¿Hará falta un terremoto para que despierte la teoría económica?

Published date01 June 2010
DOIhttp://doi.org/10.1111/j.1564-9148.2010.00083.x
Date01 June 2010
AuthorRonald SCHETTKAT
Revista Internacional del Trabajo, vol. 129 (2010), núm. 2
Derechos reservados © El autor, 2010
Compilación de la revista y traducción del artículo al español © Organización Internacional del Trabajo, 2010
¿Hará falta un terremoto
para que despierte la teoría económica?
Ronald SCHETTKAT*
Resumen.La teoría de la tasa «natural» de desempleo y la hipótesis del mercado efi-
ciente vienen dominando desde los años setenta del siglo pasado las interpretaciones
de las tendencias económicas y las recetas programáticas. La idea maestra es que la
acción de los gobiernos y las leyes distorsiona unos mercados libres que, sin estas tra-
bas, funcionarían bien. La crisis actual es como un terremoto que está sacudiendo las
bases de estas teorías. El autor demuestra que carecen de fundamento, ya que, una
vez superadas las recesiones, y pese a las reformas estructurales implantadas en los
mercados laborales europeos, no se recuperó bien el empleo y las políticas moneta-
rias, presupuestarias y fiscales deflacionarias coartaron el crecimiento económico.
Cuando las tesis radicales se hacen mayoritarias
El PIB de la Unión Europea (UE) bajó un 4 por ciento y el de los Estados Uni-
dos un 3 por ciento en 2009, descensos que no se conocían desde la Gran Depre-
sión del decenio de 1930. Para muchos economistas y políticos, la crisis
económica que azota hoy al mundo ha sido una enorme sorpresa; según las teo-
rías en que se basó durante décadas la política económica, unos mercados esta-
bles retornarían rápidamente al equilibrio. De hecho, se pensaba que la política
era el elemento distorsionador que impedía a los mercados funcionar con efi-
ciencia e, incluso, que estimulaba los cambios de ciclo en vez de amortiguarlos.
La causa de la inestabilidad estaba en la política, no en los mercados.
En la actual situación de crisis, sin embargo, han sido los gobiernos los que
han acudido al rescate de las entidades financieras y de unas economías desesta-
bilizadas inyectando en ellas una enorme cantidad de fondos. Se pensaba, en
particular, que los mercados financieros —que se tenían por ejemplos consuma-
dos de los mercados ideales de la teoría— eran lo bastante eficaces para subsanar
*Escuela Schumpeter de la Universidad de Wuppertal; dirección electrónica: schettkat@wi
wi.uni-wuppertal.de.
La responsabilidad de las opiniones expresadas en los artículos sólo incumbe a sus autores, y
su publicación en la Revista Internacional del Trabajo no significa que la OIT las suscriba.
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todas las ineficiencias de las economías, a las que llevarían así por la senda más
rápida y despejada. «No se puede ir contra el mercado»: tal es la conclusión que
muchos extraen de la hipótesis del mercado eficiente (Fama, 1965), según la cual
el mercado financiero es eficiente ya que la información disponible se refleja en
los precios y no pueden producirse burbujas pues hay arbitradores inteligentes
que las deshacen con sus operaciones. Liberalicemos los mercados financieros ya
que los directivos especialistas en finanzas son los que más saben, hacen el traba-
jo de Dios —es lo que sostenía Lloyd Blankfein, presidente ejecutivo de Gold-
man Sachs (2009)—, y se les ha de retribuir muy generosamente por hacer tanto
bien a la sociedad. Los mercados financieros fueron calificados de mecanismos
estabilizadores y promotores de eficiencia del capitalismo moderno (véase tam-
bién el artículo de R.B. Freeman en este número de la Revista). Los mercados
hallan su equilibrio de manera inmediata y los precios no pueden estar equivoca-
dos, a menos que suceda algo imprevisible.
«Sucedió algo imprevisible» es, precisamente, el argumento favorito con
que se defienden los partidarios de la hipótesis del mercado eficiente, que redu-
cen la causa de la crisis actual a la quiebra de Lehman Brothers. Robert Lucas
(uno de los grandes defensores de la hipótesis mencionada) reconoció que la acti-
vidad económica se había desplomado en 2009, pero para él era un accidente im-
previsible. ¿Quién podría haber previsto el hundimiento de Lehman Brothers?
Nadie, alega Lucas (2009) en su defensa de la dicha hipótesis, y si alguien lo hu-
biera hecho, la solución habría tenido un costo prohibitivo. Pero confunde la cau-
sa con el efecto. La quiebra de Lehman lanzó evidentemente ondas expansivas
sobre los mercados financieros, pero era la consecuencia —y no la causa— de
que funcionaran mal. Lehman quebró porque sus activos estaban muy sobreva-
lorados. ¡Los mercados financieros tenían precios profundamente equivocados!
¿Por qué casi todo el mundo aceptó las predicciones de las teorías basadas
en unos mercados perfectos y estables? ¿Cómo podemos navegar por la volumi-
nosa y compleja información que generan las economías reales? ¿Cómo deducir
de esa información unas opciones programáticas factibles? En las religiones se
hace hincapié en valores y creencias, pero en la ciencia económica se hace hin-
capié en teorías —que, sin embargo, no son ajenas a determinados valores y que
suelen expresarse en fórmulas algebraicas— que sirven para interpretar las ten-
dencias de las economías y diseñar políticas viables. La teoría económica es
necesaria como guía de las políticas, pero, si se equivoca en lo que atañe a las re-
laciones fundamentales, es imposible que las políticas resultantes sean muy
acertadas. La teoría económica es, por tanto, necesaria y tiene mucha influencia,
pues de ella depende en gran medida que consideremos factibles determinados
planes políticos. «Las ideas de los economistas y de los expertos en filosofía po-
lítica, tanto cuando tienen razón como cuando no la tienen, son más poderosas
de lo que suele creerse. En realidad, el mundo se gobierna, sobre todo, por
ellas», escribió John Maynard Keynes hace tres cuartos de siglo (Keynes, 1936,
pág. 383). La evolución de la política económica, que se rige desde los años se-
tenta por la hipótesis mencionada y por la teoría de la tasa «natural» de desem-
pleo, confirma sin discusión posible la verdad de estas palabras de Keynes.

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