El hombre, custodio de la creación

AuthorRemigio Beneyto Berenguer
ProfessionUniversidad CEU Cardenal Herrera (Valencia)
Pages141-156

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I Dios crea un mundo bueno y ordenado

Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo; y el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas. Dios dijo: «Haya luz», y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena…».1

Y así sucesivamente en cada uno de los días: con el firmamento (cielo), con las aguas y la tierra, con la vegetación (plantas con semilla de especie y árboles frutales), con las dos grandes lumbreras para separar el día de la noche, con los grandes monstruos marinos y todos los seres vivientes que pululan en las aguas, con los animales vivientes (ganados, reptiles y bestias salvajes según su especie). Y «vio Dios que esto estaba bien».2

En la narración bíblica de la Creación se refleja la bondad de lo creado,3el orden desde sus orígenes y por generaciones, donde no hay hambre ni cansancio, donde ninguna actividad entorpece a la otra. Ese orden descrito en el Eclesiástico4 cubría todo el orbe. La creación está ordenada porque Dios crea con sabiduría.5

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Pero no debe olvidarse que Dios trasciende la creación, está presente en ella, la mantiene y conduce; Dios es infinitamente más grande que sus obras y al tiempo ama a todos los seres creados, no abandona a sus criaturas.6Este mundo creado por Dios no es el caos, no es algo irracional, sino que responde a un orden interno.7El Dr. Arana afirma que antiguamente el caos mostraba la ausencia de Dios, pero en la actualidad algunos pasan de verlo como «el Dios relojero», el ordenador cósmico, para después convertirlo en el Gran Ausente, haciendo del mundo un reloj sin relojero. Concluye: «Pero el cosmos resultante, demasiado ordenado y anónimo, acaba por mostrarse hostil al hombre mismo».8Y es que el hombre siempre ha estado atareado en la búsqueda de la armonía entre Dios, el mundo y el hombre. Domínguez Prieto escribe que «es una exigencia de su racionalidad. Por tanto, para explicitar la urdimbre de una cultura, se ha de explicitar la cosmovisión que la sustenta».9Y esa cosmovisión debe situar a Dios en su lugar, como Creador, y al hombre, en el suyo, entendiéndolo «en su relación participativa con el Ser del Creador», y a que de lo contrario el sueño de la razón, su secularización, puede acarrear nefastas consecuencias.10Benedicto XVI escribe: «Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias...Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella.»11

@II. La mayor dignidad del hombre: a imagen y semejanza de Dios

Una vez creado el mundo, y viendo Dios que esto estaba bien, dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Domine sobre los peces del mar, las aves del cielo, los ganados, las fieras campestres y los reptiles de la tierra».12El hombre es el centro, la cima de todos los bienes de la tierra.

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Dios le ha hecho señor de la naturaleza para que través de ella conozca, ame y de gloria a Dios con su actuar, siendo consciente que no es su dueño sino su custodio.13Para ello el hombre ha sido dotado de inteligencia, verdad y sabiduría14, y por encima de todo, de la grandeza de la libertad, porque «la verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión para que así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a éste, alcance la plena y bienaventurada perfección».15En el uso que haga el hombre de esa decisión, estará dando gloria a Dios o estará renegando de Él.

El hombre16, en la forma en que da cumplimiento al mandato recibido de someter y dominar la tierra, está reflejando la acción misma de Dios, como Creador del Universo.17Cuando el hombre actúa en el mundo participando de la acción creadora de Dios, le ofrece las primicias de la tierra18, los animales sin defecto19y le presenta sus animales y consagra sus casas y campos.20En cambio cuando el hombre abusa de la libertad que le ha dado su Creador, se levanta contra su Dios y empieza a maltratar la naturaleza, el pecado se apodera de él, deja de estar orientado al bien, y comienza su declive.21A partir de ese momento va contra la bondad y el orden establecidos por el Creador, se va instaurando el caos, y se destruye la armonía existente. «Esto llevó no sólo a la alienación del hombre mismo, a la muerte y al fratricidio, sino también a una especie de rebelión de la tierra contra él».22Este orden es tan compacto que cuando el hombre abandona la voluntad de Dios sobre la creación trastoca el orden establecido. «Si el hombre no está en paz con Dios, la tierra misma tampoco está en paz: «Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita, con las bestias del campo y las aves del cielo: y hasta los peces del mar desaparecen» (Libro del Profeta Oseas, 4, 3).23Es conveniente reconocer la armonía original entre Dios, el mundo y el hombre,

