Relaciones triangulares en un mundo unipolar: América del Norte, la Union Europea y América del Sur.

AuthorGrabendorff, Wolf

Este artículo es una aportación analítica a la naturaleza de las relaciones que se establecen entre América del Norte, la Unión Europea y América del Sus: Estas regiones presentan una herencia común en sus concepciones sobre buena gobernabilidad y economía de mercado, pero sus relaciones están fuertemente marcadas por diferencias estructurales v alianzas geopolíticas, ya que este "Triángulo Atlántico" contiene en sí tanto a la región que hoy día asume el liderazgo económico y político en un mundo unipolar, como también a Estados económica y políticamente muy débiles. Asimismo, lo que contemplado desde afuera podría constituir un poderoso subsistema internacional, presenta, hacia adentro, diferentes modelos de regionalismo e integración, que compiten entre sí y que ponen límites a las posibilidades de lograr sus objetivos comunes de cooperación económica, promoviendo normas económicas internacionales y facilitando el desarrollo, así como a su actuación conjunta frente a las amenazas comunes existentes hoy día en el sistema internacional.

  1. EL TRIÁNGULO ATLÁNTICO: HERENCIA COMÚN Y DIFERENCIAS ESTRUCTURALES

    Al hacer el análisis de las relaciones internacionales, hay pocas dudas sobre la inestabilidad, por naturaleza, de las relaciones triangulares entre poderes tradicionales. Dicha inestabilidad adquiere dimensiones más amplias, desde luego, cuando se trata de unas relaciones tan asimétricas como las que se reflejan por las diferencias de poder, influencia y bienestar, entre las tres regiones del Triángulo Atlántico. A pesar de la herencia común de lo que se considera el "Mundo Occidental", este se encuentra dividido en países desarrollados y países en vías de desarrollo, siendo, incluso, este concepto cada vez menos válido, dadas las enormes asimetrías de desarrollo en ambas categorías dentro de estos países que, a su vez, contienen en sí mismos bolsas de subdesarrollo y de desarrollo.

    Además de esta asimetría en el desarrollo, todavía hay que sumar otro factor estructural en lo concerniente a la capacidad de acción del Triángulo Atlántico en el sistema internacional, pues solo una de las tres partes, los Estados Unidos, tienen la ventaja de actuar como un poder unificado, mientras que las otras dos regiones únicamente pueden contar con mecanismos precarios de toma de decisión, que se encuentran solo parcialmente integrados y operan también a muy distintos niveles. La Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la Unión Europea puede demostrar, a pesar de sus obvias limitaciones, cierto nivel de coherencia y aplicación (Schirm, 1998); lo que no es el caso del mecanismo de concertación de América Latina, el llamado "Grupo de Río" (Ramírez, 1999). En ambos casos se requiere pasar por un engorroso y lento proceso de construcción de consenso interno para alcanzar cualquier tipo de acuerdo que conduzca a una posición regional o, incluso, la posibilidad de una acción común.

    Este tipo de diferencias estructurales dentro del Triángulo Atlántico están limitando, obviamente, cualquier capacidad de acción unificada y rápida en comparación con la de un actor como los Estados Unidos. El desarrollo reciente de los acontecimientos apunta a un cambio limitado en el proceso de toma de decisiones dentro del Triángulo Atlántico, ya que América Latina parece estar fragmentándose geopolíticamente cada vez más en dos partes, Norte y Sur (Grabendorff, 2002b). El avance del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en la dirección de una "Comunidad Norte-Americana", probablemente incluyendo no solo a México sino también América Central y los países del Caribe, frente a otro proceso de integración de América del Sur, podría ser el comienzo de una mayor aproximación estructural entre las tres partes del Triángulo Atlántico, no solo con respecto a la complicación del proceso de toma de decisiones intra bloque, sino también en relación con la variedad de diferencias de desarrollo y de cultura política y administrativa dentro de cada una de estas tres regiones.

    Cuando se consideran las posibilidades de funcionamiento del Triángulo Atlántico, hay que tomar en cuenta el carácter y la dimensión de las dependencias históricas que se han desarrollado durante el último siglo, tanto en el terreno económico como en el campo de la seguridad regional. El ascenso de los Estados Unidos al status de poder mundial y su subsiguiente conversión en el único superpoder existente en el sistema internacional ha acentuado la asimetría entre las tres regiones participantes del Triángulo, a pesar del notable progreso de la Unión Europea en el terreno económico sobre todo. No obstante la enorme importancia de las relaciones transatlánticas para la Unión Europea, esta trató de desarrollar durante las décadas de los ochenta y noventa su propio espacio de actuación con respecto a América Latina, si bien con consideración a las sensibilidades geopolíticas de los Estados Unidos (Boomgaarden, 1999). De igual forma, los países de América Latina han sido muy conscientes de sus limitaciones dentro del sistema internacional, sobre todo con relación a sus alianzas con otros países del Tercer Mundo que pudieran desafiar las concepciones de los Estados Unidos, dada su dependencia financiera, tanto a nivel bilateral con los Estados Unidos como a nivel multilateral. En este punto debe reconocerse que difícilmente se puede lograr el apoyo de las instituciones financieras internacionales si se cuenta con la oposición de los Estados Unidos

