Desarrollo y trabajo decente para todos

Date01 March 2004
Published date01 March 2004
DOIhttp://doi.org/10.1111/j.1564-913X.2004.tb00337.x
AuthorIgnacy SACHS
Revista Internacional del Trabajo,
vol. 123 (2004), núm. 1-2
Copyright © Organización Internacional del Trabajo 2004
Desarrollo y trabajo decente para todos
Ignacy SACHS
*
urante sesenta años el desarrollo ha sido una poderosa
idée-force
,
D
como concepto analítico y como ideología, fundamental en el
trabajo del sistema de las Naciones Unidas. Al igual que el elefante de
Joan Robinson — difícil de definir pero fácil de reconocer —, el desa-
rrollo no se deja encapsular en fórmulas simples. Y este carácter
esquivo se debe a sus múltiples facetas y a su complejidad. Como era de
esperar, el concepto de desarrollo ha ido evolucionando todos estos
años, incorporando experiencias positivas y negativas y reflejando los
cambios sufridos por la configuración política del mundo y las sucesivas
modas intelectuales.
Los estudios sobre el desarrollo han servido para precisar el con-
cepto, lo cual contrasta con el desconsolador nivel de desarrollo que
realmente hay en muchas partes del mundo. De ahí que sea necesario
revisar el concepto para hacerlo más operativo y a la vez reafirmar, más
que nunca, su importancia, especialmente cuando la idea de desarrollo
está siendo atacada desde dos frentes.
Los llamados posmodernos proponen renunciar a la idea misma con
el argumento de que ha actuado como una trampa ideológica inventada
para perpetuar relaciones asimétricas entre las minorías dominantes y las
mayorías dominadas, tanto dentro de los países como entre ellos. Afir-
man así que se debería pasar a un estadio de posdesarrollo, sin explicar
claramente cuál sería su contenido operacional concreto. Por supuesto
que tienen razón al poner en tela de juicio la tesis de que es posible un cre-
cimiento material indefinido, pues nuestro planeta es finito. Pero esta
obviedad no dice gran cosa acerca de lo que habría que hacer en los próxi-
mos decenios para superar los dos problemas fundamentales heredados
del siglo
XX
a pesar de su progreso científico y técnico sin precedentes: el
desempleo masivo y el aumento de las desigualdades.
* Catedrático honorario y codirector del Centro de Investigaciones del Brasil Contempo-
ráneo de la Escuela de Estudios Sociales Avanzados de París (EHESS). El presente artículo está
basado en un documento elaborado por el autor para la Comisión Mundial sobre la Dimensión
Social de la Globalización constituida por la OIT.
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Revista Internacional del Trabajo
En cuanto a los fundamentalistas del mercado, implícitamente
consideran el desarrollo como un concepto redundante. Su argumento
es que el desarrollo se producirá como un resultado natural del creci-
miento económico gracias al efecto de filtración. Por lo tanto, no hay
necesidad de una teoría del desarrollo: es suficiente con aplicar la cien-
cia económica moderna, que es una disciplina histórica y de validez uni-
versal. Sin embargo, la teoría de la filtración sería totalmente inacepta-
ble por motivos éticos aun cuando funcionara en la práctica, cosa que
de hecho no sucede. En un mundo de pasmosas desigualdades, es un
disparate pretender que los ricos se hagan aún más ricos para que así
los desposeídos estén un poco menos desposeídos.
A fin de afrontar estos dos problemas es urgente una nueva
aproximación entre ética, economía y política (Sen, 1987). «La econo-
mía que prescinde de consideraciones morales y sentimentales es como
las figuras de cera, que, pareciendo estar vivas, siguen careciendo de la
vida de los seres vivos» (Gandhi, 1921, pág. 344).
Mientras sean producto del entramado social, las «desigualdades
morales»
1
sólo podrán erradicarse mediante la voluntad responsable:
unas políticas públicas que fomenten la necesaria transformación insti-
tucional y la organización de medidas positivas que afiancen a los esta-
mentos más débiles y menos representados de la población, esa es-
forzada mayoría privada de posibilidades de trabajo y de subsistencia
decentes y condenada a desperdiciar la vida en la lucha diaria por la
supervivencia.
Como señala Ricupero (2002, pág. 64), las economías no se desa-
rrollan por el mero hecho de existir. El desarrollo económico ha sido
una excepción histórica, no una regla general; no surge espontánea-
mente de la libre interacción de las fuerzas del mercado. Los mercados
sólo son una de las varias instituciones que participan en el proceso de
desarrollo. Y puesto que son por naturaleza miopes, socialmente insen-
sibles y — según Soros (2002) — amorales, su ordenación (o debería-
mos decir su «reordenación») es una necesidad urgente a la vista de la
descorazonadora desigualdad que siempre trae consigo la aplicación de
las recetas neoliberales resumidas en el Consenso de Washington.
En cierto sentido, el Consenso de Washington ha actuado como
una contrarreforma dirigida contra el capitalismo reformado que llegó
a la mayoría de edad tras la Segunda Guerra Mundial, inspirado en los
textos de Keynes y Beveridge y en las experiencias del
New Deal
esta-
1
Rousseau (1754) traza así la distinción entre las desigualdades humanas: «Hay dos formas
de desigualdad en la especie humana; una que denomino natural o física, porque es establecida por
la naturaleza, y que consiste en una diferencia de edad, salud, fuerza corporal o cualidades del
espíritu o del alma; y otra que puede llamarse desigualdad moral o política, pues depende de una
especie de acuerdo, y es establecida, o al menos autorizada, por el consentimiento de los hombres.
Esta última consiste en diversos privilegios de que gozan algunos hombres en detrimento de otros,
como los privilegios de ser más ricos, más respetados o más poderosos, e incluso el de tener la
facultad de exigir obediencia».

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