Las relaciones entre España y el imperio de Maximiliano: la gestión diplomática del Marqués de la Ribera

AuthorAdriana Gutiérrez Hernández
Pages135-158
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LAS RELACIONES ENTRE ESPAÑA Y EL IMPERIO
DE MAXIMILIANO: LA GESTIÓN DIPLOMÁTICA
DEL MARQUÉS DE LA RIBERA
Adriana GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ
Universidad Nacional Autónoma de México
«Yo esperaba encontrar a los mexicanos muy contentos de haber sali-
do de la espantosa anarquía en que estaban y me ha sorprendido mucho,
por lo tanto, el ver que nadie absolutamente parece satisfecho».
Marqués de la Ribera al ministro de Estado,
México, 27 de marzo de 1865 1
INTRODUCCIÓN
En diciembre de 1860, con el triunfo del general liberal Jesús González Orte-
ga sobre las tropas del general Miguel Miramón, terminó la Guerra de Reforma
en México. Así, después de la derrota momentánea del partido conservador, el
ejército liberal entró en la Ciudad de México el 1 de enero de 1861; el día 11 llegó
el presidente Benito Juárez y, al día siguiente, acusados de haber intervenido en la
política interna del país, fueron expulsados el nuncio apostólico, los encargados
de negocios de Guatemala y Ecuador, y el embajador español Joaquín Francisco
Pacheco. Con este hecho consumado las relaciones entre México y España que-
daron nuevamente interrumpidas 2.
Entre las muchas cuestiones que el gobierno liberal tenía que resolver, la
f‌inanciera era una de las más urgentes. Ante la apremiante situación económica,
el Congreso mexicano aprobó un decreto presidencial por el que se suspendió
por dos años el pago de la deuda pública, aun la contraída con las naciones ex-
1 AHEEM-COLMEX, v. 11-I: despacho núm. 27 del marqués de la Ribera al ministro de Estado
sobre la situación política de México, México, 17 de marzo de 1865.
2 Para más detalles sobre estos hechos, véase Agustín SÁNCHEZ ANDRÉS y Pedro PÉREZ HERRERO,
Historia de las relaciones, pp. 73-75.
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tranjeras. Este hecho se convirtió en una de las causas fundamentales para que
las potencias acreedoras —Inglaterra, Francia y España—, después de una serie
de negociaciones, f‌irmaran la Convención de Londres en octubre de 1861, que
estableció una intervención militar en la República mexicana para exigir la solu-
ción de sus respectivas reclamaciones, las cuales sirvieron de pretexto para que
Napoleón III apoyara la idea de establecer un imperio en este país 3.
Cada gobierno se ocupó de nombrar a sus representantes e informarles acerca
de su misión. Para el caso español, el general Juan Prim y Prats, que conocía bien
la «cuestión de México» al estar casado desde 1856 con una rica heredera mexi-
cana, Francisca Agüero y González Echeverría, solicitó y obtuvo de su gobierno el
nombramiento como jefe de la expedición y además comisionado. Ya en México, la
destacada actuación del general catalán hizo que la intervención española fuera de
corta duración y que el gobierno republicano quedara profundamente agradecido
con él 4. Sin embargo, la decisión del conde Reus, tanto en el gobierno como en las
Cortes españolas, levantó una gran polémica y, a la postre, provocó un conf‌licto
con respecto a la actitud que España debía tener frente a los planes del emperador
francés cuyo propósito f‌inal era la instauración de una monarquía en México 5.
Mientras tanto, en junio de 1863 y bajo el amparo de las fuerzas francesas, se
estableció en la capital mexicana una Regencia del Imperio, la cual, entre otras
acciones, mandó una comunicación a Madrid para anunciar su constitución y
hacer saber su interés por resolver las cuestiones pendientes con España. A pesar
de la propuesta, el gobierno español no respondió a la notif‌icación y siguió sin
adoptar una posición of‌icial ante la candidatura del archiduque Maximiliano de
Habsburgo para ocupar el cargo de nuevo emperador 6. Varios meses después,
en marzo de 1864, Alejandro Mon, antiguo ministro en París y partidario de los
proyectos de Napoleón III en México, presidió el gobierno español. En el nuevo
gabinete f‌iguró como ministro de Estado Joaquín Francisco Pacheco, partidario
de la intervención francesa en México y quien, en su condición de embajador, ya
había sido expulsado por el presidente Benito Juárez en 1861.
Maximiliano aprovechó esta situación para solicitar a Javier Istúriz, ministro
de España en Francia, que un barco español lo escoltara en su viaje a México;
3 Sobre los planes de Napoleón III, véanse Alfred Jackson HANNA y Kathryn Abbey HANNA, Na-
poleón III.
4 Para todos los detalles de la gestión del general Prim en México, véase Antonia PI-SUÑER, El
general Prim, pp. 120-166.
5 Sobre las repercusiones que tuvo en España la decisión del general Prim, véase Agustín SÁNCHEZ,
«La diplomacia hispano-mexicana», pp. 118-124.
6 Ibid., pp. 130-132. Cabe señalar que Francia hizo varios intentos para que España reconociera el
nuevo orden de las cosas en México. Así, en noviembre de 1863 la emperatriz Eugenia se entrevistó en
Madrid con Isabel II, quien le expresó su malestar por no haber considerado un candidato español para
el trono. Eugenia solo consiguió que España no tomara una actitud de hostilidad activa y que siguiera
con su papel de espectador pasivo y desinteresado. Sin embargo, señala Corti, tanto la reina como el
gobierno siguieron mal dispuestos hacia todo el asunto. Asimismo, Francisco de Paula Arrangoiz, co-
misionado por Maximiliano como agente en las cortes europeas, comunicó que la reina seguía siendo
hostil al proyecto y que estaba esperanzada en que el archiduque austriaco no llegara a México, pero
que, si esto no sucedía, España solo lo reconocería cuando tomara posesión del trono, es decir, «cuando
no tuviese otro remedio»; Egon Caesar CONTE CORTI, Maximiliano y Carlota, pp. 204-205.

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