Cómo comprender y transformar los Estudios Organizacionales desde América Latina y no morir en el intento

AuthorEduardo Ibarra Colado
Pages17-37

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Hoy me encuentro aquí en Río de Janeiro como resultado de distintas circunstancias que no dejan de ser paradójicas.2Se trata de mi segunda visita, pues hace unos meses participé en el Segundo Coloquio del Latin America and European Meeting on Organization Studies (lAemos), agrupación que intenta reunir a los investigadores “latino-”americanos en Estudios Organizacionales para ponerlos en diálogo con sus colegas europeos.3Sin embargo, debemos reconocerlo,

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aunque mantengamos conversaciones con la comunidad internacional de la disciplina, no hemos sido capaces de establecer aún un diálogo sistemático entre nuestras propias comunidades latinoamericanas. Para demostrarlo bastaría con revisar el número y la composición de los asistentes a las dos ediciones del Coloquio lAemos, o el conocimiento que cada comunidad local tiene del trabajo que realizan sus contrapartes de la región. ¿Quién se atrevería a indicar, así sea de manera aproximada, el estado que guardan los Estudios Organizacionales fuera de sus propios países? ¿Cuánto sabemos nosotros, brasileños y mexicanos, de lo que cada cual ha avanzado en la disciplina? ¿Cuánto conocemos con detalle suficiente el trabajo realizado, por ejemplo, en Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica o Venezuela?

Antes de mi visita había tenido contacto remoto con el trabajo realizado en Brasil a través de algunas de sus publicaciones. Además, sabíamos un poco unos de otros, gracias a referencias de amigos comunes anglo-sajones y europeos, con los que hemos estado más vinculados. Otro acercamiento se produjo a través de publicaciones que hemos realizado en las revistas internacionales de la disciplina y que nos hacen visibles más allá de nuestras localidades opacas. Fue precisamente en el Congreso de la Academia de Management realizado en Filadelfia, en donde se produjo el primer encuentro cara a cara entre quien esto escribe y colegas brasileños que acudieron en grupo, con lo que comenzamos a tejer los primeros proyectos conjuntos hoy en marcha.4Con esta pequeña historia personal trato de mostrar la paradoja de una región, América Latina, que se ha considerado ella misma como zona común por sus lazos históricos y culturales, pero que se encuentra extremadamente fragmentada e incomunicada. Son tales las distancias que nos separan que los latinoamericanos hemos terminado por encontrarnos, no en nuestra América, sino en los Estados Unidos o

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en Europa, y no por contactos directos entre nosotros, sino por acercamientos que se produjeron por intermediación de colegas de aquellos países en los que los Estudios Organizacionales tienen más peso y presencia: Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido y Australia. En fin, nuestros encuentros han sido indirectos e intermitentes y se han producido generalmente en los espacios y territorios de la disciplina a nivel internacional, en los que cada quien por su cuenta, mexicanos y brasileños, pero también argentinos, chilenos, colombianos, ecuatorianos y algunos otros latinoamericanos desperdigados, hemos recorrido largas distancias bajo rutas particulares hasta encontrarnos, nosotros latinoamericanos, para constatar lo alejados que nos mantenemos.

Nuestros puntos de encuentro no han sido generalmente nuestras tierras latinoamericanas, ni los acercamientos se han producido tampoco debido a lazos históricos o a la herencia cultural compartida, ni a los problemas comunes asociados con nuestro origen como espacio colonizado marcado por la pobreza y la exclusión. No, nuestros referentes han sido las teorías anglosajonas, sus revistas, sus congresos y la admiración que sentimos por sus autores y sus obras; pero también lo ha sido la intención negada o no reconocida, acaso inconsciente, de parecernos o de llegar a ser como ellos, de volvernos expertos modernos en “organizaciones modernas”, para hablar con ellos de sus problemas como si fueran los nuestros, para discutir con ellos en sus términos como si fueran los nuestros, para emplear como ellos sus teorías y sus métodos como si fueran los nuestros, para asumir, siguiéndolos siempre a ellos, sus propias agendas de investigación como si fueran las nuestras.

Hoy nos encontramos aquí, porque transitamos por esos espacios ajenos con la intención de hacernos escuchar, para explicar por qué a nuestras sociedades no les alcanza su reiterado ímpeto modernizador para lograr el “desarrollo”, o por qué incluso ese ímpetu, muchas veces ingenuo y desmedido, nos ha llevado a la desmodernidad (Zermeño, 2005). Se trata de explicar, más allá de supuestas “desviaciones” o “patologías”, las tensiones que experimentan actualmente países como México cuando los espacios públicos van siendo arrebatados por los excluidos, en detrimento de la vida ordenada y racional a la que se empezaban a acostumbrar los sectores acomodados de la sociedad. El pragmatismo político y la violencia parecen trastocar e invertir las relaciones de poder poniendo en entredicho el orden institucional que funcionó en el pasado. La desmodernidad supone así la cancelación de un proyecto de futuro para la sociedad como unidad, estableciendo en los hechos un

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escenario de lucha salvaje entre grupos muy diversos, por el control de los espacios y los recursos disponibles, lo que finalmente da lugar al debilitamiento o cancelación de la incipiente modernidad latinoamericana, sustentada en las ideas no total-mente asimiladas de “sociedad”, “ciudadanía” y “democracia”.

