El terrorismo (YIHADISTA) internacional a principios del siglo XXI: dimensiones y evolución de la amenaza

AuthorElena Conde Pérez
Pages27-42

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1. El terrorismo como problema y fenómeno internacional: modalidades y etapas

Durante largo tiempo se ha considerado al terrorismo como un problema esencialmente interno a los países que se veían afectados por dicha clase de amenaza. Tal punto de vista ha condicionado largamente el propio concepto de terrorismo con el que trabajaban instituciones políticas, agencias de seguridad e instituciones judiciales. Pero lo cierto es que, al menos si nos circunscribimos a sus etapas «modernas», el terrorismo, incluso el más local, siempre ha presentado alguna faceta internacional. Frecuentemente, una primera dimensión internacional del terrorismo deriva de su financiación parcial con fondos llegados de países o latitudes distintas a las que le sirven de escenario, ya fueran aportados por simpatizantes y colaboradores privados ubicados por Estados patrocinadores. En otras ocasiones, el terrorismo practicado en un país ha tenido repercusiones fuera de sus fronteras o se ha visto afectado por otros terrorismos foráneos. Esto se ha puesto de manifiesto esencialmente mediante lo que podemos denominar «efectos de contagio»: casos en los que la actividad terrorista producida por uno o varios grupos de una nacionalidad ha inspirado la desarrollada por grupos extranjeros. La espectacularidad y los efectos desestabilizadores de los actos terroristas pueden explicar parcialmente esa tendencia a la imitación. La otra parte de la explicación remite al hecho de que la mayoría de los grupos involucrados en las tres primeras oleadas de terrorismo insurgente ocurridas sucesivamente en el mundo desde finales del siglo XIX han compartido algún mínimo referente ideológico que les ha permitido identificar ciertas similitudes entre sus respectivas «causas».

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Así, conforme al planteamiento de Rapoport (2004), los terroristas pudieron asimilar sus «luchas» al concebirlas como otros tantos proyectos a favor del sufragio universal y el poder del pueblo (primera oleada u oleada anarquista), la autodeterminación y la descolonización (oleada anticolonial y nacionalista) o la reacción frente al imperialismo y el capitalismo (oleada de la nueva izquierda).

Con todo, la internacionalización del terrorismo admite diversos grados y al mismo tiempo ha ido intensificándose con el paso del tiempo. Algunos expertos han argumentado la conveniencia de distinguir entre un terrorismo meramente transnacional y un terrorismo internacional. Así, de acuerdo con Reinares (2005), cabría identificar como transnacional aquel terrorismo que sea promovido por actores cuyas actividades trasciendan las fronteras del país a cuyas autoridades desafían los propios terroristas y al que éstos pertenecen por origen. Esto ocurre cuando una organización o grupo terrorista establece células o estructuras clandestinas en uno o varios países que resultan ajenos a su población o comunidad de referencia. A su vez, ello puede cumplir al menos tres funciones diferentes (aunque no necesariamente contrapuestas): movilizar recursos materiales y humanos en tales países extranjeros (es decir, financiarse, adquirir armamento, reclutar militantes, captar colaboradores y simpatizantes,), convertirlos en refugios, «santuarios» o zonas de resguardo para sus líderes o para cierta porción de su militancia y, por último, planificar y ejecutar atentados en dichos países. Asimismo, la transnacionalización del terrorismo tiene también que ver con el establecimiento de lazos de colaboración más o menos duraderos entre organizaciones terroristas de diferente nacionalidad; lazos que pueden responder a afinidades ideológicas o conveniencia estratégica o satisfacer necesidades diversas (financiación, aprovisionamiento logístico, adiestramiento, obtención de armas, información, etc.).

Como nuevamente señala Reinares, alcanzado un cierto punto en la evolución del fenómeno: «resulta muy difícil constatar la existencia de alguna organización implicada sistemáticamente en la práctica del terrorismo que no haya transnacionalizado en mayor o menor medida sus actividades» (Reinares, 2005, p. 2). Empero, no todos los grupos terroristas que actúan más allá de sus fronteras ejercen una presión equivalente sobre la comunidad internacional. Antes bien, a pesar de desarrollar parte de sus actividades en países foráneos, muchos de esos grupos mantienen una agenda política exclusivamente local, planificando y perpetrando sus atentados con el único fin de condicionar actitudes, conductas y políticas de las autoridades y la ciudadanía de su propio país de origen. Un nivel superior en la escala de transnacionalización lo representan aquellos otros grupos que, en relativo contraste con los anteriores, incorporan dos atributos esenciales que les conviertan en un terrorismo (y, por tanto, un problema) realmente internacional. Primero, una motivación explícita, ideológicamente fundada y estratégicamente establecida relacionada con la producción de cambios y efectos políticos a escala

