Representación internacional en el ábito del movimiento olímpico

AuthorMarta Lora-Tamayo Vallvé

1. DEL INTERNACIONALISMO PACIFISTA DEL COI, COMO PRINCIPIO FUNDAMENTAL DEL MOVIMIENTO OLÍMPICO,AL PELIGROSO HIPERNACIONALISMO DEPORTIVO Y EL ACTUAL GIGANTISMO ORGANIZATIVO

El barón de Coubertin, ya a fines del siglo XIX, insistía en el carácter internacional del Comité Olímpico, y después de 25 años de labor olímpica decía con cierta satisfacción: «se considera generalmente que el principal resultado de los Juegos Olímpicos ha sido crear el internacionalismo deportivo», enraizado además, como apunta CAZORLA PRIETO 1, en el plano de los valores colectivos que recoge la Carta Olímpica, en un internacionalismo pacifista con vocación de universalidad como canal para favorecer el entendimiento entre pueblos y Estados y la armonía universal a través del deporte y sus citas cuatrienales olímpicas.

El denominado internacionalismo pacifista se organiza en torno al Comité Olímpico Internacional 2, y la participación universal en la anexión al Movimiento Olímpico de los distintos Comités Olímpicos Nacionales. La representación internacional se produce pues a partir de una representación nacional llevada a cabo por los distintos CON y existen, como apunta CAZORLA 3, dos puntos interesantes en los que el principio fundamental de este movimiento pacífico e internacional se ve deformado.

En efecto por una parte y desde el mismo origen de la reinstauración de los Juegos Olímpicos «el desencanto con el que los espectadores acogieron en el estadio olímpico de Atenas a partir del 6 de abril de 1896 las numerosas victorias de los atletas norteamericanos sobre los griegos, auguraba un pronto destino para las pruebas olímpicas desgarrador del espíritu de Coubertin: su transformación paulatina en un campo de enfrentamiento entre atletas y representantes de un mundo donde el nacionalismo llegaría a expresarse en lo deportivo de un modo tan agudo como en los Juegos Olímpicos en el Berlín nacional socialista en los que la ceremonia inaugural de 1 de agosto de 1936, cargada de fastuosidad nazi, fue el aldabonazo de salida para que ya no cupiera dudas de su sesgo. El deporte con la manifestación despuntante del encuentro cada cuatro años, como eficaz herramienta del internacionalismo pacifista y hermanador, quedó así muy resquebrajado».

El segundo elemento perturbador al que hace referencia CAZORLA, además del hipernacionalismo deportivo, pero estrechamente ligado a él es el del deporte como instrumento de política de Estado que se ha puesto de manifiesto a lo largo de estos dos siglos de Movimiento Olímpico de una forma u otra, utilizando sobre todo como escenario la celebración de los Juegos Olímpicos.

En efecto como describe CAZORLA, «Londres pasó sin pena ni gloria como anfitriona de unos Juegos, los de 1948, en los que el espíritu olímpico sufrió una nueva afrenta: los deportistas alemanes y japoneses fueron excluidos alcanzados por los efectos de las armas recién calladas. Pero fue en 1952, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Helsinki, cuando surge la utilización del deporte olímpico como estilete de la política de Estado, grave amenaza para el espíritu olímpico y con el tiempo hasta para la celebración de los propios Juegos. Por esta vía se desencadenaron dos fenómenos. El primero es el tocante a la misma participación o no de los países en el encuentro cada cuatro años como manifestación de determinada postura política. He aquí los sucesivos boicots de Melbourne (1956), Moscú (1982) y Los Angeles (1984). El segundo de estos fenómenos consiste en considerar la obtención de éxitos deportivos olímpicos como uno de los barómetros principales que miden el buen hacer de los estados, éstos además, no considerados aisladamente sino como integrantes de un bloque: el del Este, hegemonizado por la entonces Unión Soviética frente al occidental, hegemonizado por Estados Unidos. Pero es que además y para mayor ofensa del espíritu olímpico, este entendimiento del deporte olímpico, es pugnaz, es decir, no sólo se quiere mostrar en la arena olímpica la excelencia de unos Estados integrados en cierto bloque, sino que se hace por contraposición a otros, pugnazmente, no compitiendo con limpieza, sino rivalizando hasta la victoria final y acudiendo para ello a cualquier medio» 4.

La tercera idea que es preciso apuntar relacionada con el modo en que el movimiento olímpico y en especial, su cabeza visible, el Comité Olímpico Internacional han ido urdiendo los mimbres de las relaciones internacionales 5 que la celebración de unos Juegos Olímpicos conlleva es el problema, porque parece que comienza a ser un problema 6, del tamaño adquirido por los Juegos Olímpicos, su duplicidad (Juegos de invierno y verano) y su universalidad comercializada.