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porque adoptar esta visión armónica «puede incluso ayudar a enfrentar con confianza los obstáculos actuales vinculados al crecimiento excesivo de la capacidad de dominar los acontecimientos naturales».24Pero esta custodia ha de realizarse sin caer en el culto a la naturaleza. Cuidado con aquellos que aman sin medida la naturaleza y no ven en ella al Creador, con aquellos que son tan ciegos que no reconocen en las obras visibles la mano de su artífice, con aquellos que se embelesan con la hermosura de los ríos, de las montañas, de los animales, de las plantas, pero sin descubrir a su hacedor. El Libro de la Sabiduría les reprocha diciendo: «porque si tanto llegaron a saber que acertaron a escudriñar el universo, ¿cómo no encontraron antes a su Señor?».25¿Acaso no hubieran tenido que darse cuenta que toda la sabiduría viene del Señor y con él está eternamente26Porque ¿Quién puede contar la arena de los mares, las gotas de la lluvia, la altura de los cielos, la profundidad del abismo o la misma sabiduría27

No debe caerse en lo que el Dr. Vigna denomina «el fundamentalismo verde», según el cual todo aquello que pertenece a la naturaleza es sagrado, practicándose una especie de forma paganizante de la religión.28El hombre no puede olvidar que la plenitud de la Sabiduría es el temor de Dios, el agradar a Dios, porque le proporciona alegría, gozo y larga vida.29

Aquellos que no ven la manifestación de Dios en la creación, aquellos que entienden que lo creado es independiente de Dios se envuelven en planteamientos falsos, porque la criatura sin el Creador desaparece.30Además cuando el hombre, en vez de participar en la labor creadora de Dios, de cumplir el mandato recibido de dominar la tierra, intenta suplantar a Dios, convertirse en un «mini-dios», provoca la rebelión de la naturaleza, que se siente tiranizada por él.31

La gran dignidad del hombre es esa religación con Dios, el ser consciente de su contingencia, de su finitud pero al tiempo saberse el milagro más grande de la naturaleza, reconocerse como privilegiado entre los demás seres vivientes. El Dr. Acuña afirma que entre los vivientes de la tierra, «la sabiduría humanista de la tradición filosófica ha aplicado exclusivamente el título de

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persona al ser humano

32, y precisamente por este contraste entre el hombre y los demás seres de la Tierra, «el hombre puede alcanzar, conocer y expresar la medida, la forma y la funcionalidad de los otros vivientes de la Tierra, porque él, en tanto que espíritu corpóreo en el mundo, por la índole conciencial de su ser, está abierto a sí mismo, al otro humano, al mundo, a las cosas, a las plantas y a los animales en su condición de tales».33Benedicto XVI subraya que «es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo...Por tanto los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las generaciones futuras, sino que han de caracterizarse por la solidaridad y la justicia intergeneracional, teniendo en cuenta múltiples aspectos, como el ecológico, el jurídico, el económico, el político y el cultural».34

III La creación: una responsabilidad común

El hombre, como señor y custodio del mundo, asume su cuidado responsable. Siguiendo al Dr. Vigna, ha de recordarse la imperiosa obligación de cuidar nuestro cuerpo, porque es una responsabilidad que se tiene respecto a uno mismo, respecto a los demás, especialmente a aquellos que más nos quieren, y respecto a Dios, porque somos sus criaturas preferidas. Además el hombre ha de cuidar de la naturaleza: de las demás personas, de los animales, de las plantas, del mundo. Y lo hace porque tiene dominio sobre sí mismo, y porque es responsable frente a Dios.35Ha de responderle acerca de la confianza que Dios le mostró y le muestra cada día. No vale la respuesta de Caín, cuando el Señor le pregunta por su hermano. Claro que somos los guardianes de nuestros hermanos, porque de lo contrario la voz de la sangre de nuestros hermanos gritará de la tierra hacía nosotros.36El hombre ha de respetar la integridad de la creación: los animales, las plantas y los seres inanimados. Ha de ser consciente que el dominio sobre ellos no es absoluto, sino que exige un respeto hacia los demás, hacia las generaciones futuras y hacia la misma integridad de la creación.37Esta responsabilidad humana «no puede, pues, ser pensada como una especie de simple sostenimiento de los procesos naturales...debe ser pensada

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más bien como beneficio de lo humano en su relación con la naturaleza y también como beneficio de la naturaleza para que ésta se relacione convenientemente con...

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