El vínculo transatlántico

AuthorMáximo Cajal
PositionEmbajador de España
Pages129-139

Page 129

Entre otras muchas, he elegido tres obras recientes de otros tantos conocidos autores, todas ellas publicadas en España en 2003, que analizan desde distintas ópticas la posición presente y por venir de los Estados Unidos de América en el mundo y su inevitable corolario, sus relaciones con Europa, con la Unión Europea para ser más precisos. Estos diferentes puntos de vista, de dos norteamericanos y un francés, nos permitirán abordar «sin complejos» la llamada relación transatlántica, el estado de salud de ese vínculo transoceánico, irremediablemente sujeto a los avatares de la Historia.

En Of Paradise and Power, America and Europe in the New World Order («Poder y Debilidad», en la versión española), Robert Kagan abre este best-seller con una frase lapidaria, que es todo un programa político: «Ha llegado el momento de dejar de fingir que Europa y Estados Unidos comparten la misma visión del mundo o incluso que viven en el mismo mundo». Y, sobre el tema que nos ocupa, llega al extremo de hablar de la existencia de una sima transatlántica que nos separa, en contraposición a aquellos conceptos políticamente correctos de relación o vínculo que, se diría, parecen repudiar por su propia naturaleza cualquier disidencia, crítica o desviación de la norma. Como si relación y vínculo, de un lado, y crítica, distanciamiento e incluso repulsa fueran términos incompatibles, en política, se entiende; la manida acusación de antiamericanismo ante cualquier actitud que suponga desviacionismo de la pauta marcada. Volveremos a ellos más adelante, pues tiene esto mucho que ver con el futuro de la Unión Europea.

Añade Kagan, al aludir a la irrebatible hegemonía norteamericana, que lo que distingue a su país de la Vieja Europa es el problema de capacidad de que adolece esta última o, si se prefiere, el problema de su manifiesta incapacidad para emprender acciones con el fin de neutralizar determinadas amenazas; su reticencia a recurrir a la fuerza como instrumento útil en las relaciones internacionales, según preconiza nuestro autor. En una palabra, Europa es blanda, soft, en el sentido más despectivo de la palabra, Venus. Aventura también el autor de Of Paradise and Power que, «Igual quePage 130 el ataque japonés contra Pearl Harbor condujo a una larga presencia deEstados Unidos en Extremo Oriente y en Europa, así el 11 de septiembre (...) inaugurará probablemente una duradera presencia militar estadounidense en el Golfo Pérsico y en Asia Central así como una ocupación a largo plazo de uno de los mayores países árabes». Da que pensar, ¿no les parece?

En The paradox of American power, Joseph Nye recuerda a su vez el artículo «Our nearsighted vision», podríamos traducirlo por «Nuestra miopía», que publicó Henry Kissinger en The Washington Post el 10 de enero de 2000, en el que éste se interrogaba sobre la capacidad de su país para -decía el ex secretario de Estado- «convertir nuestro actual poder hegemónico en un consenso internacional y nuestros principios en normas internacionales aceptadas generalmente». Paralelamente, el propio Nye hace también una proyección hacia el futuro y afirma que para que su país pueda preservar, «hasta bien entrado el siglo XXI e incluso más allá», su condición de hiperpotencia, como lo definió Hubert Védrine, tienen que cumplirse y mantenerse determinadas condiciones, entre ellas que los estadounidenses no desplieguen su fuerza de forma tan unilateral y arrogante como para dilapidar su considerable reserva nacional de poder blando, soft, esta vez en el sentido positivo de la palabra.

También el francés Emmanuel Todd, comienza su ensayo Après l´empire. Essai sur la décomposition du système americain, con una afirmación rotunda: «los Estados Unidos se están convirtiendo en un problema para el mundo. Antes estábamos más acostumbrados a ver en ellos una solución». Y lo cierra con esta otra: «Dejemos que los Estados Unidos actuales, si tanto lo desean, agoten la energía que les queda en su lucha contra el terrorismo, ersatz de lucha por el mantenimiento de una hegemonía que ya no existe. Si se obstinan en demostrar al mundo su omnipotencia, sólo conseguirán demostrar su impotencia».

Para terminar esta puesta en escena, un salto atrás de cuarenta años. Al libro de Michael Donelan, The Ideas of American Foreign Policy, aparecido en 1963; para disponer así de la necesaria perspectiva histórica, sin necesidad de remontarse para ello a la «doctrina Monroe» y al «destino manifiesto». En esta obra, Donelan se refería a los tiempos inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial y, en particular, al período comprendido entre 1946 y 1949, aquellos cuatro años durante los cuales Washington disfrutó del monopolio del arma nuclear. Traía allí a colación el discurso del senador Vandenberg, el 10 de enero de 1945, y su rechazo de la idea de que «any nation hereafter can immunize itself by its own exclusive action», que a partir de entonces ningún país podía permanecer a salvo por sí solo. Recordaba también el espíritu del viejo ideal wilsoniano, contrario al concepto de equilibrio de poder, de rivalidad organizada, y partidario por el contrario de la idea de comunidad de poder y de paz organizada. «There must be not a balance of power but a community of power; not organized rivalries but organized peace».

Donelan concluía con estas palabras: que «desde el punto de vista americano -el de la segunda mitad de los años cuarenta se entiende, la época del Plan Marshall y del tratado de Washington que instituyó la Alianza Atlántica- la razón más importante para la puesta en común del poder, para la cooperación en el desarme y en un sistema mundial de seguridad era el problema de la bomba atómica, el de las armas modernas en general, el de la absoluta necesidad de preservar la paz».Page 131

He aquí un resumen de la distancia que separa a unos Estados Unidos idealistas, fundadores de las Naciones Unidas, del país actual que, al igual que el de entonces, rige los destinos del mundo pero lo hace al margen de la comunidad internacional, de la ONU, de manera unilateral y con fe ciega en el uso de la fuerza. Dos países diferentes o, si se prefiere, dos Administraciones antagónicas. Y también de cómo pueden formularse diferentes visiones acerca del futuro de este gran país. Fahrenheit 9/11 ha irrumpido con fuerza en la campaña presidencial norteamericana. Se trata, según parece, de un retrato inmisericorde de las razones ocultas que llevaron a Estados Unidos a hacer la guerra a Iraq. ¿Será Michael Moore, y no John Kerry, quien tumbe a Bush?

Así estaban las cosas hace más de medio siglo, y así están ahora. ¿Estamos hablando de los mismos Estados Unidos de América a la vista de lo que está sucediendo desde los llamados «Reagan Years»? También es lícito interrogarse acerca de si, con su presencia el pasado 6 de junio en los actos conmemorativos del sexagésimo aniversario del desembarco de Normandía, el presidente Bush pretendía extraer los réditos políticos que tan necesarios le son en los tiempos que corren, aunque no sean desde luego los «dividendos de la paz». Si lo que pretendía era vendernos la América de Wilson y de Roosevelt, y hacernos así olvidar, o cuando menos enmascarar con ello, la América que empezó a tomar cuerpo a lo largo de los años ochenta con el recientemente fallecido Ronald Reagan, y que con él mismo ha producido sus peores frutos.

¿Es legítima y decente la actitud de quienes sistemáticamente nos recuerdan la participación de las tropas norteamericanas en las dos guerras mundiales, para así callar la boca a los que critican, rechazándola, la intervención armada en Iraq? ¿Son el mismo país el de Wilson y el de George Bush? ¿Son comparables los ideales de uno y otro?

En su artículo «Una juventud traicionada», publicado en El País el 4 de...

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