Cabe preguntarnos ¿qué significa en términos organizativos una realidad social caracterizada por la fragmentación y el caos, que pudiera cancelar en definitiva los sueños modernizadores que en otras épocas generaban sentido? ¿De qué manera podremos resarcir el tejido social destruido por los sucesivos ciclos de modernización, que impulsaron la acumulación desmedida al costo de la producción de crecientes masas de excluidos? Todo parece indicar que hoy se pagan los excesos come-tidos por querer alcanzar a toda costa esa “modernidad única” que se nos recomendaba de fuera. Estamos pues a la búsqueda de respuestas ante complejos problemas de organización de sociedades en ruinas, que nos exigen reflexionar en lo propio, en los agudos problemas que nos ha legado el “desarrollo”.

Hemos viajado para apreciar las modernidades ajenas, las del Centro, esas que se viven y respiran de Nueva York a París, pasando por Londres, Sidney o Montreal. Nos corresponde ahora retornar a nuestra América para comprender sus modernidades híbridas, las de las orillas, esas que se padecen y sobrellevan de la ciudad de México a Sao Paulo, pasando por La Paz, Caracas o Medellín. Pero también para reflexionar en las experiencias vividas por distintas sociedades que se plantean, ya no adoptar modernidades ajenas basadas en el modelo único de la Razón occidental, sino modernidades otras que se arriesgan a recorrer sus propios caminos.

Por ello nos encontramos hoy, no en Filadelfia sino en Río de Janeiro, y no en América “Latina” sino en América “la nuestra”, preparándonos para dialogar e intercambiar experiencias y problemas, pero también para apreciar en qué medida seguimos importando e imitando saberes ajenos, esos que hemos traducido y falsificado desde hace tiempo sin saber bien a bien por qué, y a pesar de la incomodidad que nos producen, pues finalmente percibimos que algo no funciona, porque sentimos en el fondo de nuestra consciencia que en nuestras latitudes las cosas son y suceden de otra manera.

Pero entremos en materia, pues deseamos compartir algunas ideas, primero, para comprender los Estudios Organizacionales desde nuestra América, y después, para transformarlos, con inteligencia y emoción, reconociendo con cuidado las necesidades y problemas que debemos confrontar. Debemos hacerlo con vocación autocrítica

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para no morir en el intento, es decir, distanciándonos suficientemente de los planteamientos y agendas venidos de fuera, o de sus soluciones y las recetas que terminan generalmente por mantenerlo todo como está.

Iniciemos preguntándonos qué son los Estudios Organizacionales (Ibarra, 1999). Se trata de un campo de conocimiento diverso y fragmentado, que se ha desarrollado a lo largo del último siglo, principalmente en los Estados Unidos y el Reino Unido, y luego en otros países anglo-euro-centristas, como Francia, Alemania, Canadá y Australia, por señalar los más representativos. Sólo de manera tardía y reciente se aprecia cierto interés por este campo de conocimiento en otras regiones del planeta (Ibarra, 2006c).5Además de esta concentración geográfica, los Estudios Organizacionales presentan dos características que es necesario ponderar. Nos referimos, por un lado, a su condición como conocimiento moderno por excelencia, y por el otro, a la capacidad de este conjunto de saberes de provocar profundas consecuencias prácticas.

Como parte de la ciencia moderna, los Estudios Organizacionales indican lo que significan la “verdad”, la “razón” y el “progreso” como fundamentos de la existencia de la “vida civilizada” representada por Occidente, y señalan al resto del mundo cómo alcanzar tal condición. Por lo tanto, su adopción y la validez que le otorguemos implican una relación de subordinación, en la medida en la que la superioridad de “lo(s) Moderno(s)” no puede significar sino la inferioridad de “lo(s) Otro(s)”, y donde lo(s) Otro(s) somos nos-otros. Se trata de una relación que indica con claridad la colonialidad epistémica que se ejerce sobre todo lo que no funciona bajo los dictados de la racionalidad técnica vinculada al funcionamiento “natural” de los mercados (Ibarra, 2006a, 2006b).

El origen, desarrollo y estado que guardan los Estudios Organizacionales en América Latina no se puede comprender al margen de esta colonialidad epistémica. La incorporación de la literatura organizacional en la región comenzó a mediados

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del siglo pasado, alrededor de los años cincuenta, y debe ser comprendida como parte de los...

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