pone verde»4, para subrayar el verdadero compromiso con el medio ambiente y con su tutela, asumido por la Sede Apostólica.

La protección y cuidado del medio ambiente es, efectivamente, una de las cuestiones a la que los distintos pontífices, desde su doble papel de jefe de Estado del Vaticano y líder espiritual de la cristiandad, vienen prestando especial atención desde estos últimos años.

En este sentido, destaca particularmente la actividad internacional de la Santa Sede, de la Iglesia y del Estado de la Ciudad del Vaticano; actividad en la que nos centramos a continuación, y que -como afirmaría Mons. Manuel Monteiro de Castro- está al servicio de la persona humana en cualquier tiempo y lugar, siendo especialmente sensible a las situaciones críticas de la humanidad5. E indudablemente, la tutela del medio ambiente es una de las situaciones a las que, en lógica coherencia con su finalidad, la acción internacional de la Iglesia intenta dar respuesta.

II La ONU: un marco privilegiado

La Iglesia Católica ha querido participar desde siempre en la construcción de un mundo pacífico. Y en esta dirección, desde la generación de la Organización de las Naciones Unidas, la Iglesia ha subrayado la plena sintonía existente entre ellas, y no ha cesado de apoyar sus funciones e iniciativas para la consecución de una convivencia pacífica6. Así lo demuestra, de hecho, el puesto que la Santa Sede ha tenido siempre en las asambleas de las Naciones7.

La ONU es signo de unidad entre los Estados y se presenta como instrumento al servicio de toda la familia humana8. Existe y trabaja para unir y asociar a naciones y Estados; constituye un puente entre los pueblos, y es una

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red de relaciones entre los Estados9. Vocación universal que, como señala el propio Pontífice Pablo VI, refleja en cierto modo, en el orden temporal, lo que la Iglesia Católica aspira a ser en el orden espiritual: única y universal10. Por su carácter universal, es el «‘fórum’, -así la calificó Juan Pablo II en la sede central de dicha Institución, en el año 197911-, la alta tribuna desde la que se valoran en la verdad y en la justicia todos los problemas del hombre».

Y del mismo modo, existe plena convergencia entre los objetivos y trabajos de dicha Institución y los de la Sede Apostólica, en la medida en que aquéllos son acordes con las exigencias de la propia misión de la Iglesia en el mundo12. El deseo de la paz, la búsqueda de la justicia, el respeto de la dignidad de la persona, la cooperación y la asistencia humanitaria, que son los principios fundacionales de la Organización13, «expresan -en palabras de Benedicto XVI- las justas aspiraciones del espíritu humano y constituyen los ideales que deberían estar subyacentes en las relaciones internacionales»14.

Tanto la Organización de las Naciones Unidas como la Santa Sede tienen como punto de referencia el principio fundamental afirmado en el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1984, y que es constantemente afirmado por la Iglesia, según el cual: «el reconocimiento de la dignidad personal y de la igualdad de derechos inalienables de todos los miembros de la familia humana es el fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo»15.

Así pues, dada la convergencia entre sus fines y la común preocupación por la familia humana, la Santa Sede ha sostenido siempre, decididamente y desde el principio, los ideales y objetivos de las Naciones Unidas. Sin embargo, su modo de actuación es necesariamente diverso16. Efectivamente, el vínculo de colaboración que une a la Sede Apostólica con la mencionada Institución encuentra su razón de ser en la soberanía de que goza la Santa Sede;

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soberanía territorial mínima, pero que viene motivada por la exigencia que tiene el papado de ejercer su misión. «Ciertamente -continúa afirmando Juan Pablo II- la naturaleza y los fines de la misión espiritual propia de la Sede Apostólica y de la Iglesia hacen que su participación en las tareas y en las actividades de la ONU se distinga profundamente de la de los Estados, en cuanto comunidades en sentido político-temporal»17.

