Diez años después: Alemania oriental sigue esperando la transición del carbón a los "Blühende Landschaften".

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UECKERMÜNDE, Alemania. Esta localidad de la antigua Alemania oriental se ha "adecentado", como alguien que sustituye un deprimente guardapolvo gris por un elegante conjunto de trajes.

La plaza del mercado se acaba de pavimentar con ladrillos rojos, y las tiendas que se suceden a cada uno de sus lados brillan tras recibir una mano de pintura.

En la costa cercana a esta pequeña aldea del noreste de la República Federal, grandes cantidades de arena fina han transformado la laguna de Oderhaff, que ha dejado de ser un remanso de agua salina estancada, y se ha convertido en una amplia playa que sirve como reclamo para los veraneantes procedentes de Berlín.

Ueckermünde no sólo tiene mejor aspecto, sino que es mejor. Al borde de la playa de aguas cristalinas, las fachadas que en un pasado amenazaban ruina y los tristes bloques de apartamentos estatales han dado paso a nuevas viviendas y escaparates decorados con elegancia. En los anaqueles del interior, abundan artículos con los que los consumidores sólo podrían haber soñado hace diez años.

Cambios, pero ¿para bien?

Cuando Herbert Quade contempla todas estas mejoras de camino al puerto deportivo, los relucientes paneles de vidrio del flamante "Centro cultural" construido en la década de 1990 le recuerdan todo lo que ha cambiado desde la reunificación de Alemania hace ya diez años.

Hoy, el Sr. Quade es un pensionista con todo el tiempo del mundo (al fin) para dedicarse a navegar en su pequeña embarcación. Como presidente del comité de empresa tras el cambio de poderes de 1989, pasó siete años batallando por la supervivencia de VEGU (acrónimo alemán de Siderurgia de Pomerania Occidental). Su lucha dio fruto: la fábrica aún existe, aunque bajo una nueva denominación.

En la época de la República Democrática Alemana (RDA), VEGU, una empresa dedicada a la fabricación de piezas de hierro fundido, era el mayor empleador de la región, con una plantilla de 1.200 personas. En 1990, un año después del cambio político y justo antes de la introducción del marco de Alemania occidental (DM), la mayoría de los antiguos servicios sociales de la fábrica se habían suprimido y la plantilla había quedado reducida a unos 200 miembros. En aquel entonces, Herbert Quade había puesto de manifiesto su temor de que otras 200 personas tuvieran que abandonar la empresa.

Lo que sucedió en realidad fue peor, mucho peor. En 1995, tras varios cambios en la propiedad y diversos procesos de despido, la empresa empleaba a unos 250 trabajadores, y seguía constituyendo el mayor empleador en el pequeño pueblo situado junto a la laguna de Oderhaff. Un año después se habían suprimido otros 75 puestos de trabajo y el cierre definitivo parecía únicamente una cuestión de tiempo. Cuando Quade se jubiló en 1996, sólo 85 de sus compañeros, hombres y mujeres, mantenían su empleo en una situación de alta inseguridad.

La salvación llegó a principios de 1999, en forma de "Intermet GMBH", una filial de un grupo de empresas de Estados Unidos, con sede principal en Neunkirchen, en la región del Sarre, en Alemania occidental. La empresa, especializada en piezas de hierro fundido semiacabadas destinadas a la industria del automóvil, deseaba ampliar su capacidad: adquirió la fábrica, en aquel entonces al mismo borde del abismo, y la puso de nuevo a flote.

Actualmente, la antigua VEGU se denomina "Intermet Ueckermünde" y, con una plantilla de unos 150 trabajadores, continúa siendo el mayor empleador comercial en un área con deficiencias en materia de infraestructuras. Aún se llevan a cabo contrataciones. Herbert Quade tiene razón al mostrarse orgulloso de sus numerosos años de esfuerzo y compromiso. La empresa ha sobrevivido, a diferencia de la mayoría de las que operaban en la economía de la antigua RDA.

Nuevo país, vieja historia

La historia del pensionista Herbert Quade y "su empresa" es muy habitual en Alemania oriental. La transformación del sistema económico y de un conjunto de valores que imperaban hace diez años ha cambiado casi todo en las vidas de los antiguos ciudadanos de la RDA.

A pesar de los miles de millones de DM suministrados mediante subvenciones, en la década de 1990 se asistió al derrumbe de la industria de Alemania oriental prácticamente en la totalidad de los sectores. El desempleo se disparó. Casi todos los alemanes orientales han atravesado un período de desempleo desde el cambio. Para muchos significó su despedida definitiva de la vida activa.

A principios de la década de 1990, el número de personas empleadas pasó de 11 millones al nivel actual en torno a los 6,7 millones. De los 2 millones de puestos de trabajo que existían en la industria siderúrgica de Alemania oriental, sólo quedan hoy unos 300.000. La tendencia a la baja sólo se ha detenido en los dos últimos años. Actualmente, por primera vez desde el cambio político, se registra una ligera recuperación. Sin embargo, el desempleo en Alemania oriental, cifrado en un 16,6% de la población activa (1,3 millones de personas), sigue duplicando aproximadamente al registrado en las regiones occidentales del país. Unas 400.000 personas son beneficiarias de programas de creación de empleo y de proyectos de reconversión profesional de diversa índole.

