España y Cuba en el XIX. Un siglo de relaciones coloniales

AuthorInés Roldán de Montaud
Pages27-58
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ESPAÑA Y CUBA EN EL XIX. UN SIGLO
DE RELACIONES COLONIALES
Inés ROLDÁN DE MONTAUD
Consejo Superior de Investigaciones Científ‌icas*
CUBA EN EL CONTEXTO DE LAS INDEPENDENCIAS, 1763-1830
Las islas de Cuba y Puerto Rico quedaron al margen del movimiento inde-
pendentista cuando en la década de los veinte del siglo XIX la monarquía impe-
rial quebraba en el continente americano y nacían las nuevas repúblicas. Ambas
Antillas permanecieron bajo el dominio español hasta f‌inales del ochocientos,
consumando su independencia de la vieja metrópoli después de una guerra larga,
en el caso cubano, que concluyó con la intervención norteamericana en 1898.
En el transcurso de esas siete décadas el sistema de relaciones de aquellos terri-
torios con la metrópoli fue variando, y los elementos que servían de basamento
al dominio colonial fueron modif‌icándose al hilo de los cambios políticos y las
transformaciones sociales y económicas experimentadas en la colonia y la me-
trópoli, así como por la interferencia de intereses foráneos. En estas páginas se
presenta un rápido panorama de las sucesivas etapas en el diseño de las relacio-
nes coloniales.
El colapso que sufrió la monarquía tras la llegada de las tropas napoleónicas
a España en 1808 no produjo en las Antillas los mismos efectos que en el con-
tinente americano. Los sectores sociales que allí fueron independentistas man-
tuvieron en Cuba y Puerto Rico su adhesión a España. Para explicar tan diversa
trayectoria, se ha puesto énfasis en los cambios introducidos en el último tercio
del siglo XVIII en Cuba, donde las reformas borbónicas orientadas a racionalizar
y a aumentar la rentabilidad del Imperio operaron de forma distinta. Mientras
entre los criollos del continente se desarrolló un malestar frente al creciente mer-
* Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto del Ministerio de Ciencia e Innovación,
PID2020-119888GB-100.
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cantilismo metropolitano, que restringía sus actividades económicas, contraria-
ba sus aspiraciones al comercio libre y a la libertad de cultivos e industria, los
desplazaba de su inf‌luencia en el poder local y los sometía a un aumento de la
presión f‌iscal y al control gubernativo y burocrático, en Cuba las reformas se
desarrollaron en un sentido coincidente con las aspiraciones de las élites locales
y produjeron un estrecho entendimiento con las autoridades coloniales y una
alianza profunda con los intereses metropolitanos 1.
Durante varios siglos la importancia de Cuba derivó de una posición geográ-
f‌ica, que le confería un valor fundamental como centro estratégico para la comu-
nicación entre Sevilla y la Nueva España, y de su papel de plaza fuerte militar.
En el último tercio del siglo XVIII concurrieron una serie de circunstancias que
favorecieron de manera extraordinaria el desarrollo de la riqueza de la isla en
torno a la producción azucarera, acelerando un proceso que ya estaba en marcha
al menos desde que en 1740 se creara la Real Compañía de Comercio.
La ocupación de La Habana por los ingleses en 1762 fue un acontecimiento
que precipitó cambios de suma relevancia. Recuperada la soberanía sobre la pla-
za, la política reformista de Carlos III se orientó al restablecimiento del sistema
defensivo y la reorganización del ejército. Se crearon milicias de complemento, se
incorporó a las élites criollas a puestos de responsabilidad y se les dio entrada en
la estructura del poder colonial 2. Para hacer frente al esfuerzo f‌inanciero requeri-
do se creó la Intendencia, se reformó la f‌iscalidad y se introdujeron cambios en el
régimen comercial: se suprimió el monopolio de la Real Compañía de La Habana
y se puso f‌in al que ejercía el comercio gaditano cuando en 1765 se abrieron al
tráf‌ico varios puertos peninsulares (apertura comercial que se amplió en 1778). A
partir de 1789 diversas cédulas autorizaron temporalmente la importación libre
de africanos, suprimiendo el asiento de esclavos. Todas estas medidas evidencia-
ban la opción de la corona por el desarrollo de una economía de plantación que
remedara la riqueza del Caribe británico o francés, en sintonía con las demandas
de la emergente clase de plantadores azucareros (entre los que se incluían auto-
ridades como Luis de las Casas, capitán general entre 1790 y 1796). Fue Francisco
de Arango y Parreño quien, poco después de la revuelta de esclavos de Haití, plas-
mó los intereses de su clase en su célebre Discurso sobre la agricultura 3.
