Coalición global por el trabajo decente.

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ROMA - Hablando en presencia del Papa Juan Pablo II, Juan Somavia, Director General de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), exhortó hoy a representantes de los trabajadores y los empleadores que asistían en Roma al «Jubileo de los Trabajadores» a unirse en busca de una «coalición global por el trabajo decente».

Dirigiéndose a unos 200.000 participantes, con ocasión del 1 de mayo, el Sr. Somavia hizo un llamamiento a reexaminar las «normas y políticas que rigen nuestra economía mundial» a fin de darle «el sustento ético que carece» y para asegurarnos que «sus ventajas beneficien a muchos y no sólo a unos pocos».

A continuación figura el texto completo de la alocución: «Trabajo para todos: un camino de Solidaridad y Justicia», pronunciado por el Sr. Somavia con ocasión del «Jubileo de los Trabajadores - 1 de mayo de 2000».

Santísimo Padre:

Gracias por convocar esta reunión,

Gracias por estar con nosotros,

Gracias por invitarme a pronunciar este discurso,

En este 1 de mayo, permítanme honrar las luchas laborales del pasado y homenajear a quienes han puesto en peligro su vida para enfrentarse a fuerzas poderosas que no quieren escuchar la voz organizada de los trabajadores.

Estoy pensando en Lech Walesa, de Polonia, en Manuel Bustos, de Chile, en Steve Biko y en la totalidad del movimiento sindical de Sudáfrica. En nuestros días, pienso en Muchtar Pakpahan, de Indonesia, hoy afortunadamente en libertad, y en muchos otras mujeres y hombres y de coraje.

Santísimo Padre,

Quienes estamos reunidos hoy aquí representamos diversas dimensiones del mundo del trabajo. Pero más allá, de nuestras variadas perspectivas, compartimos la responsabilidad común de ampliar el ámbito de un trabajo decente para todos en la actual - e inquietante - economía globalizada. Tenemos que aliviar el enorme sentimiento de inseguridad que invade los hogares de tantas familias en todo el mundo. Se trata de una lucha global por la dignidad humana.

Vengo hacia ustedes, de la Organización Internacional del Trabajo, con un llamamiento laico a todas las personas de fe: necesitamos actuar ya, ahora mismo, con urgencia. Para comenzar, que cada uno de nosotros viva sus valores e incorpore los principios de justicia, lealtad, igualdad y compasión en su vida diaria, desde la intimidad de nuestros hogares hasta nuestra interacción con el mundo que nos rodea. Que utilicemos, con plena conciencia, nuestro sentido moral para adoptar decisiones e influir en las que se adopten. Para que nuestras voces se escuchen. Para promover una solidaridad sin fronteras.

Demasiadas personas, mujeres y hombres, están excluidas del empleo, de la propiedad, de toda representación y de la defensa eficaz de sus derechos.

Unos sistemas financieros globalizados generan crisis, con costos sociales enormes; los empleos son ahora más precarios, en las fábricas, las oficinas y el campo.

Los sentimientos de incertidumbre están creciendo, no sólo entre los pobres y los desposeídos, sino también entre las clases medias; trabajar duramente ya no garantiza una vida libre de pobreza.

El mundo está lleno de pobres con empleo - sobre todo en el Sur, pero también en el Norte.

¿Qué debería hacerse?

Santísimo Padre: lo habéis dicho muy claramente: «Tal vez haya llegado el momento de reflexionar de modo novedoso y más profundo sobre la naturaleza y los objetivos de la economía.»

Siguiendo vuestra sabia orientación, creo que deberíamos reexaminar las normas y políticas que rigen nuestra economía mundial.

Debemos desarrollar la voluntad política de revisar esas normas, para que la globalización beneficie a la mayoría, no sólo a unos pocos; para que podamos expandir hacia un mayor número de personas las ventajas de sociedades abiertas y mercados abiertos; para que la promesa de la sociedad de la información se extienda a los excluidos y no derive en nuevas desigualdades; y para que la globalización adquiera la legitimidad social generalizada de la que hoy carece.

Por todo ello, hago un llamado a que ejercitemos nuestra responsabilidad personal y colectiva a fin de lograr que los mercados funcionen en provecho de todos. Hacer del trabajo decente una vía para salir de la pobreza que afiance la dignidad personal hacia un gozo pleno de la riqueza de la vida.

Hago un llamado a que todos nosotros liberemos la potencialidad creativa del espíritu empresarial. A inventar nuevas empresas que respondan a necesidades humanas aún no satisfechas. A maximizar no sólo el justo beneficio sino también su impacto social. A medir los réditos de la inversión más allá del balance final. De preocuparnos de las personas y de la naturaleza al mismo tiempo.

Hago un llamado a una coalición global por el trabajo decente.

Como ha puesto de manifiesto el Jubileo 2000, podemos promover eficazmente la eliminación de la deuda de los países pobres.

Con el mismo compromiso, podemos promover también las normas fundamentales del trabajo como un «piso» social de la economía mundial. Promover el derecho de todos los trabajadores a organizarse y a negociar. Conseguir que se haga realidad la igualdad entre hombres y mujeres. Con la ayuda de ustedes para ratificar y aplicar el nuevo Convenio de la OIT, podemos poner fin a las peores formas de trabajo infantil. Todos juntos, tenemos que acabar con el trabajo forzoso.

Con vuestro apoyo al microcrédito, a las pequeñas empresas y a políticas macroeconómicas orientadas hacia el pleno empleo, podemos dar a todas las personas más oportunidades de trabajo. Podemos promover tanto la libertad de empresa como la libertad sindical en provecho de todos.

Con vuestro amor, esperanza y ayuda, podemos crear sociedades centradas en la inclusión. Una comunidad mundial en la que cada individuo pueda participar en el banquete de la vida.

¿Acaso son estos sueños o podemos trabajar todos juntos para alcanzar estos fines? Yo creo que sí. Por más grandes que puedan parecernos las diferencias que nos separan, nunca debemos perder la esperanza de compartir esperanzas comunes. El ideal de un trabajo decente para todas nuestras familias y para las familias de nuestros descendientes, puede llegar a ser una realidad. Tenemos a nuestra disposición conocimientos y recursos, pero nos faltan voluntades y políticas. La doctrina social de la Iglesia ha ayudado a muchos a encontrar los senderos apropiados.

Sabemos muy bien que una y otra vez la fuerza del espíritu humano ha demostrado que era posible cambiar situaciones que parecían inamovibles. Se ha superado la esclavitud, el colonialismo, el muro de Berlín, el apartheid y muchas dictaduras recalcitrantes; se han creado los sindicatos, se ha conseguido el voto para la mujer, junto a muchos otros progresos civilizadores: todo ello fue posible por la fuerza irresistible de gente común y corriente trabajando hombro con hombro.

Podemos repetir esos éxitos si fortalecemos la convicción moral necesaria para sustentar nuestro compromiso de acción en la práctica. Hoy en día, ello significa dar a la economía global un fundamento ético del que hoy carece.

Santísimo Padre,

Los que aquí nos hemos reunido hoy somos una verdadera muestra de la «familia mundial», como llamasteis a toda la humanidad en vuestro último mensaje para la celebración del Día Mundial de la Paz. Y aquí estamos, para recibir vuestra guía, vuestra inspiración y vuestra energía infatigable.»

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