Mujeres, hombres y estilos de dirección

Published date01 December 1999
Date01 December 1999
AuthorMarie‐Thérèse CLAES
DOIhttp://doi.org/10.1111/j.1564-913X.1999.tb00143.x
Mujeres, hombres y estilos de dirección 483
Copyright © O rganización Internacional del Trabajo 1999
Revista Internacional del Trabajo, v ol. 118 (1999), núm. 4
Mujeres, hombres y estilos
de dirección
Marie-Thérèse CLAE S*
Aunque las mujeres sólo ocupan entre un 3 y un 6 por ciento de los altos
cargos directivos, las empresas han llegado a darse cuenta de que excluir-
las de esa clase de puestos es desaprovechar el talento organizador y ejecutivo
de casi la mi tad de su p ersonal. P or otra parte, es un hecho que la función
directiva está atravesando rápidas transformaciones; como ha señalado Kanter,
«las organizaciones propicias al cambio cultivan la imaginación para innovar,
el profesionalism o para ejecutar y la apertura para colaborar« (Kanter, 1997,
pág. 7). S e afirma que las mujeres po seen cualidades «femeninas« como la
capacidad de establecer relaciones y la aptitud para trabajar en equipo que son
valiosas en una atmósfera de gestión empresarial más cooperativa e innovadora.
En este artículo examinaremos lo que implica el adjetivo «femenin o« en los
ámbitos psicológi co, social y cultural, considerando la aplicació n de los con-
ceptos de diferencia de género en el uso lingüístico, en las teorías del liderazgo
y en los estilos de comunicación.
El género lo construye la sociedad
Hombre, mujer, varón, hembra, masculino y femenino son conceptos que
se manejan al tratar del sexo y del género en la biología, la ant ropología, la
sociología, la psicología, lo s estudios transculturales e incluso las teorías de
la dirección. Es frecuente encontrar los conceptos de sexo y género empleados
indistintamente en los escritos y en la conversación, lo mismo que los adjetivos
«masculino« y «femenino« para referirse a la condición de hombre y de mujer.
Por lo tanto, para saber de qué se habla será preciso definir estos té rminos con
más propiedad.
* Profesora del Instituto C atólico de Estudios Comerciales Superiores (ICHEC), de Bruse-
las, y de la Universidad de Lovaina la Nueva (Bé lgica); presidente de la International Network
for Women in Management.
Revista Internacional del Trabajo484
La biología divide a los individuos de cada especie segú n su sexo en ma-
chos y hembras, y, por lo general, estas categorí as sexuales no se discuten. La
dicotomía bio lógica presta su estructura a uno de los marcos vigentes en los
estudios sociosexuales, la «teoría de la función de los sexos«, según la cual, ser
hombre o mujer entraña desempeñar un papel general determinado por el sexo.
Pero esa teoría también emplea las palabras «masculino« y « femenino«, afir-
mando que el carácter femenino en particular es fruto de la socializació n de la
mujer. De acuerdo con este enfoque, las mujeres adquieren un sólido aprendi-
zaje de la función de su sexo en los primeros año s de vida, lo cual puede
generar un a actitud mental que les ocasione dificultades después, durante la
carrera laboral (Lipsey y otros, 1990). Es una forma de « trampa cultural«.
En su mayor parte, la teoría de la función de los sexos no se basa en la
observación empírica sino en el análisis de casos típicos. Para muchos psicólo-
gos, esta teoría equivale a una forma de determinismo social que aprisiona a los
individuos en estereotipos que después ellos mismos perpetúan por costumbre.
Los rasgos psicológicos de la masculinidad y la feminidad se medían hace
un cuarto de siglo según las «escalas de género« del inventario de las funciones
de l os sexos confeccionado p or Bem (Bem, 1974). En el lado masculino se
encontraban las características de dominación, ambición, cinismo y rebeldía, y
al fem enino le correspondían la consideració n, el t acto, la dependencia y la
emotividad. Una actividad masculi na típica era, por ejemplo, reparar aparatos
eléctricos, y una femenina ocuparse del propio aspecto físico. Esos resultados
no disipaban la confusión frecuente entre «diferencia sexual« y «masculinidad,
feminidad«, aunqu e algunos puntos reflejaban una noció n intuitiva de lo que
significan «masculinidad« y «feminidad« (Constantinople, 1973), ya que, como
veremos más adelante en la parte relativa a los conceptos de género y cultura, el
espectro masculinidad-feminidad es una faceta de la cultura social totalmente
independiente del sexo. En consecuencia, la feminidad y la masculinidad como
atributos de mujeres y de hombres no tienen por qué considerarse polos opues-
tos; antes bien, se pueden calibrar con arreglo a escalas separadas, y una misma
persona puede obtener una puntuación alta en ambas.
También se ha clasificado a la mujer y al hombre por sus resp ectivos
niveles de capacidad verbal, ansiedad y extraversión. Para la mentalidad popu-
lar, «las mujeres tienen mayor capacidad verbal« y «los hombres son más diná-
micos«. Lo cierto es que los estudios han revelado pocas diferencias netas de
alcance general. Precisamente llama la atención que el principal hallazgo de
unos ochenta años de investigaciones sea la enorme similitud psicológica entre
las m ujeres y los hombres de las poblaciones estudiadas por los psicólogos
(Connell, 1987).
El género lo construye la sociedad. Mientras que con el vocablo «sexo« se
indica una diferencia biológica, con «género« se indica una diferencia psicoló-
gica, social y cultural. Es ésta una teoría basada en la práctica, según la cual el
sexo se forja socialmente, lo mismo que las diferencias (no biológicas) entre
hombres y mu jeres. Goffman (1977 , pág. 305) h abla de «generismo« para
referirse a «una práctica de comportamiento individual ligada a la clase sexual«,
esto es, una práctica ligada al género en cuanto clase. La identidad de género

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