Acoso moral - ¿Nuevo azote de la actividad laboral para los sindicalistas?

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¿Son las amenazas, los insultos y los actos de sabotaje parte del menú diario de una jornada laboral? Eso parece deducirse de una reciente colección de "historias de terror" sacadas a la luz en una reunión de representantes sindicales celebrada en Montreal. El periodista canadiense Jean-Sébastien Marsan describe el modo en que el acoso moral (mobbing) está convirtiéndose en la nueva pesadilla de los trabajadores, así como lo que los representantes de éstos y de los empleadores pueden hacer al respecto.

MONTREAL, Canadá - Una empleada recibe a diario amenazas de violación a través de mensajes de correo electrónico anónimos, lo que la lleva a padecer una crisis nerviosa. Un gerente hace retirar las puertas de los servicios, acusando a sus subordinados de malgastar el tiempo en los lavabos. Unos mineros del turno de día, enfrentados a los del turno nocturno, dejan de mencionar de manera intencionada qué muros de las galerías subterráneas pueden derrumbarse y provocar un accidente.

¿Forman parte todas estas historias de la vida ordinaria en el trabajo? Por desgracia, cada vez son más habituales. Los ejemplos anteriores se citaron el pasado año en la 14ª Conferencia Anual de Delegados Sociales del Consejo Regional Metropolitano de Montreal, de la Federación de Trabajadores de Quebec (FTQ en francés), el sindicato central más importante de esta provincia canadiense.

Cada uno de los 252 delegados sociales del Consejo, congregados en un hotel de Montreal durante un día de conferencias y seminarios, podía contar una de estas terribles historias. Este año, el acoso y la violencia fueron los temas tratados en la práctica totalidad de sus reuniones regionales.

En opinión de los delegados sociales de Montreal, el acoso moral (o psicológico) se ha añadido recientemente a las formas de violencia "tradicionales" (peleas, agresiones sexuales, racismo, sabotaje, etc.). ¿La causa?: "Todas las presiones relacionadas con la reorganización del trabajo y la falta de personal", asegura Denise Gagnon, coordinadora de la red de delegados sociales de la FTQ. "Las personas caen física o mentalmente enfermas. La otra posibilidad para mitigar su estrés consiste en acabar atacándose entre sí".

EL PAPEL DE LOS "DELEGADOS SOCIALES"

Los delegados sociales, desconocidos para el público en general en Quebec, reciben formación de los sindicatos para constituir redes de autoayuda. En la década de 1980, se ocuparon fundamentalmente de problemas personales: toxicomanías, rupturas familiares, deudas, ludopatías, depresión, tendencias suicidas, etc. Desde la década de 1990, prestan una mayor atención a los conflictos interpersonales relacionados con la organización (o la desorganización) del trabajo.

"El delegado social es un ayudante natural en el entorno laboral de cada trabajador", explica Jean-Luc Pagé, delegado social del Local 301 del SCFP (un sindicato de trabajadores manuales de la ciudad de Montreal). "Desempeña simultáneamente el papel de oyente, mediador y, en casos extremos, proveedor de recursos. Estas actividades se realizan a título individual; no son terapeutas, sacerdotes ni miembros de Alcohólicos Anónimos. Su función primordial es ocuparse de los problemas de las personas y remitirlos a los servicios de profesionales (psicólogos, médicos, etc.)".

El programa de los delegados sociales del Consejo Regional de la FTQ se puso en marcha en 1984. La FTQ cuenta con unos 1.200 delegados en Montreal y casi 2.300 en la provincia de Quebec en su conjunto. Se trata de una red de "trabajadores sociales" sin parangón en el resto de sindicatos centrales de Quebec.

François Courcy es autor de un estudio sobre la violencia en el lugar de trabajo en el que participaron 600 trabajadores (incluidos 318 miembros de la FTQ). Courcy, psicólogo laboral, fue invitado a la Conferencia, en la que hizo un retrato de ese tipo de hostilidad despiadada, más verbal y psicológica que física.

La violencia del siglo XXI es indirecta (por ejemplo, consiste en no desmentir un rumor falso, en lugar de insultar a alguien en persona) y pasiva (no se informa a un trabajador del riesgo de accidente en lugar de provocarlo directamente, o se destruye psicológicamente a un empleado haciéndole el vacío, no prestándole atención o aislándolo del resto de los miembros de la plantilla. Los compañeros de la víctima hacen caso omiso de la situación generada, por miedo o por cobardía. El agresor acaba saliendo indemne.

"El problema es la competencia entre trabajadores por los puestos de trabajo, especialmente en el caso de las horas extraordinarias", afirma Francine Burnonville, coordinadora de la red de delegados sociales del Consejo Regional Metropolitano de Montreal.

Para mantener un empleo o conseguir horas extraordinarias, "la violencia no será de carácter racista o sexual, que ha dejado de resultar aceptable, ni nadie golpeará a un compañero", explica la Sra. Burnonville. "La conducta se desarrollará a otro nivel, a modo de violencia pasiva: acusaciones de incompetencia, manipulación de los hechos para que el empleado pueda parecer demente, para que pierda sus herramientas; en otras palabras, mezquindades menores".

LA RESPONSABILIDAD DEL EMPLEADOR

Entre 1990 y 1999, el número de reclamaciones presentadas ante la Comisión de Salud y Seguridad en el Trabajo (CSST) de Quebec por "daños psicológicos" se duplicó. François Courcy señaló que de cinco a seis trabajadores de Quebec cometen suicido cada semana por una razón relacionada con su actividad laboral. La frecuencia es alarmante.

