Insercion global y malestar regional: la politica exterior chilena en el ciclo democratico, 1990-2006 *.

AuthorFermandois, Joaqu
PositionAmpliaci

LA TRANSICIÓN INTERNACIONAL

Nada comienza de la nada; todo tiene un origen próximo y otro más remoto, pero no menos decidor. Con todo, en la historia política de Chile existe una cesura clara, con un breve proceso, que va del plebiscito de octubre de 1988 hasta el 11 de marzo de 1990, cuando asume Patricio Aylwin como primer presidente de la nueva democracia. En el campo de la política exterior, esta marca tiene una impronta todavía mayor. Si la paz política que se impone en Chile aproximadamente a partir de 1987 tenía que ver con los cambios políticos en el mundo, la coherencia y la imagen de éxito de su política exterior y, en general, de su relación con el sistema internacional, aparecen todavía más marcados por los cambios globales (1). El cambio de la cultura política chilena fue parte de una transformación de legitimidad política global. Fue una demostración dramática, una más, de lo estrechamente relacionada de la historia nacional con la de su mundo.

En política exterior, el cambio no fue menor, aunque hubo continuidades. Lo más destacado fue el protagonismo internacional de la imagen de Chile, generalmente muy negativo; junto a la percepción de que el país estaba aislado en lo diplomático, aunque a la vez pugnaba por acercarse a las corrientes principales del desarrollo latinoamericano de fines de la década de 19802. A partir de 1987, su desarrollo económico comenzó a ser considerado como un >. Después del plebiscito de 1988, y a lo largo del ciclo en el cual el país se pacificó, incluyendo el plebiscito de 1989, las elecciones presidenciales y parlamentarias de 1989, y la asunción de poder por parte de Patricio Aylwin el 11 de marzo de 1990, hubo una atención mundial hacia el país austral. Además, se consideraba que a una > se añadía la democratización. El círculo estaba perfecto. Esta percepción caracterizaría los primeros años del gobierno de la Concertación, hasta bien avanzada la década de los años noventa (3).

Uno de los principales fines de política exterior del programa de Patricio Aylwin, era la >. Fue la parte más fácil de cumplir. El país se > ya en el período transcurrido entre el plebiscito de octubre de 1988 y la asunción del mando de Aylwin en marzo de 1990. Una extraordinaria comitiva de jefes de Estado y de gobierno acompañó al nuevo mandatario en las ceremonias de esos días. Rápidamente, no solo se reanudaron las relaciones con todos los países con las que estaban rotas, con la salvedad de Cuba, hasta 1993; y con Bolivia, por el sempiterno problema de la salida al mar. También Aylwin se convertiría en estrella internacional, y viajaría triunfalmente por todo el mundo. En muchas partes del mundo, incluyendo la Rusia post-soviética, se hablaría con encomio acerca del >, como dechado casi perfecto de economía de mercado sumado a democracia pacífica, que ciertamente en esto último lo era. A pesar de un terrorismo residual, sobre el país > una paz que incrementó la reconciliación práctica que se había ya dado en la segunda mitad de los noventa. A ellos se le sumarían 15 años de crecimiento continuo, de 1984 hasta 1998 inclusive, el más largo de la historia del país desde que existen cifras. La atmósfera de optimismo, aunque orientada fuertemente a lo material, era lo que predominaba en la vida cotidiana de chilenos y chilenas, al menos cuando miraban a la cosa pública, aunque ello coexistiera con el >. Era fenómeno universal, que en Chile tenía que ver además con el propio éxito de la estabilidad democrática a partir de la transición.

UN NUEVO EQUIPO EN UNA ÉPOCA DE ESTABILIDAD

El período que vemos aquí, entre 1990 y 2006, representa así años de gran estabilidad y permanencia. Las transformaciones tienen que ver tanto con lo obvio, de que el tiempo cambia las cosas, como la evolución del sistema internacional, en las diferentes capas en que están insertos el Estado y la sociedad chilenos. Y aunque cada cierto tiempo se anuncia a veces algo rimbombantemente una nueva estrategia internacional, resulta más peligroso correr el riesgo de descarrilar una historia de éxito que ensayar probables derivaciones del futuro. La continuidad permanece como la marca más distintiva de la política exterior de estos años, aunque el entorno da cuenta de transformaciones y discontinuidades no menores.

La continuidad institucional es reforzada por la continuidad en la cultura política, en la coalición gobernante y en la oposición, así como en la afirmación de lo que ha devenido en llamarse >. Los cuatro presidentes, hasta el momento de escribirse estas líneas, han respondido a crisis externas, pero no han impulsado golpes drásticos de timón. Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000), Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006), han mantenido al mismo equipo en la dirección de la política exterior, con cambios nominales, pero que responden a un mismo liderazgo, tanto en orientación política general como en generación.

Quizás la excepción fue el primer canciller, Enrique...

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