La modernidad como relato.

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PositionCiencia pol

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Lucien Febvre, Combates por la historia.

¿Qué es la modernidad? ¿Qué carga de valor y de sentido nos confiere hoy, al hacer historia, uno de los conceptos que en mayor medida ha determinado el curso del pensamiento --y en su nombre de la acción-- los últimos siglos?

Etimológicamente nos habla de novedad, y será precisamente esta la idea predominante en la historia del pensamiento, que concebida como una progresiva <> identificará, sempiternamente, lo nuevo con lo valioso. En este <> devenir, la herencia del pensamiento judeo-cristiano --desarrollada y elaborada en términos seculares-- otorgará a la historia un fin, como meta y como sentido, abocándonos a su comprensión como unidad, como la Historia.

Entender la Modernidad como un relato nos enfrenta, casi sin suerte de continuidad, a su crisis, al fin del metarrelato. Definido por Jean François Lyotard como un cuerpo consensuado de lenguaje, legitimador del saber y por tanto de una verdad: la unanimidad de la verdad científica (1), el metarrelato se presenta como la característica esencial de la condición moderna. Sin embargo, al ser concebido como un relato más, desde la trinchera posmoderna no solo se cuestiona el origen de la legitimidad del saber, sino también la validez de una forma de entender el mundo, que en sus cimientos será acremente relativizada.

Entonces, cabe preguntarse qué se entiende por el vértigo posmoderno. Según Lyotard, se trataría de la condición del saber en las sociedades más desarrolladas, condición que designa el estado de la cultura después de las transformaciones que han afectado las reglas del juego de la ciencia, de la literatura y de las artes a partir del siglo XIX. No obstante, su preocupación radica en la crisis de los relatos como consecuencia de dichas transformaciones:

Simplificado al máximo, se tiene por 'posmoderna' la incredulidad respecto a los metarrelatos. Esta es, sin duda, un efecto del progreso de las ciencias; pero ese progreso, a su vez, la presupone. Al desuso del dispositivo metanarrativo de legitimación corresponde especialmente la crisis de la filosofía metafísica, y la de la institución universitaria que dependía de ella. La función narrativa pierde sus functores, el gran héroe, los grandes peligros, los grandes periplos y el gran propósito. Se dispersa en nubes de elementos lingüísticos narrativos, etc., cada uno de ellos vinculando consigo valencias pragmáticas sui generis. (...) El saber posmoderno no es solamente el instrumento de los poderes. Hace más útil nuestra sensibilidad ante las diferencias, y fortalece nuestra capacidad de soportar lo inconmensurable. No encuentra su razón en la homología de los expertos, sino en la paralogía de los inventores (2). Condición heterogénea, fragmentaria y retórica en que la historia, en definitiva, consistiría en un conjunto de interpretaciones.... ¿y nada más?

En este punto, la reflexión nos lleva a dar un paso atrás y, por sus implicancias, preguntamos en primer lugar por el fin o no de la Modernidad, y en este entendido (en uno u otro sentido) qué sería la posmodernidad: ¿su epílogo?

Decir que estamos en una etapa posterior a la modernidad y asignar a este hecho un significado de algún modo decisivo presupone aceptar el punto de vista de la modernidad, la idea de progreso, el concepto de superación y la historia con corolarios (3), en definitiva algo nuevo, y por tanto una etapa más del devenir moderno. ¿Una condición moderna tardía? utilizando un ambiguo concepto de Vattimo, pero en sentido inverso.

Por el contrario, otra cosa es si lo posmoderno se caracteriza no solo como novedad respecto de lo moderno sino también como <> de la categoría de lo nuevo, como experiencia del fin de la Historia, en lugar de presentarse como un estadio diferente de la historia misma. (4)

En la crítica posmoderna, en su lucha por una desvinculación absoluta con lo moderno, será --precisamente-- clave el concepto de disolución. Entonces, cuál es, cómo trama su argumento dicha crítica.

LA CRÍTICA POSMODERNA

Para Gianni Vattimo, lo que caracteriza el fin de la historia en la experiencia posmoderna es que mientras que en la teoría la noción de historicidad se hace cada vez más problemática, en la práctica historiográfica y en su autoconciencia metodológica, la idea de una historia como proceso unitario se disuelve y en la existencia concreta se instauran condiciones efectivas que le dan una especie de inmovilidad realmente no histórica (5).