    Esta similitud en las limitaciones de las alianzas entre la Unión Europea y América Latina con relación a la posición de los Estados Unidos puede incluso acrecentarse, ya que los Estados Unidos siempre han preferido tratar con sus aliados en un plano bilateral antes que trilateral. Sin lugar a dudas, tanto por razones históricas como de seguridad, todas los gobiernos de los Estados Unidos han manejado de forma sustancialmente diferente las relaciones transatlánticas y las relaciones interamericanas, dentro del hemisferio occidental. El mero hecho de que los dos subsistemas internacionales más institucionalizados, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) lleven más de medio siglo dominados por los Estados Unidos, explica en gran medida la enorme dificultad para establecer un nuevo subsistema entre la Unión Europea y América Latina y que, en consecuencia, se redujera, al menos parcialmente, la asimetría entre las tres partes del Triángulo Atlántico (Grabendorff, 2002a). El concepto de una "relación estratégica" entre la Unión Europea y América Latina, desarrollado en 1999, en Río de Janeiro, por la primera Cumbre de los Jefes de Estado y de Gobierno de las dos regiones, estaba, en parte, inducido por el ex presidente español Felipe González para "completar el Triángulo Transatlántico" (Haubrich, 2001).

    El concepto intelectual y/o político del Triángulo Atlántico (Reidy, 1966) difícilmente hubiera sobrevivido durante casi cuatro décadas sin unos argumentos sólidos a favor de su construcción dentro del sistema internacional. El más importante de ellos es, sin duda, una sólida base de valores comunes que hacen más fácil, en comparación con otros actores internacionales, que estas tres regiones se pongan de acuerdo sobre conceptos de gobernabilidad y de amenazas comunes. Las tres constituyen, indudablemente, el "Occidente": la Unión Europea en la forma de concepto histórico; América del Norte, como el "Nuevo Mundo"; y América Latina como el "Extremo Occidente", como tan acertadamente calificó Alain Rouquie (Rouquie, 1999).

    Los valores occidentales han sido criticados en muchas ocasiones por tener un carácter meramente intencional o solo retórico. Una y otra vez ha quedado demostrado que casi todos ellos (derechos humanos, democracia, estado de derecho, justicia social y economía de mercado) se interpretan de forma muy distinta en cada una de las tres regiones. Esto ha reforzado la constante crítica a la falta de aplicación, o incluso simple violación, de alguno o de todos estos valores en los diversos países de las tres regiones. Tradiciones culturales y experiencias históricas, en todas y cada una de estas regiones, han tenido su particular efecto en la interpretación de estos valores, puesto que reflejan la diferencia en las relaciones de poder en sociedades tan singulares. La limitación a la aplicación de estos valores comunes se hizo especialmente notoria en el época de la Guerra Fría y en la lucha contra el terrorismo, cuando en muchos países la protección de la seguridad nacional se consideró como de mayor importancia que la protección de los valores occidentales.

    Otro elemento común en la relación triangular es de naturaleza bastante reciente y demuestra la creciente importancia de los factores culturales para crear lazos entre las tres regiones. Este factor podría denominarse el "factor latino", tanto en el interior de los Estados Unidos como dentro de la Unión Europea. Puesto que los hispanos, o latinos, se han convertido en la minoría más grande en los Estados Unidos y, en consecuencia, han influido no solo en su cultura y costumbres, sino también en la economía y política, este fenómeno requiere una más amplia interpretación (Suárez-Orozco, 1999). Asimismo, recientemente, el fenómeno de la creciente emigración económica de gran número de ciudadanos de países sudamericanos hacia la U.E apunta en la misma dirección. Por su parte, el ingreso de España y Portugal en la Unión Europea en su momento puede considerarse desde una óptica similar, con respecto a su interés por fortalecer las relaciones con América Latina. Dado que la cultura "latina" y su específica interpretación de los valores comunes dentro del Triángulo Atlántico está ganando más y más aceptación en los centros de poder de los Estados Unidos y de la Unión Europea, esto se ha convertido en un elemento añadido para promover un cierto "sentido de comunidad" que, sin duda, estuvo...

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