Transformaci

AuthorJensen, Magdalena

INTRODUCCIÓN

La primera década y media del nuevo milenio fue especialmente buena en relación con la reducción del hambre en el mundo. Sin embargo, a partir de 2015 se comenzó a percibir una tendencia al alza en las tasas de desnutrición a nivel global. Sudamérica ha destacado por sus políticas destinadas a la reducción del hambre, alcanzando las tasas más bajas de prevalencia de la malnutrición dentro de los países en vías de desarrollo, con un 5,4 % en promedio para la región en 2018 (FAO, FIDA, OMS, 2019; FAO, IFAD, UNICEF, 2017; FAO, 2015a).

En Sudamérica, el indicador de inseguridad alimentaria severa--aquellas personas que dejan de comer y que, por tanto, sufren de hambre--aumentó de un 6,0 % de la población entre 2014-2016 a 8,2 % en el período 2016-2018; mientras la prevalencia de la inseguridad alimentaria moderada aumentó de 23,8 % a 30,8 % de la población en el mismo período (FAO, FIDA, OMS, 2019). Estos cambios negativos en la región han sido impulsados especialmente por Argentina y Venezuela, cuyas tasas de hambre han aumentado significativamente en el período.

Chile es uno de los países con mejores indicadores en cuanto a hambre en Sudamérica, alcanzando la prevalencia de la inseguridad alimentaria severa a un 3,4% de la población, es decir unas 600.000 personas. En tanto, la inseguridad alimentaria moderada asciende a 13,6 %, es decir unos 2,5 millones de personas (FAO, FIDA, OMS, 2019; Ministerio de Desarrollo Social, 2018). Si bien estas cifras son bastante buenas en un contexto global, una proporción significativa de la población vive constantemente sin dinero suficiente para acceder a una dieta saludable; tiene incertidumbre sobre su capacidad de adquirir alimentos, o debe saltarse una comida ocasionalmente.

Si en términos globales Chile ha mostrado un buen desempeño en cuanto a la reducción del hambre, otros indicadores nutricionales no son tan favorables para el país. Un 9,3 % de los niños menores a 5 años tiene sobrepeso, mientras un 28,8 % de la población sobre 18 años es obesa (FAO, FIDA, OMS, 2019). La obesidad ha sido relacionada directamente con la inseguridad alimentaria, especialmente con los niveles moderados de esta. Los alimentos frescos y más nutritivos tienden a ser más costosos, por lo que cuando los recursos económicos escasean, las familias tienden a comprar alimentos menos costosos y que tienden a ser altos en calorías y bajos en nutrientes (Zacarías H. et al., 2009). Chile es el segundo país en Latinoamérica con el consumo más alto de alimentos ultra-procesados, lo que incrementa el riesgo de obesidad. Sin embargo, la ley de etiquetado de alimentos tiene el potencial de cambiar los hábitos de los consumidores (FAO, PAHO, WFP, & UNICEF, 2019). Además, existen factores psicológicos ligados a no tener un adecuado acceso a la alimentación, los que pueden llevar a sentimientos de ansiedad, depresión y estrés, los cuales a su vez pueden acarrear comportamientos que incrementen el riesgo de sobrepeso y obesidad (FAO, IFAD, ÜNICEF, 2017; FAO, IFAD, UNICEF, WFP, & WHO, 2019; HLPE, 2017; Pan, Sherry, Njai, & Blanck, 2012).

Un sistema alimentario puede ser definido como la suma de los diferentes elementos (personas, medio ambiente, insumos, infraestructura, instituciones, etc.), actividades y actores que interactúan entre sí, y que hacen posible la producción, comercio, transformación, distribución y consumo de alimentos (Ericksen, 2008; FAO, 2017; HLPE, 2014; Ingram, 2011; Valentini, Sievenpiper, Antonelli, & Dembska, 2019). Dicha definición incluye las interacciones entre la sociedad y el medio ambiente, y entre cada uno de sus componentes; además de las actividades destinadas a la producción y el consumo de alimentos, y los resultados o consecuencias, como el estado nutricional de las personas, la salud del medio ambiente y el bienestar social.

El sistema alimentario global, y cada uno de sus subsistemas, han ido transformándose significativamente en los últimos 50 años, y con especial rapidez en las últimas dos décadas (Intini, Jacq, & Torres, 2019; Reardon et al., 2019). Dicha transformación puede ser caracterizada en tres diferentes tipologías de sistemas alimentarios: tradicionales, mixtos y modernos (HLPE, 2017). Si bien son múltiples los aspectos que inciden en los cambios sistémicos, es posible distinguir algunos factores clave como la dieta, urbanización, producción agrícola y factores de producción, cadenas de distribución y comercialización, inversión en infraestructura, políticas de liberalización y el incremento de los ingresos que deriva en un mayor poder adquisitivo (HLPE, 2017; Reardon et al., 2019; Reardon & Timmer, 2014).