En la sociedad de consumo la renovación continua está exigida para asegurar la supervivencia del sistema. Por lo tanto, la novedad nada tiene de revolucionario, el progreso se convierte en rutina y, en consecuencia, el discurso de la posmodernidad se legitima. Por su parte, en el plano teórico la historia de las ideas habría conducido a un vaciamiento de contenido de la noción de progreso, el progreso se ve privado del <> (6).

¿Cómo se evidencia, entonces, la ruptura de la unidad, la disolución?

En primer lugar, la historia de los acontecimientos políticos, o militares, o de los grandes movimientos de ideas, es solo una historia entre muchas otras. Por otra parte, el conocimiento del carácter ideológico de la historia, la devela unitaria solo para los vencedores, ya que ahí es donde radica el poder para escribirla, privando a los vencidos de su propia historia. Entonces, se pregunta Vattimo, la disolución de la historia como diseminación de las <>, no es tampoco propiamente un verdadero fin de la historia como tal (7). Ahora bien, en esta época, la contemporánea, se presenta una no menor paradoja. Gracias a los medios de comunicación y a la multiplicación de los centros capaces de reunir y transmitir información, se podría realizar una <>, pero esa historia es imposible como historiografía. El uso de los mass media tiende a achatarlo todo en el plano de la contemporaneidad y de la simultaneidad, lo cual produciría una deshistorización de la experiencia, y nuevamente encontraríamos base de legitimación para las teorías posmodernas. Volveremos sobre este aspecto.

En tercer lugar, y de manera más radical, la aplicación de los instrumentos del análisis de la retórica, el conocimiento de los mecanismos retóricos del texto, nos indicarían que la historia es una <>, una narración, un relato mucho más de lo que estaríamos dispuestos a admitir. En este sentido y apelando a la más extrema y paradigmática frase <>, se disolvería también la dicotomía entre ficción y realidad.

En este sentido, para el revisionismo de ala liberal, de la misma manera que para Foucault o Hayden White, la historia sería un campo de competencias entre estrategias narrativas o retóricas, un discurso plural que siempre produce muchas narraciones alternativas. El resultado de este pensamiento no solo es borrar la distinción entre hecho y fábula, sino que también socavar el concepto de razón histórica como una mejor, más ilustrada o responsable versión de hechos significativos. Los eventos históricos, así como las interpretaciones históricas, surgen en respuesta a presiones o circunstancias de mediano plazo y luego desaparecen tan rápido como cambian los tiempos. En este caso los historiadores se engañarían al pensar que pueden dar sentido al pasado a partir de premisas basadas en la razón, el progreso y la crítica ilustrada. En una visión muy parecida a la posmodernista o foucaldiana, la historia sería siempre la historia del presente. Un discurso cuyos contornos son dibujados por los intereses políticos o sociales prevalecientes. La verdad, en cualquier tiempo dado, solo puede ser determinada de acuerdo con el consenso predominante (8).

Al respecto, la causa neopragmática niega que la razón crítica pueda hacer algo por cambiar los significados consensuados y las creencias incorporadas en una comunidad interpretativa dada. Stanley Fish presenta su argumento de la siguiente manera: toda interpretación, en literatura, derecho, filosofía o ciencias humanas en general, tiene lugar dentro de una empresa comunal. Esto incluye cualquier teoría que, por radical que sea, expone la crítica en términos de ese consenso y los teóricos deben, por tanto, ser ingenuos si piensan que fomentan cualquier argumento contra-hegemónico, que podría de alguna manera extender su reivindicación hacia un punto de vista independiente. Para Fish, estas reivindicaciones son simplemente incoherentes para lograr cualquier aceptación (de la comunidad cultural, por ejemplo), en definitiva deben interpretarse en términos de un pre-dado consenso cultural (9).

La verdad histórica sería entonces solo una quimera. Y la historia solo una (o muchas) ficción (es).

Jean Baudrillard, por su parte, elabora tres hipótesis en relación con el <> de la...

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