BUDÉ, Guillaume; La Institución del Príncipe, 1547

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Libro de varias historias, lecciones & dichos sabios de los antiguos Griegos & Latinos,

París, Maistre Nicole.

(1468-1540)

[20] Para regresar, pues, a la parte de la que me había alejado, una parte de la justicia se llama distributiva, según la cual los honores y beneficios se deben distribuir de acuerdo con el mérito y conocimiento de los hombres que pueden serle útiles a la cosa pública, hacerle algún servicio, darle consejo y comodidad común cuando sea necesario o las circunstancias lo requieran. Por esta causa, los Reyes son exaltados con honores, tienen poder soberano y prerrogativas y sacan provecho y emolumentos del pueblo, con priori-

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dad [respecto] a los otros [señores feudales] en una porción tan razonable como a ellos les plazca, ya que no están sujetos a las leyes ni a las ordenanzas de su reino, como los demás. Pues se puede presumir que tienen una prudencia tan perfecta, que son tan eminentes y de tan alta cuna, tan imbuidos y provistos de justicia y equidad, que no les hace falta ninguna regla escrita que les obligue a serlo, ni por temor a las penas o multas, que llamamos sanciones pecuniarias, o por arresto de bienes y persona o cualquier otra corrección, ni les hace falta ganarse la obediencia como lo precisan otros súbditos. Y debe ser suficiente para dirigirle la Ley Divina solamente, que tiene la autoridad de Dios legislador soberano y no de los hombres, según la cual todos los hombres son iguales, sin distinción ni preeminencia, en cuanto a la obediencia debida a dicha Ley. Por esta causa, el Emperador dice en sus leyes escritas y constituciones imperiales que, aunque él no esté sujeto al Derecho civil, sin embargo, es un honor para él y para otros príncipes someterse [a esta ley]. Es así, palabra digna de rey, el querer someterse por su propia voluntad y así decirlo y mantenerlo públicamente para darle reverencia y autoridad a sus edictos, constituciones y ordenanzas. La razón de lo arriba dicho es sutil pero muy a propósito y ampliamente deducida por Aristóteles, el gran y reverenciado filósofo, en su quinto libro de la Ética. Dicho autor, en el lugar mencionado, ha mostrado con más claridad y mejor que [21] ningún otro que es...

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