En efecto y de nuevo seguimos a CAZORLA en este punto quien describe el fenómeno argumentando que «aunque puede defenderse que el gigantismo favorece la universalidad del Movimiento Olímpico, es indiscutible que trae consigo otras consecuencias que entenebrecen los logros que en ese terreno pueda reportar. El gigantismo es en modo no menor hijo del imán comercial que suponen los Juegos Olímpicos; el atractivo escenario olímpico cuanto más se ensanche mejor para ciertos intereses mercantiles. Las organizaciones deportivas también luchan por alcanzar un hueco en el olimpo cuatrienal sabedores de que así su gancho publicitario y comercial se multiplica. El gigantismo incrementa los costes de una organización muy compleja, sólo accesible para países de notables capacidades económicas y organizativas; el universalismo pues, frente a su aparente fortalecimiento se encoge al menos en la parcela organizativa. El gigantismo, igualmente favorece gastos superfluos, innecesarios o con escasa o nula utilidad cuando se apaguen las luces del estadio olímpico. Las ciudades organizadoras rivalizan en organizar «los mejores Juegos nunca habidos» y el desenfreno económico conduce directamente al derroche, tan contrario a la austeridad y la medida contenida propias del espíritu olímpico. El gigantismo, en suma ataca directamente el espíritu olímpico, limita el universalismo olímpico en lo organizativo y pone en peligro la propia viabilidad razonable de la cita cuatrienal».

En este sentido la Comisión COI 2000 7 llevó a cabo algunas recomendaciones antigigantistas en el sentido de que estimó que el número máximo de participantes en unos Juegos Olímpicos no debería sobrepasar el de 10.000 deportistas y 5.000 oficiales. Además estas cifras se deberían establecer como definitivas y debería desplegarse todos los esfuerzos posibles para atenerse a ellas puesto que un número superior tendría para los organizadores de los juegos efectos suplementarios negativos en el plano logístico y financiero. Tras esta primera recomendación la sesión plenaria 114.ª del COI celebrada en México en noviembre de 2002 asumió el compromiso de reducir el tamaño y el coste de los juegos, sin que esto entrañe disminución del número de deportistas 8.

La sesión plenaria 115ª celebrada en Praga en julio de 2003 9 ha sido la encargada de implementar las propuestas iniciales realizadas en México mediante la redacción de un informe en el que se aportan diversas sugerencias y medidas para impedir el excesivo crecimiento 10 de los Juegos Olímpicos y entre las que cabe destacar:

Una reforma de la Carta Olímpica en la que se da una nueva función al Comité Olímpico Internacional mediante la inclusión de un nuevo apartado en la Norma 2, el 2.13, en el que se establece que el COI tomará medidas para promover un legado positivo de los Juegos Olímpicos en la ciudad y el país en los que se hayan celebrado, incluyendo un control razonable del tamaño y coste de los Juegos Olímpicos y animando a los Comités Organizadores de los Juegos Olímpicos y las autoridades públicas y las personas u organizaciones pertenecientes al Movimiento Olímpico a actuar coherentemente con este principio.

Este cambio es importante en la medida en que supone una nueva filosofía que pretende materializarse mediante una definición cuidadosa de lo que haya de ser el estándar de las necesidades y requerimientos de los Juegos Olímpicos llevando a cabo un control estricto de la constante inflación de las expectativas que ha sido el principal defecto durante las últimas Olimpiadas.

Las principales medidas que, en conjunto, la Comisión propone para poder mantener, o al menos evitar, un aumento del tamaño de los Juegos Olímpicos consisten en la congelación del número de atletas, deportes y acontecimientos para las próximas ediciones de los Juegos Olímpicos, la consolidación del principio de unidad en el espacio y en el tiempo (una ciudad-unos Juegos) para evitar así mayores costes de desplazamiento y el mantenimiento de los elementos básicos que han contribuido hasta el momento a hacer de los Juegos Olímpicos el acontecimiento deportivo universal por excelencia. Se propone por otra parte como consideraciones importantes para su posterior implementación en la Carta Olímpica la posibilidad de que el Comité Ejecutivo del COI deje claro el mandato de las Comisiones de Evaluación de las ciudades candidatas de los Juegos Olímpicos incluyendo, y ésta es la principal novedad, un elemento específico dirigido a evaluar los costes de la organización de los Juegos Olímpicos y deberá dirigir a las ciudades candidatas para crear el mejor legado posible como consecuencia de la celebración de los Juegos, sin que esto signifique, y es aquí dónde se incide y varía la perspectiva, las «mayores o más grandes» instalaciones.

En este mismo sentido y dentro de los principios de funcionamiento de las Comisiones de Coordinación del COI vigentes hasta el momento cabe destacar la necesidad de garantizar una verdadera transparencia en la cooperación entre el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos y las autoridades locales y la necesidad de agilizar al máximo la transición entre las ciudades candidatas y los Comités Organizadores de los Juegos.

Por otra parte el informe señala algunos puntos en los que, desde la sesión...

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