Patentes y medicamentos: la batalla de los países en desarrollo.

AuthorMorri, Francesca

Las patentes sobre medicamentos son muy cuestionadas en la actualidad, sobre todo cuando se refieren a fármacos que sirven para curar enfermedades que originan graves problemas de salud pública en algunos países del sur del mundo, Esto porque, al conferir la patente un derecho exclusivo sobre el medicamento, su titular podría fijar unilateralmente precios muy altos, que no estarían al alcance de los servicios de salud de los países más pobres del mundo. Existen al respecto dos intereses, ambos legítimos pero contrapuestos: por un lado, está el interés en promover la investigación médica y farmacéutica y el desarrollo de nuevos medicamentos, que es la base del sistema de las patentes; por el otro, a los países cuya población que tienen una alta incidencia en algunas enfermedades, les interesa poder disponer de medicamentos de bajo costo. El tema ha sido enfrentado en el mareo de la Organización Mundial de Comercio. a raíz de la aplicación del Acuerdo ADPIC, de 1994, y de la divergencia de opiniones al respecto entre los países desarrollados y los países en desarrollo, especialmente del continente africano. La solución encontrada hasta el momento, primero con la Declaración de DOHA y luego con una decisión del Consejo General de la OMC, parece ser una solución de transición entre ambos intereses en juego

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PATENTES Y MEDICAMENTOS: UNA RELACIÓN PROBLEMÁTICA

Como se sabe, la patente sobre una invención es el instrumento jurídico mediante el cual se garantiza al inventor el derecho a utilizar su invención en forma exclusiva, es decir, en régimen de monopolio, durante cierto tiempo (1).

Este instrumento de protección de las innovaciones técnicas del hombre se remonta a los siglos XV-XVIII, época en que aparecieron las primeras leyes generales sobre el tema de las invenciones (2). Y se puede decir que la patente ha tenido opositores desde su origen (3). Sin embargo, nos parece que nunca antes el instituto de la patente había sido tan cuestionado como ahora, no solamente por los especialistas en economía o en derecho, sino también por la opinión pública, los medios de información, etc. En particular se han cuestionados las patentes sobre una clase determinada de invenciones, es decir, los medicamentos (a los cuales hay que agregar los genéricos, que no interesan en el presente estudio), dado que al atribuir un monopolio a su titular, las patentes serían la causa del elevado precio de algunos de ellos, precio muchas veces inalcanzable para las personas enfermas o los servicios de salud de los países más pobres del mundo.

El problema se puede resumir así: en la actualidad hay enfermedades muy graves (como el SIDA), que afectan a parte importante de la población mundial y que tienen curación o que, si bien aún no la tienen, puede detenerse su desarrollo y prolongarse la vida del paciente. Los medicamentos para estas enfermedades son patentados por las empresas multinacionales farmacéuticas, que así se aseguran un monopolio de ellos por algunos años, monopolio que permitiría que los laboratorios fijaran unilateralmente su precio. Este precio sería demasiado alto y, por ende, sólo podrían tener acceso a estos medicamentos enfermos de altos ingresos o que gocen de un sistema nacional de salud que los adquiera por ellos. En otras palabras, por enfermos ciudadanos de los países más desarrollados del mundo. El resultado sería que, para las enfermedades mas graves, la patente le negaría el derecho a la salud a una parte importante de la población mundial.

¿La solución? Muy simple: eliminar de una vez por todas, o dejar sin efecto, las patentes y permitir que el medicamento sea producido por varios laboratorios independientes, lo cual aseguraría un nivel óptimo de relación calidad/precio y permitiría que el medicamento estuviera al alcance de todos.

Este tipo de razonamiento, muy en boga hoy (4), es la base de la opinión de muchos sobre un juicio muy famoso en que fueron partes el Gobierno de Sudáfrica y algunas multinacionales farmacéuticas, y que se refería justamente a patentes sobre medicamentos contra el SIDA (5). También es la base de vatios comentarios relativos a un enfrentamiento entre los gobiernos de Brasil y de Estados Unidos, en el marco de la Organización Mundial de Comercio. Sin embargo, el mismo razonamiento apareció en varias oportunidades en la prensa de nuestro país, cuando se hablaba de los TLC con Estados Unidos y con la Unión Europea y de las consecuencias que la implementación de dichos tratados tendría en la ley nacional de patentes y, en particular, en la posibilidad de patentar los genéricos.