En la actualidad, Alemania ofrece la imagen ambivalente de una economía y una sociedad en período de integración cuyas dos mitades no han superado plenamente sus divisiones mentales. Las diferencias económicas entre el este y el oeste siguen siendo apreciables. Aunque los sindicatos llevan años tratando de alinear los sueldos en Alemania oriental con los que se ofrecen en la zona occidental, el salario neto real de los trabajadores del este se mantienen de un 20 a un 30% por debajo del que obtienen sus compañeros del oeste, mientras que la semana laboral en el primer caso es una o dos horas más larga que en el segundo. Obviamente, esta tarea de igualación no resulta sencilla si consideramos el continuo y considerable volumen de retrasos en la producción. Los expertos convienen en que esta brecha entre el este y el oeste podrá cerrarse en la próxima década.

Las huellas del pasado pueden apreciarse aún por todos lados, a pesar del lavado de cara en los centros urbanos y la reluciente mano de pintura administrada en ciudades restauradas, como Leipzig, Halle o Berlín. Las ventanas rotas de muchas ruinas industriales recuerdan el hundimiento de toda una economía nacional.

En las áreas residenciales, muchas de las viviendas grises y carentes de decoración que caracterizaron el paisaje urbano de Alemania oriental permanecen intactas y sin mejorar. Son numerosas también las que se encuentran deshabitadas y abandonadas a su suerte. La suciedad que se acumula en las ventanas de estos hogares vacíos simboliza el éxodo masivo al oeste. Cientos de miles de personas, con frecuencia jóvenes y capaces, se marcharon de sus lugares de residencia al considerar que no existía futuro para ellas en Alemania oriental. Ueckermünde, por ejemplo, ha perdido 3.000 de sus 15.000 habitantes que formaban parte de su población. La mayoría emigraron a las regiones occidentales del país.

La otra cara de la moneda que los territorios de Alemania oriental han completado un curso intensivo en lo que se refiere a la difícil paso de una sociedad industrial a otra orientada al sector de los servicios. Actualmente, sólo un 31% de los puestos de trabajo corresponden a las industrias manufactureras (frente al 34% en Alemania occidental), mientras que el porcentaje restante se sitúa en el sector de los servicios público o privado.

Se aprecian signos de un repunte económico en historias de éxito como la de Stefan Schambach, un joven empresario cuya compañía de comercio electrónico "Intershop", con sede principal en Estados Unidos, le ha otorgado ya la categoría de "interlocutor mundial". En sus oficinas centrales en Alemania, situadas en Jena, Turingia, Schambach da empleo en la actualidad a 320 personas, en su mayoría altamente cualificadas. "Jenoptik", ubicada igualmente en Jena, constituye otro ejemplo de transformación eficaz de una empresa industrial de Alemania oriental en una moderna compañía basada en la alta tecnología.

Las inversiones llevadas a cabo por importantes grupos empresariales como Volkswagen en Mosel, u Opel, en Eisenach, han dado lugar a la creación de centros industriales de elevada productividad en una región azotada por la crisis. Con todo, el período de auge económico de los dos últimos años ha pasado en gran medida inadvertido en Alemania oriental, ya que el proceso de reconstrucción fue menos dinámico de lo previsto.

Considerado globalmente, el crecimiento económico de Alemania oriental es inferior al registrado al oeste del país. Las regiones menos atractivas para los turistas, como Ueckermünde en el noreste, o Görlitz, en el sureste de los nuevos Estados viven bajo la amenaza de la desolación.

Más belleza, pero menos compradores

Según afirma Herr Kruse, director del departamento económico del municipio de Ueckermünde, ni una sola empresa manufacturera ha puesto en marcha un centro de actividad en la localidad en los últimos tres años. A pesar de los esfuerzos dedicados a la venta del "paisaje florido" y el medio ambiente no deteriorado a posibles inversores, grandes áreas de terreno industrial situadas alrededor de la ciudad, urbanizadas con un gran coste para el erario público, van siendo cubiertas progresivamente por la hierba.

Herr Kruse alberga escasas esperanzas de atraer a nuevas empresas en un futuro próximo. Lo mismo le ocurre a la mayoría de los funcionarios responsables de las políticas económicas aplicadas en lugares alejados de las grandes aglomeraciones urbanas como Leipzig y Berlín.

Con todo, aunque las esperanzas de lograr de inmediato una equiparación entre el este y el oeste de Alemania se desvanecen, Herbert Quade, antiguo responsable del comité de empresa, disfruta de su retiro. Actualmente cuenta con 62 años de edad. Hace cuatro, cuando optó por la jubilación anticipada, su situación económica no era tan favorable como lo es hoy.

Al igual que su empresa, Quade se encontraba al borde del abismo. Tras recuperarse de dos ataques cardíacos, los médicos le advirtieron de que, probablemente, cuatro años más a cargo del comité de empresa, en una época tan turbulenta como la que le había tocado vivir, acabarían con él. Hoy se contenta simplemente con pasarse de vez en cuando por "su" vieja empresa. Le satisface comprobar que las cosas marchan bien por fin. El éxito se debe en parte a su labor, pero sabe el alto precio que tanto él como muchos de sus antiguos compañeros tuvieron que pagar para lograrlo.

Para Herr Quade, la batalla ha terminado. Sin embargo, la vida sigue. Dentro de unos días, asegura, tripulará su barco en una regata germano-polaca entre Ueckermünde y Stettin (Szczeczin) en las tranquilas aguas de laguna Oderhaff. Una actividad que, sin ninguna duda, habría sido imposible hace once años.

Martin Kempe

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