Introducción

AuthorAgustín Sánchez Andrés, Marco Antonio Landavazo
Pages13-24
13
INTRODUCCIÓN
Las independencias hispanoamericanas interrumpieron de forma abrupta las
relaciones no solo políticas, sino también económicas, demográf‌icas y cultura-
les que durante casi trescientos años habían vinculado estrechamente a España
con sus territorios americanos, ahora emancipados. La resistencia de las élites
españolas a aceptar la independencia de sus antiguas colonias dilató el inicio del
proceso de normalización de sus relaciones con las nuevos Estados americanos
hasta el segundo tercio del siglo XIX. Esta prolongada incomunicación hizo que
los antiguos vínculos fueran desdibujándose, cuando no acabaran desvanecién-
dose por completo, mientras la exmetrópoli —desprovista ya de su carácter de
gran potencia imperial— y las jóvenes repúblicas hispanoamericanas seguían
distintos derroteros. La reconstrucción de la intrincada red de relaciones que
habían unido con anterioridad a ambas orillas del Atlántico tendría lugar sobre
nuevas bases a través de un proceso que se extendería a lo largo de toda la cen-
turia y que no concluirá realmente hasta la pérdida por España de los restos de
su imperio colonial.
En este marco, el Caribe y, en menor medida, también México constituye-
ron el principal escenario para las relaciones entre España e Hispanoamérica
durante la mayor parte del siglo XIX. La política española hacia el continente
americano giró en torno al mantenimiento de la soberanía española sobre Cuba
y Puerto Rico, los únicos territorios que le restaban de su vasto imperio ame-
ricano. El incipiente desarrollo de una conciencia nacional en estas islas puso
de manif‌iesto la precariedad de la presencia española en las Antillas. España no
solo debió hacer frente a los sucesivos intentos de un sector de las élites cubanas
para anexionar la isla a Estados Unidos, entre 1849 y 1851, o independizarla,
en 1868-1878, 1879-1880 y 1895-1898, sino que también tuvo que enfrentarse
al creciente expansionismo estadounidense en la región. Todo ello convirtió al
Caribe y al Golfo de México en el escenario de un particular pulso geopolítico
entre España, Gran Bretaña y Francia, por una parte, y Estados Unidos, por
otra. Esta situación condicionó las relaciones de la exmetrópoli con aquellos
países que —como México o la República Dominicana— se convirtieron a su
vez en escenarios colaterales de este conf‌licto, quedando expuestos tanto al ex-
pansionismo estadounidense como a las injerencias de España y otras potencias
europeas.

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