Una coyuntura internacional favorable puso término, de hecho, al sistema
mercantilista. La guerra contra Inglaterra abrió el comercio de La Habana con las
Trece Colonias iniciando unas fructíferas relaciones, y durante las guerras contra
la Francia revolucionaria y más tarde nuevamente contra Inglaterra se permitió el
tráf‌ico con neutrales casi ininterrumpidamente, lo que dentro del Imperio favo-
1 Véanse Jorge L. DOMÍNGUEZ, Insurrección; Allan J. KUETHE, «La f‌idelidad», pp. 209-220; id.,
Crown, pp. 158-171; Imilcy BALBOA y José Antonio PIQUERAS, La excepción americana; José A. PIQUE-
RAS, «La siempre f‌iel»; Antonio SANTAMARÍA GARCÍA y Sigfrido VÁZQUEZ, «Cuba a principios», pp. 173-
194; Juan Bosco AMORES CARREDANO, «Desarrollo institucional», pp. 276-299.
2 Sobre la revolución plantadora cubana, Manuel MORENO FRAGINALS, Cuba/España; Josep M.
FRADERA, «De la periferia», pp. 161-199.
3 Sobre la personalidad de Arango la literatura es extensa. Véase, por ejemplo, María Dolores
GONZÁLEZ-RIPOLL e Izaskun ÁLVAREZ CUARTERO, Francisco Arango.
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reció sobre todo a los cubanos 4. La renovada actividad comercial y las trasferen-
cias f‌iscales procedentes de Nueva España 5, de las que Cuba había sido la gran
benef‌iciaria, proporcionaron liquidez a la economía para f‌inanciar la revolución
azucarera, que entonces se ponía en marcha, y para importar los esclavos que la
sustentaban 6.
Cuando la revolución de Saint-Domingue hundía la principal economía azu-
carera, la isla era ya la tercera productora de azúcar mundial. La producción
había saltado de cerca de 5.000 toneladas en 1760 a más de 16.700 en 1791. Los
plantadores cubanos supieron movilizar los capitales existentes al servicio de esa
nueva oportunidad (aumento de la demanda y de los precios del café y el azúcar)
y consiguieron prolongar la vigencia del comercio libre de esclavos. A partir de
entonces, su importación no cesó. Entre 1791 y 1820 arribaron cerca de 200.000
esclavos; unos 150.000, entre 1815 y 1820. El censo de 1778 recogía la existen-
cia de 50.000 y el de 1817, de 225.261.
El peso que había adquirido la esclavitud, mucho mayor que en el continente
(35 % de la población era esclava en Cuba), su importancia como base del sistema
productivo y la tensión racial que la africanización de aquella sociedad producía
contribuyen a explicar el diferente comportamiento ante la independencia. La oli-
garquía criolla permaneció al margen del proceso emancipador por temor a que la
insurrección pudiera desencadenar un conf‌licto racial que destruyese la f‌loreciente
economía. Optó por conservar los lazos políticos con España y apostó por fórmulas
organizativas autonómicas y por ampliar las libertades y derechos de su clase den-
tro de la unidad. La expansión de la economía se erigió pues en dique de conten-
ción y frenó los intentos de emancipación durante la primera mitad del siglo XIX 7.
De modo que la af‌irmación colectiva de la conciencia nacional se manifestó con
retraso en relación con los demás territorios americanos, situando algunos autores
su momento germinal en el transcurso de la Guerra de los Diez Años 8.
La voluntad de preservar el Imperio y atraer a las oligarquías criollas de-
terminó la incorporación del mundo colonial como parte integrante del Estado
constitucional que el proceso revolucionario estaba creando en la metrópoli. Las
Indias dejarían de ser consideradas colonias y los americanos quedarían equipa-
rados en derechos y llamados a las Cortes de Cádiz en 1810. La Constitución de
1812 les reconoció el derecho de representación, pero distinguió entre españoles,
hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de España, a quienes solo
se les reconocían derechos civiles, y ciudadanos, los españoles que por ambas
líneas tenían origen en los dominios españoles de ambos hemisferios 9, revesti-
4 Manuel MORENO FRAGINALS, España/Cuba, p. 152.
5 Allan J. KUETHE insiste en su importancia para explicar el «f‌idelismo», «El situado», p. 303.
6 Véase Allan J. KUETHE, «La f‌idelidad», p. 213.
7 Sobre el proceso de formación de la conciencia nacional, Josef OPATRNÝ, José Antonio Saco.
Véase también Luis DUNO GOTTBERG, Solventando las diferencias.
8 Paul ESTRADE, «Observaciones», pp. 21-49.
9 Josep M. FADERA, Colonias, pp. 77-102, aborda la cuestión de la exclusión de las castas pardas y
todas sus implicaciones. Véanse también, Manuel CHUST, La cuestión nacional, pp. 47-78; Javier ALVA-
RADO PLANAS, La Administración, pp. 46-61.

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