A nuestro juicio este razonamiento está profundamente equivocado. Y no por que pensemos que las personas que tienen menos recursos no tengan el mismo derecho a la salud que aquellos que disponen de recursos económicos, sino por las consecuencias que tendría la eliminación de las patentes para el futuro de la investigación médica y farmacológica y particularmente por la convicción de que, a no ser por las patentes, ni siquiera estaríamos discutiendo de precios de medicamentos, de derecho a la salud de las personas con menos recursos, etc., porque simplemente no tendríamos nuevos medicamentos para enfermedades nuevas.

En el presente estudio tratará de demostrarse que, nos guste o no, las patentes son necesarias, y que el problema del acceso a los medicamentos de las poblaciones más pobres del mundo no se soluciona eliminándolas, sino mediante mecanismos de ayuda y de cooperación internacionales, así como de mediación entre la necesidad de garantizar el derecho a la salud de los habitantes de ciertas áreas del mundo y los legítimos intereses de los titulares de las patentes a no verse excesivamente perjudicados en sus derechos.

LAS PATENTES COMO INCENTIVOS PARA EL DESARROLLO DE NUEVOS MEDICAMENTOS

El derecho industrial generalmente enseña que el objetivo de las patentes es estimular el progreso técnico y promover la divulgación de la información. Y esto porque nadie tendría estímulo para invertir tiempo, energías y dinero en la búsqueda de una innovación, y en comunicarla, si no pudiese obtener un "premio", es decir, un retorno económico para su actividad (6).

Esta simple regla de vida (para hacer cualquier cosa necesitamos estímulos) vale con mayor razón en el campo de la investigación farmacéutica de punta. Para desarrollar un nuevo medicamento se requieren investigaciones muy complejas, largas y costosas, laboratorios bien equipados y los mejores investigadores. El producto tiene que ser sometido a pruebas clínicas, hay que comprobar cuál es la forma mejor y más efectiva de suministro y finalmente, hay que lanzar el producto en el mercado, es decir, debe obtenerse la autorización de venta del servicio de salud, los médicos tienen que ser informados sobre el nuevo producto, hay que publicitarlo, etc.. Todas las "operaciones" antes descritas, sobre todo la parte de investigación, tienen un costo, y muy alto.

Lamentablemente las instituciones públicas no asumen este costo. Como se sabe, los gobiernos destinan una proporción muy pequeña de su presupuesto a la investigación, salvo que se trate de investigación de carácter militar para producir nuevas armas para la defensa del país, de carácter energético o ambiental, o espacial. Sería seguramente oportuno que las instituciones públicas financiaran integralmente la investigación sobre el SIDA, o sobre la esclerosis múltiple, o el Alzehimer, etc., pero la realidad es que los gobiernos tienen otras prioridades (instrucción, infraestructura, sistemas de salud pública, defensa del país, etc.), y no disponen de recursos suficientes como para financiar las grandes investigaciones médicas. Las universidades tampoco tienen los recursos. Entonces ¿quién se hace cargo de proveer los medios económicos para que se lleven a cabo las grandes investigaciones farmacéuticas? La empresa privada, directamente o financiando centros de investigación, laboratorios de hospitales o de universidades, etc.

Pero ninguna empresa privada tiene como objetivo fundamental hacer beneficencia a la humanidad. De hecho, no es por esto que las multinacionales farmacéuticas financian las grandes investigaciones: lo hacen solamente porque tienen la certeza de que, si la investigación llega a desarrollar un nuevo medicamento, ellas lo podrán vender en régimen de monopolio (es decir, tendrán un derecho exclusivo sobre éste) por cierto número de años, y así podrán no solamente recuperar su inversión en la investigación considerada (y en las miles de otras que no llegaron a nada), sino también obtener una utilidad. ¿Y cómo tienen esta certeza? Porque existen las patentes. Si ellas no existiesen, ninguna empresa privada destinaría decenas o centenares de millones de dólares (7) a investigación, porque la inversión no tendría rentabilidad económica: al día siguiente de la llegada del nuevo medicamento al mercado, todos los demás laboratorios empezarían a producirlo, y obviamente podrían venderlo a un precio muy inferior, porque no incurrieron en ningún gasto en la investigación y desarrollo del producto.

Se comprende entonces...

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