Género, mujeres y todo lo demás (Parte II)*

Published date01 March 2001
DOIhttp://doi.org/10.1111/j.1564-913X.2001.tb00026.x
Date01 March 2001
Revista Internacional del Tra bajo, vol. 120 (2001), núm. 1
Copyright © Organización Internacional del Trabajo 2001
PERSPECTI VAS
Género, mujeres y todo lo demás (Parte II)*
La primera parte de est a «perspectiva» se publicó en la entrega anterior de la Revista
Internacional del Trabajo (volumen 119 (2000), núm. 4). Allí se trazaba la evolución del
concepto de género e n el pensamiento feminista, para te rminar con un panorama glo-
bal de los principales asuntos en juego dentro del viraj e conceptual que se está dando
en la polític a de desarrollo feminista del planteamiento de «Mujeres en el Proceso de
Desarrollo» (MED) al de «Gé nero y Desarrollo» (GED). Una de las ideas pujantes es
que para lograr la igualdad debe ponerse má s interés, tanto en la inve stigación como
en la actuación pública, en los hombres y en las identidades sociosexuales masculinas.
Entran en escen a los hombres y la s masculinidades
El primer descubrimiento significativo que haremos en nuestro camino de mujeres hacia
la libertad será el de que los hombre s no son libres (Greer, 1970, pág. 331).
El interés del feminismo académ ico por los hombres y las m asculi-
nidades1 no es nuevo, aunque su revitalización, sobre todo por el impulso del
GED, marca un cambio decisivo respecto a la atención más bien teórica o
estereotipada que hasta ahora se les había prestado2. Este interés renovado se
debe, en par te, a las profundas transformaciones societales que el avance
hacia la igualdad ha inducido en los países desarrollados, e ntre ellas, la apa-
rición de grupos de hombres profeministas desde la década de 1980 (Connell,
2001, págs. 66-67) y, en parte tambi én, a la labor rec iente de investigadore s
varones sobre el tema3. Pe ro va unido fundamentalmente a la evoluci ón del
1* Por Mark Lansky, redactor de lengua inglesa de la Revista Internacional del Trabajo.
1Esta palabra se suele utilizar ahora en plural para señalar la existencia en la vida real de
diferentes tipos de masculinidad, teoría expuesta por primera vez en relación con los modelos de
género multidimensionales de los años ochenta y noventa (por ejemplo, Chodorow, 1994). En tér-
minos algo simplistas, las masculinidades se podrían definir como criterios o conjuntos de criterios
plasmados en comportamientos, posiciones sociales, rasgos, actitudes, gustos, apariencias externas ,
etcétera, que una sociedad — según sus cánones particulares — asocia a la condición biológica mas-
culina. Desde otro ángulo: «La masculinidad es sólo la idea que tienen los hombres de las funciones
que como tales les corresponden en una sociedad» (May, 1998, pág. 150). Pero habría más que decir
(véase Connell, 1995, capítulo 3) .
2Véase un examen completo de lo que esto significa para el GED en Chant y Gutmann (2000).
3Véanse, por ejemplo, Connell (1995); May, S trikwerda y Hopkins (1996); May (1998), y
Kimmel y Messner (2001).
92 Revista Internacional del Trabajo
propio pensamiento del GE D. En ese contexto, el estudio de la noción de
«hombres y masculinidades» suele inspirarse en dos opiniones generales que ,
en los escritos contemporáneos, no son de por sí excluyentes. La primera sos-
tiene que una mejor comprensión de las identidades sociosexuales masculinas
puede abrir cauces viables para imprimir más efica cia a la teorí a tradicional
de la «igualdad», que se vuelca exclusivamente en las mujeres. La segunda es
que tanto las políticas del GED como la búsqueda de la igualdad en la práctica
podrían beneficiarse de un planteamiento fundado realme nte en el género, es
decir, no sólo centrado en las mujeres, sino en lo que ve rdaderamente ocurre
cuando mujeres y hombres conviven en la familia y la comunidad, porque, en
definitiva, habrá que contar con el apoyo de los hombres en el proceso de
cambio hacia la igualdad y, por tanto, es necesario que también les interese a
ellos (White, 1997; Jackson, 1999; C hant, 2000, y Chant y Gutmann, 2000)4.
Más adelante destacare mos algunas preocupaciones, tesis y averigua-
ciones de esta corriente de pensamiento; pero, en todo caso, e s decir, con
independencia del objetivo último, la consideración detenida de estas cuestio-
nes plantea problemas incómodos a la perspectiva fem inista convencional.
En primer lugar, supone reconocer — y hacer operativa — efectiva -
mente la independencia entre género y sexo. Aunque ésa ha venido siendo la
premisa básica de la teoría del géner o, el supuesto comúnmente aceptado de
la socialización de las funciones de género específicas para cada sexo ha dado
origen a una tendencia en las investigaciones que confunde sin más género
con sexo, y que «a menudo aplica incorre ctamente el concepto de género y
utiliza el sexo biológico como variable sustitutiva al estudiar el género como
fenómeno intrapersonal» (Korabik, 1999, pág. 13; véase también Oakley,
1998, pág. 136). A demás, cuando el género se ha entendido corre ctamente
como construcció n sociocultural, «se ha aplicado por lo general a programas
de adelanto de las mujeres, y rara vez a ocuparse de los hombres» (Grieg,
Kimmel y Lang, 2000, pág. 4). No será fácil acabar con incongruencias tan
arraigadas.
