Inteligencia artificial y predicción de la estructura tridimensional de las proteínas: aspectos éticos y legales

AuthorMANUEL JESÚS LÓPEZ BARONI
Pages121-140
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1. Introducción
En principio, la informática y el mundo de los seres vivos pertenecen a planos
diferentes, de ahí que tanto las reflexiones éticas como las jurídicas de una y otra
esfera no guarden relación alguna. El extremo del primero es la Inteligencia
Artificial; el de la biología, la edición genómica. Ambas representan situaciones
límite, pletóricas de promesas y temores a los que recién nos estamos
enfrentando, pero desde atalayas tan inconmensurables como las que proceden
para tratar la materia inerte y la viva.
En efecto, por mucha imaginación que se vierta sobre la Inteligencia Artificial,
y cada vez somos más prolíficos, sigue siendo materia carente de alma, aun
cuando el campo semántico (aprendizaje profundo, redes neuronales,
creatividad, etc.) confunda con facilidad por su carácter netamente
antropomorfo.
De la misma manera, por muy reduccionista que sea el paradigma del que
partamos un cerebro humano no es un computador,1 al igual que la información
codificada en el ADN queda bien lejos de la digitalización de los ordenadores.
Solo forzando las analogías y el lenguaje, a veces por pereza, y otra con
intencionalidad ideológica, podemos confundir un ser vivo con los algoritmos de
las computadoras contemporáneas.
Ahora bien, si algo caracteriza a las disciplinas que encabezan la Cuarta
Revolución Industrial es que se está produciendo una especie de totum
revolutum, no ya porque los avances en unas materias repercuten en las otras,
sino porque cada vez resulta más difícil saber dónde termina un campo del
conocimiento y comienza otro. Justo eso es lo que sucede con la Inteligencia
Artificial y la biotecnología. Resulta significativo que uno de los documentos más
relevantes en Inteligencia Artificial se titule “Principios de Asilomar para la IA”,
una especie de Informe Belmont adaptado desde la bioética. Los biotecnólogos
adoptaron una moratoria científica precisamente en Asilomar debido a los
experimentos con ADN recombinante y esa denominación fue retomada
décadas después con evidente finalidad simbólica por los ingenieros
informáticos. De la misma forma, en el corto espacio de cinco años hemos
asistido a la solicitud de dos moratorias científicas, una sobre biotecnología y la
otra, hace tan solo unos meses, sobre IA. Resulta inevitable no plantearse las
analogías. En resumidas cuentas, las respectivas comunidades científicas son
conscientes de que, aun cuando sus respectivos campos del conocimiento están
muy alejados entre sí, los interrogantes pueden ser a veces los mismos.
La terminología desdibuja también estos problemas. En el mundo académico
se discute si la bioinformática es equivalente a la biología computacional,
emparentada, que no confundida, con la computación biológica (véase López,
2019), o se emplean términos y matices que el profano difícilmente puede
diferenciar. La última feliz expresión, “biología digital”, aportada por Google,
(Hassabis, 2022), eslogan de su centro de investigación, Isomorphic Labs
(“creemos que hay una simetría fundamental entre la biología y las ciencias de la
1 Véase la entrevista al neurocientífico Miguel Nicoleiis en Marinero, 2022.
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información”),2 complejiza aún más este campo del conocimiento, por cuanto no
sabemos si aglutina a las expresiones anteriores o simplemente estamos ante
una nueva disciplina con relativa autonomía respecto a las demás. Sin embargo,
es el punto de partida de nuestro análisis.
2. Estado de la cuestión
Las proteínas no forman parte del lenguaje jurídico. Menos aún los
aminoácidos. Como mucho la normativa ha acogido, después de no pocas
reticencias, al genoma, hasta el punto de que una Declaración Universal de la
UNESCO sostiene que este constituye la base de la unidad humana. Sin
embargo, a pesar de su grandilocuencia, la cuestión es mucho más compleja. El
código del genoma cada vez nos resulta más accesible, pero el que regula el
plegamiento de las proteínas, no menos relevante que aquel, simplemente nos
parece de otro mundo, tal es su complejidad. Quizá no sea aventurado sostener
que si nos hemos centrado en el genoma es porque el código genético resultaba
más accesible a nuestros mecanismos de comprensión que las reglas que rigen la
estructura tridimensional de las proteínas. Es más fácil estudiar el fondo del
Mediterráneo que los océanos de la luna Encélado. En puridad, si pudiésemos
conocer la estructura tridimensional de todas las combinaciones posibles de los
aminoácidos, el valor del conocimiento del genoma, al menos a efectos jurídicos,
pasaría a un segundo plano. Después de todo, el genoma humano codifica las
instrucciones para fabricar las proteínas que nos constituyen, pero no el
conjunto de todas las proteínas posibles, que podrían ser creadas mediante genes
artificiales si supiéramos el orden correcto de los aminoácidos,3 dado que la
función depende de la estructura tridimensional y esta del orden en que aquellos
están ensartados. Aprenderíamos a diseñar la materia a escala molecular, pero
tendríamos entonces que discutir a quién pertenecen los aminoácidos, esto es, si
son patrimonio de la humanidad con más derecho incluso que el genoma, o si la
combinación de estos en forma de proteínas pertenece a una categoría jurídica
diferente. En resumidas cuentas, si los aminoácidos no han sido objeto de tráfico
jurídico hasta ahora no ha sido por su futilidad, sino por la inaccesibilidad de sus
secretos.
Por otra parte, resulta fascinante plantearse cómo se han seleccionado
aleatoriamente las proteínas que conforman los seres vivos, dado que las
combinaciones posibles de los aminoácidos (veinte elevado a veinte;4 diez
elevado a trescientos en el caso de una proteína media, Jumper et al., 2020), o
de sus permutaciones (veinte factorial),5 se escapan a nuestra imaginación; una
segunda cuestión, más práctica, pero no menos compleja, es predecir cómo se
2 La imagen no puede ser más gráfica: cubos que se unen o separan a voluntad y que simbolizan las
moléculas de la vida. En https://www.isomorphiclabs.com/
3 Al parecer, fue Anfinsen et al. quien sugirió la hipótesis que lleva su nombre, esto es, que la estructura de
las proteínas podía predecirse a partir de los aminoácidos, (en Alas et al., 2011).
4 Ayudado por ChatGPT, ha arrojado un resultado de “104,857,600,000,000,000,000,000” combinaciones.
De paso, nos comenta la IA que “Este tipo de números es difícil de visualizar debido a su inmensidad”.
Consultado el 12 de octubre de 2023.
5 Ayudado también por ChatGPT, nos informa que hay aproximadamente 2,43 quintillones de
permutaciones posibles de veinte aminoácidos tomados en grupos de veinte. Esta vez no siquiera nos
advierte de la dificultad inherente a visualizar tal cifra. .

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