En lugar de modificar la organización del trabajo, que suele basarse en la consecución de un determinado nivel de rendimiento a cualquier precio, los empleadores prefieren atribuir la violencia a lo que François Courcy denomina el "mito del perfil del agresor".

En "Un collègue veut votre peau" (Un compañero quiere tu cabeza), un pequeño y práctico libro publicado recientemente por Les Editions Transcontinental (Montreal, colección "S.O.S. boulot"), se describen tres arquetipos de agresor:

  1. la "bestia", una persona brutal ajena a toda redención que desde la infancia disfruta destruyendo la dignidad de los demás;

  2. el "político", un empleado ambicioso que acosa a un compañero y se apropia de las ideas de éste en su provecho, con el fin de conseguir un ascenso o ganarse el favor de la dirección;

  3. el "impostor", un empleado incompetente que oculta sus errores difamando a los demás.

    A estos tipos de agresores les corresponden otros tres tipos de víctimas:

  4. la "bestia" elige objetivos fáciles, que adolecen de fragilidad emocional o no pueden permitirse dejar su empleo;

  5. el "político" acosa a los empleados que considera rivales y que desea eliminar;

  6. el "impostor" desacredita, para protegerse, a sus antiguos compañeros.

    Estas clasificaciones, sin duda útiles, tienen el defecto de no cuestionar la responsabilidad del empleador. El autor de "Un collègue veut votre peau" reduce el problema a las relaciones entre empleados, como si fuera competencia exclusiva de éstos informar de la agresión y proceder a su tratamiento. Esta limitación no favorece la solución del problema en absoluto, ya que los trabajadores suelen comportarse de manera individualista e insensible, y cada uno se preocupa de mantener su puesto a toda costa.

    En su famosa obra "Le harcèlement moral: La violence perverse au quotidien" (Acoso moral: la violencia perversa a diario) (Syros, París, 1998), un libro que ha tenido una repercusión significativa en Francia y en otros países, la psiquiatra y psicoanalista Marie-France Hirigoyen afirma que "no debe trivializarse el acoso convirtiéndolo en una característica fatalista de nuestra sociedad. No es el resultado de la crisis económica actual; deriva únicamente de la permisividad organizativa".

    En 2001, la autora ahondó en sus ideas a través de la obra "Malaise dans le travail: Le harcèlement moral, démêler le vrai du faux" (Malestar en el trabajo: acoso moral; separación entre lo real y lo ficticio), en la que expresa su esperanza de que los gobiernos exijan a las empresas que establezcan programas de prevención frente a un problema que no constituye en realidad una debilidad personal, sino una enfermedad colectiva. En Francia, el concepto de acoso moral se ha recogido muy recientemente en el Código de Trabajo.

    Para François Courcy, "Existe violencia en un cierto entorno, y es el que atañe a la forma en que se gestiona el personal. Y, finalmente, ¿quién se ocupa de esa gestión? El empleador". El delegado social Jean-Luc Pagé va más allá: "La organización del trabajo es violenta. Las personas se vuelven intolerantes, impacientes y agresivas, sufren cansancio y agotamiento y nadie se ocupa de escucharlas".

    En sus investigaciones sobre el terreno, François Courcy observó que la mayoría de los empleadores cierran los ojos ante la violencia. Esta actitud tiene importantes repercusiones para las empresas: aumento del absentismo, drástica reducción de la productividad, pérdida de clientes, incremento del número de quejas, costes de sustitución de los empleados que abandonan su puesto o se dan de baja por enfermedad, elevación de las cotizaciones a la CSST. En definitiva: disminución de los beneficios.

    ¿VIOLENCIA EN LOS SINDICATOS?

    Los sindicatos no son inmunes. A pesar de la vigilancia de sus dirigentes, los afiliados pueden utilizar el acoso u otras formas de violencia para alcanzar sus fines. Ésta fue la cuestión fundamental tratada en la Conferencia anual de los delegados sociales de Montreal en noviembre: ¿qué hacer con los sindicatos violentos?

    Jean-Luc Pagé, en las filas del sindicato de trabajadores manuales de la ciudad de Montreal, caracterizado por su espíritu combativo, confiesa: "Se nos considera un sindicato bastante violento, pero se hace todo lo posible por contrarrestar la violencia. En una organización sindical puede haber elementos disfuncionales, y conocemos unos cuantos. Los sindicatos deben fomentar la sensibilización de sus afiliados y de sus organizaciones para combatir este azote con mayor eficacia, pero no creo que nuestros sindicatos puedan calificarse como intrínsecamente violentos".

    "Las relaciones laborales son luchas de poder. Se trata de un ámbito que no está exento de violencia", señala Denise Gagnon. "Llevo 25 años en la actividad sindical. Al principio, en la negociación colectiva primaba más el puñetazo sobre la mesa que la argumentación", recuerda la sindicalista. "Hoy, se recopila información y se está mejor preparado antes del inicio de las negociaciones, con el fin de evitar los callejones sin salida. Hace veinte años, el 10% de los contratos [de trabajo] acababa en conflicto; actualmente, el porcentaje oscila entre el 3 y el 5 %."

    En un caso de violencia en el lugar de trabajo, un sindicato tiene la obligación de representar de manera equitativa al agresor y a la presunta víctima ante la CSST o los tribunales. Cogidos entre la espada y la pared, los delegados sociales de la FTQ demuestran con su ejemplo que las relaciones laborales van mucho más allá de pancartas y convenios colectivos.

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