La Santa Sede no tiene un interés político; su actuación y actividad inter-nacional no persigue la satisfacción de los intereses propios, ya que su finalidad y sus intereses son otros. Se trata, puede decirse, de una autoridad puramente moral, pues aunque sea sujeto de Derecho Internacional, miembro de la Comunidad Internacional, y disponga -como ya se ha dicho- de una mínima soberanía territorial, carece de fuerza estratégica en el plano político y no puede considerarse un potencial enemigo como a cualquier otra potencia extranjera. La única fuerza que posee la Santa Sede en los foros internacionales es la de la credibilidad de que goce en cada momento y en cada foro; y el Estado de la Ciudad del Vaticano es, por tanto, el soporte mínimo necesario para el ejercicio de una autoridad espiritual independiente y reconocida inter-nacionalmente18.

Efectivamente, la actividad internacional de la Santa Sede pretende ofrecer un servicio desinteresado a la Comunidad internacional, ya que no busca beneficios de parte, sino el bien común de toda la familia humana19. Su presencia en el orden internacional se dirige a procurar la garantía de los derechos y libertades fundamentales del ser humano; y esa es la línea donde se mueve. Las palabras dirigidas por Benedicto XVI a los representantes de la Santa Sede ante los organismos internacionales son muy claras al respecto:

la creciente participación de la Santa Sede en las actividades inter-nacionales constituye... un servicio delicado y arduo que... quiere colaborar en la construcción de una sociedad internacional más atenta a la dignidad y a las verdaderas exigencias de la persona humana.... La presencia de la Santa Sede ante los organismos internacionales intergubernativos representa una contribución fundamental al respeto de los derechos humanos y del bien común y, por tanto, de la libertad auténtica y de la justicia

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Es claro, por tanto, el por qué la Santa Sede ha querido estar presente en las Naciones Unidas y participar en su actividad como una autoridad moral. Como se señala en la Carta de las Naciones Unidas, entre los objetivos de la Organización se encuentra el de ser «centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes»21. Esta es la principal función de la Institución, que debe aspirar a ser -en palabras de Juan Pablo II- el «centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser ... una ‘familia de naciones’. (...) La ONU tiene el cometido histórico de favorecer este salto de cualidad de la vida internacional, no sólo actuando como centro de mediación eficaz para la solución de conflictos, sino también promoviendo aquellas actitudes, valores e iniciativas concretas de solidaridad que sean capaces de elevar las relaciones entre las naciones desde el nivel ‘organizativo’ al ... ‘orgánico’; desde la simple ‘existencia con’ a la ‘existencia para’ los otros»22.

Por todo ello, la mencionada Organización se presenta como un lugar privilegiado, que permite a la Iglesia dirigirse, en cierto modo, a toda la familia humana23, y en donde se compromete a llevar su propia experiencia en «humanidad», desarrollada a través de los siglos entre los pueblos de toda raza y cultura, y a ponerla al servicio de todos los miembros de la comunidad internacional24.

III Aportaciones específicas en materia de medio ambiente

La protección del medio ambiente y la cuestión ecológica es reconocida por la Sede Apostólica -en sus frecuentes intervenciones ante los órganos principales de las Naciones Unidas y en los distintos foros internacionales a lo largo de cada año-, como una de las más serias preocupaciones en la actualidad, convirtiéndose, por ello, en una indelegable responsabilidad para científicos, expertos, líderes políticos, organizaciones internacionales, grupos sociales y personas.

La salud o preservación del medio ambiente en todo el orbe es, efectivamente, destacada como una de las principales prioridades de la huma-

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nidad, junto a la erradicación de la pobreza y a la garantía de la paz. Así se señala, de hecho, por El papa Juan Pablo II ante los líderes de los países más industrializados y desarrollados (G 8) reunidos en la ciudad italiana de Génova en 200125. Y también por el Papa Benedicto XVI, quien se ha referido a la cuestión medioambiental y al desarrollo sostenible como uno de los desafíos específicos que hoy afronta el mundo26.

Esta especial atención que presta la Iglesia a la cuestión objeto de estudio se evidencia claramente, y desde un punto de vista más práctico, a través de distintas iniciativas que la Santa Sede ha llevado a cabo en materia de medio ambiente...

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