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supranacional; por tanto, deliberadamente orientada a alterar o condicionar la estructura y la distribución de poder de regiones enteras del mundo. Y segundo atributo: la extensión efectiva de las propias actividades a una variedad de países incluidos en aquellas áreas del planeta sobre las que se pretenda ejercer influencia (Reinares, 2005, p. 2). La principal razón para agregar esta segunda condición a la primera es que probablemente ninguna organización terrorista que la incumpliera tendría opción alguna de convertirse en una amenaza internacional.

Existe un amplio acuerdo a la hora de señalar las décadas de 1970 y 1980 como una etapa de aceleración y ampliación de las ramificaciones e implicaciones internacionales de la actividad terrorista hasta alumbrar los primeros ejemplos de un terrorismo internacional ajustado a la distinción que acabamos de comentar. Dicho terrorismo internacional vendría caracterizado por tres notas fundamentales: su vinculación a la tercera oleada terrorista y su patrocinio por parte de ciertos Estados interesados en aprovechar el terrorismo como herramienta para perjudicar o desestabilizar a países con los que se mantenía una relación de antagonismo básicamente incardinada en el contexto de la guerra fría. Este terrorismo internacional sería principalmente protagonizado por grupos de extrema izquierda, no pocos de ellos también nacionalistas, apoyados por países del bloque soviético y algunos del mundo árabe, y, en menor medida, por estructuras paramilitares y formaciones clan-destinas de extrema derecha alentados, subvencionadas o incluso instruidos por los servicios de inteligencia de algunos Estados occidentales.

Finalmente, con el advenimiento de la cuarta oleada terrorista, inspirada por motivos político-religiosos, el fin del siglo XX se alcanzará un último punto de inflexión en la dinámica de internacionalización del terrorismo al entrar en escena una nueva clase de amenaza terrorista de alcance e implantación poco menos que mundial. Un terrorismo que no se ha dudado en definir como «global» y cuya realidad sólo se volvería evidente a los ojos de la comunidad internacional tras materializarse los atentados del 11 de septiembre de 2001, sin duda el complot terrorista más espectacular y letal de la historia. Hablar de terrorismo internacional desde aquella fecha es hablar del movimiento yihadista global.

2. Al Qaida y el movimiento yihadista global: últimos y máximos exponentes del terrorismo internacional
2.1. Antecedentes ideológicos y orígenes históricos

La amenaza terrorista simbolizada en la masacre del 11-S, responsable de la mayoría de los atentados perpetrados en el mundo desde principios de siglo responde a diversas causas históricas, unas remotas o lejanas y otras más recientes. Entre las remotas cabe destacar la emergencia y extensión, del

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islamismo moderno, expresión ésta que designa a toda una miríada de doctrinas que proponen el islam como marco ideológico y programa político destinado a reformar los regímenes imperantes en el mundo musulmán. El islamismo ha tenido expresiones moderadas y modernistas frente a otras a las que cabría definir como arcaizantes y radicales. Un ejemplo de islamismo extremo surgido en el ámbito del islam chií fue la corriente que impulsó a la revolución iraní de los ayatolás, puesta en marcha en febrero de 1979 y posteriormente asumida por algunos grupos terroristas bien conocidos, como la organización libanesa Hizbolah. Pero el referente ideológico que inspirará al yihadismo global procederá de las corrientes más conservadoras del islamismo suní, generalmente conocidas como salafistas. Parcialmente inspirado por varias corrientes más antiguas (revivalistas como el wahabismo arábigo y el deobandismo hindú y otras corrientes reformistas), el salafismo propondría el seguimiento de la religión islámica desde el Corán, la Sunna (los hechos del profeta Mahoma) y las vivencias de las tres primeras generaciones de musul-manes (As-Salaf) y exigirá la adopción de tales referentes como criterio regulador de la vida de todo buen musulmán, tanto en sus comportamientos privados como en los que son públicos. Durante el siglo XX el salafismo dio origen a diversas agrupaciones y organizaciones islamistas identificadas con un mismo objetivo: transformar la vida social y política de los países musulmanes mediante la implantación de la ley islámica...

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