En segundo lugar, es muy probable que la restauración de la disciplina
conceptual y ter minológica conduzca, al m enos, a cierta reconsideraci ón del
pronunciado contraste que se observa en m uchos escritos sobre el gé nero
«entre la atención tierna que se presta a las subjetividades femeninas y los
4Hasta ahora, sin embargo, se ha atendido relativamente poco a los beneficios que los hom-
bres pueden sacar de la igualdad y del mayor interés por sus identidades, modelos y actitudes de
género, aunque resulta indispensable plantear la cuestión en términos que pongan de relieve la abso-
luta falacia de suponer que la mitad de la población mundial vive bien sólo porque estadísticamente
se comprueba que algunos hombres acaparan recursos materiales y un reconocimiento personal muy
aprovechable. La pobreza humana tiene distintas causas y, entre ellas, la confusión ciega de medios
y fines es ciertamente una de las más insidiosas. Pueden verse argumentos generales y reflexiones
innovadoras en Beder (2000); algunas perspectivas masculinas, en Falabella G. (1997), Braun Levine
(2000) y Chant (en prensa); y análisis de teoría económica pertinentes en Sen (1987) y Folbre (1998).
Perspectivas 93
retratos acartonados y analítica mente rudimentarios que se hacen de los hijos
y patriarcas consentidos» (Jackson, 1999, pá g. 90). Ello, a su vez, podr ía
poner en tela de juicio la pre misa al uso de dominación masculina y subordi -
nación feme nina y la c lasificación casi dogmática de mujeres y hombres en
estereotipos de «chicas buenas y chicos malos» (White, 1997, pág. 16; véase
también Riger, 2000, capítulo 5). «Orientar el análisis de género a los m eca-
nismos del poder sin admitir la subordinación inevitable y universal de las
mujeres es una tarea compleja y ardua» (Jackson, 1999, pág. 90). El problema
que esto plantea al feminismo estaba previsto desde hace tiempo por a lgunos
de sus teóricos, que señalaron sobre todo un fallo de la política radical: «Idea-
lizar a los oprimidos ... como si las personas no participaran en su propia
sumisión» (Benjamin, 1988, pág. 9). En cambio, los términos «hombres»,
«masculino» y «masculinidad» no son intercambiables, porque «la masculi-
nidad no es una característica exclusiva de los hombres . .. Los discursos que
expresan masculinidad pueden hacerlos tanto hombres como m ujeres, y
ambos los utilizan y los padecen» (Grieg, Kimm el y Lang, 2000, pág. 5). «Al
asociar ciertos comportamientos con las mujeres y otros con los hombres se
oculta la realidad de que el comportamiento en sí no tiene género y puede
manifestarse en uno u otro sexo» (Riger, 2000, pág. 54).
El último, aunque no el menor, de los retos que las tradiciones feminis-
tas establecidas encuentran en la política del desarrollo es que al prestar una
atención seria a los asuntos antedichos podría fácilmente surgir un conflicto
con los intereses creados que im pulsan «el deseo de mantener [al GED ], ante
todo y sobre todo, como un terreno reservado a las mujere s» (Chant, 2000,
pág. 9)5.
Una mirada má s atenta a los «chicos m alos»
Con ese telón de fondo no ha de sorprender que buena parte de la investi-
gación sobre los hombres y las masculinidades desde la óptica del GED se
lleve a cabo con matizaciones e insistiendo en su congruencia con la pol ítica
feminista ortodoxa. «Los responsables de formular políticas de desarroll o
deben explicitar las razones que les llevan a ocuparse de los hombres y del
género masculino, y velar por que esa labor se entienda como un trabajo suple-
mentario en materia de género, que no detrae recursos de las actividades en pro
de las mujeres» (Sweetman, 1997, pág. 6; véase también Chant y Gutmann,
2000). Pues bien, los peligros intrínsecos de esa labor son evidentes. Por ejem-
plo, la separación conceptual entre hombres y masculinidades abre inmediata-
mente la posibilidad de que la subcategoría «masculinidad hegem ónica» sea
5Dada la ideología feminista que pretende unir a las mujeres sobre la base de su condición
de colectividad sometida (Riger, 2000, pág. 52), tambi én se podría explicar así la falta de inter és
directo del GED por las «feminidades» menos militantes, pese a la extensa labor teórica y psicoló-
gica que se ha hecho acerca del tema (por ejemplo, Chodorow, 1978 y 1994, y Benjamin, 1988 y
1998). Para comprender m ejor esta laguna, véase Cornwall (1997, pág. 9). Sobre las tensiones que
viven las mujeres entre feminidades convencionales y aspiraciones feministas véase lo que ha
escrito Williams sobre «la guerra de géneros entre féminas y marimachos» (2000, pá gs. 183-198).

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