Sudamérica ha experimentado grandes cambios en sus sistemas alimentarios durante las últimas décadas (Intini et al., 2019; Rapallo & Rivera, 2019), tanto en relación con los resultados nutricionales y ambientales como en producción, comercialización y distribución de alimentos. Sudamérica se ha posicionado en las últimas décadas como una zona exportadora neta de alimentos, produciendo más calorías y alimentos de los que necesita la población de la región. Es en este contexto en que Chile se posiciona como una potencia agroexportadora.

A partir de mediados de la década de los '90s, Chile comienza a consolidar su política global de apertura comercial, lo que se ve reflejado tanto en la baja de aranceles como en la firma de múltiples Tratados de Libre Comercio (ODEPA, 2017b). Chile hoy cuenta con acuerdos comerciales que lo vinculan con la totalidad de las Américas, la Unión Europea, y países de Asia y Oceanía. Las alianzas comerciales bilaterales que ha firmado han determinado que gran parte de los bienes de exportación sean liberados de aranceles, lo que posiciona al país en un favorable ámbito internacional.

El objetivo de este artículo es analizar los cambios ocurridos en el sistema alimentario de Chile, especialmente en términos productivos y de comercialización internacional de alimentos durante las últimas siete décadas. Adicionalmente, se realiza una reflexión sobre las implicaciones de estos aspectos en el sistema alimentario chileno y en la seguridad alimentaria nacional.

METODOLOGÍA

El análisis de los cambios ocurridos en el sistema alimentario en Chile se puede separar en dos partes, la primera relacionada con la producción agrícola que es estudiada en base a la superficie dedicada a cada tipo de cultivo, y sus diferentes espacialidades, entre las décadas de 1950 y 2010. La segunda se basa en el análisis de cambios en la comercialización internacional de productos agrícolas entre las década del '80 y la actualidad.

La producción y el comercio de alimentos son dos componentes clave de los sistemas alimentarios, estas variables en conjunto permiten, en gran medida, analizar la cantidad disponible de alimentos en un determinado momento y lugar (Baldos & Hertel, 2015; von Braun, Afsana, Fresco, Hassan, & Torero, 2020). La interacción entre producción y comercio permite comprender y analizar el estado de la seguridad alimentaria de la población, particularmente en la dimensión de disponibilidad (Brooks & Matthews, 2015; Committee on World Food Security, 2016; FAO, 2015b; Pedraza, 2005). El suministro o disponibilidad de alimentos es un requisito básico para la seguridad alimentaria. Este depende de la producción, las reservas, las pérdidas, la diferencia entre importaciones y exportaciones, y de la ayuda alimentaria.

Con el fin de analizar los cambios espaciales en los cultivos agropecuarios en Chile, se analiza la información de los censos agropecuarios de 1955 (Ministerio de Economía, 1956); 1965 (Dirección de Estadísticas y Censos, 1966); 1975 (Instituto Nacional de Estadística, 1976); 1997 (Instituto Nacional de Estadística, 1998), y 2007 (Instituto Nacional de Estadística, 2008). Para conseguir una temporalidad más continua, se realiza una "reconstrucción" del censo de 1985 en base a estadísticas productivas de la década (Oficina de Planificación Agrícola, 1988). En tanto, para 2017, y con el fin de analizar los últimos avances, se realiza otra "reconstrucción" del censo agropecuario de 2017, que aún no ha sido realizado, en base a información sectorial de ODEPA (2020a).

La división administrativa política del país ha cambiado entre 1955 y el presente. Con el propósito de realizar análisis comparativos a una escala similar, la información de los censos de 1955 y 1965 es agregada a nivel de región, de acuerdo con las 13 regiones creadas a mediados de la década del '70. Mientras el censo de 2007 y la "reconstrucción" de 2017 son desagregados de acuerdo con las mismas 13 regiones. Con esto se logra una serie de tiempo de siete décadas a nivel de 13 regiones en Chile.

La metodología de recolección de datos y de entrega de estos ha ido cambiando en el tiempo. A fin de homogeneizar los datos para su posterior comparación, los cultivos son agregados en diferentes categorías, cuyos componentes han sido normalizados en los censos agropecuarios de 1997 y 2007. Así, por ejemplo, en el VI y VII censo agropecuario, se utilizan las categorías de cereales, y leguminosas y tubérculos como entidades diferenciables, mientras en los censos anteriores, estas dos categorías se agregan y conforman la tipología de cereales y chacras. Con el fin de unificar las diferentes mediciones se toma como guía la categorización, y conjunto de cultivos que las componen, empleadas en los censos de los años 1997 y 2007. De esta forma, según sea la categoría de cada cultivo, en que subconjunto este se considera para calcular el total para cada año, categoría de cultivo y región.

Es importante notar que los resultados de los años 1985 y 2017 no corresponden a datos censales, sino a informes sectoriales que no alcanzan el mismo nivel de profundidad que los recabados durante un censo. Sin embargo, la utilización de estos datos sectoriales permite hacerse una idea más acabada de los cambios decadales que ha experimentado el cultivo agrícola en el país.

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