La evolución de Solidaridad y otros sindicatos en la Polonia poscomunista.

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VARSOVIA, Polonia - El pasado mes de agosto, cuando políticos polacos y diversos líderes internacionales rindieron tributo en el astillero de Gdansk al papel esencial desempeñado por Solidaridad en el cambio político y social, fueron pocos los trabajadores que asistieron al acto. A Tadeusz Korzinski, un soldador de 45 años de edad que participó en las huelgas de 1980 y sigue trabajando en el astillero, la conmemoración le dejó un sabor amargo.

"No hay trabajadores en el acto", señala Korzinski, "sólo hombres de traje y corbata. No queda nada de Solidaridad salvo su nombre. Ha perdido su esencia, nos han traicionado y olvidado."

La revolución protagonizada por Solidaridad en Polonia ha dejado un legado complejo y, en ocasiones, contradictorio al país en su transición del estado comunista a la economía de mercado. El desalojo de los comunistas de las instancias de poder, el dinámico crecimiento económico, la incorporación a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la creación de una sólida democracia operativa son fruto en todos los casos de las semillas plantadas en el agosto polaco.

No obstante, también son resultado de estos cambios radicales otros hechos menos favorables como la fragmentación política y las penurias económicas que, paradójicamente, han afectado al propio núcleo de Solidaridad y han dado lugar a un acusado deterioro del apoyo a las actividades sindicales.

"Las plazas fuertes de Solidaridad eran las grandes empresas estatales: las minas de carbón, los astilleros, etc.", afirma Janusz Onyszkiewicz, miembro del Sejm, parlamento polaco, y portavoz nacional del sindicato en 1981. "Estas fábricas fueron las más duramente golpeadas por los cambios de la década de 1990".

Onyszkiewicz relata que incluso la cuna de Solidaridad, los astilleros de Gdansk, quebraron en 1996, después de que su dirección, liderada por Solidaridad, se resistiera a la reestructuración poscomunista. La empresa acabó pasando a manos de unos nuevos propietarios privados que emprendieron una transformación radical.

"Sin duda se trata de una ironía de la historia y de una tragedia para Solidaridad", señala Onyszkiewicz. "Para adoptar cambios históricos, Solidaridad tuvo que cortar la rama sobre la que se asentaba."

Rojo encendido

A lo largo de la década de 1980 y al comenzar la de 1990, Solidaridad se convirtió en víctima de su propio éxito. Desde sus inicios, Solidaridad fue más que un sindicato, y la diversidad de facetas de su legado radica en su identidad plural. Su ya famoso icono, el logotipo de letras en rojo y blanco, se convirtió en un símbolo de la cruzada anticomunista conocido en todo el mundo y sobrevivió a la supresión de la organización bajo la ley marcial impuesta del 13 de diciembre de 1981 al 22 de julio de 1983.

Sin embargo, Solidaridad se fragmentó en el momento en que el enemigo común (el comunismo) se derrumbó en 1989. Aunque pervivió como sindicato, los activistas de la organización formaron numerosos partidos políticos de escasa dimensión y radicalmente opuestos entre sí cuyas tendencias iban de la orientación liberal y empresarial de la Unión Liberal a las de los grupos de intereses específicos y las formaciones disidentes caracterizadas por un nacionalismo extremo.

Esta división pudo comprobarse en las primeras elecciones presidenciales libres celebradas en el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la llegada del estado comunista. En las votaciones de 1990 se enfrentaron dos antiguos aliados de Solidaridad: Lech Walesa, legendario fundador de la organización, héroe populista de los trabajadores y antiguo electricista de los astilleros de Gdansk que creó el sindicato en 1980, y Tadeusz Mazowiecki, el pensador y editor católico romano que ejerció como principal asesor intelectual de Walesa y sus huelguistas en agosto de 1980.

La amarga contienda dio lugar a la escisión de las fuerzas anticomunistas y generó enconadas diferencias. Solidaridad se enfrentó a dolorosos dilemas a causa de su estrecha vinculación a los gobiernos de derechas cuyas reformas basadas en terapias de choque hicieron mella en la base sindical. Entretanto, el antiguo Partido Comunista se consolidó en la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD en su acrónimo polaco).

Los dilemas de Solidaridad se agudizaron a partir de 1997, cuando un gobierno encabezado por la derechista Acción para la Elección de Solidaridad (AWS en su acrónimo polaco) obtuvo el triunfo en las elecciones. La misma persona (Marian Krzaklewski) dirige el sindicato Solidaridad y la AWS. Esta formación logró la victoria congregando diversas facciones conservadoras en disputa bajo una única organización liderada por Solidaridad. Las continuas luchas internas han provocado un acusado descenso en el apoyo manifestado por la población. Las recientes encuestas de opinión sólo otorgan a la AWS un respaldo público del 15%.

Hoy, afirma el periodista y comentarista Konstanty Gebert, "la idea de la "solidaridad" con s minúscula ha desaparecido... Es un universo mental diferente". Solidaridad, añade Gebert, fue un "movimiento de liberación nacional disfrazado de movimiento sindical; el vínculo que unía a sus miembros era nacional. No puede repetirse porque la nación no se encuentra en peligro; el peligro somos nosotros mismos. El legado del sindicato es que ahora vivimos en una sociedad nacional disfrazada de sociedad civil".

Las elecciones presidenciales del 8 de octubre pusieron de relieve estos cambios. Aleksander Kwasniewski, titular del cargo y antiguo comunista a la cabeza de la Alianza de la Izquierda Democrática, fue reelegido gracias a una victoria aplastante en las urnas. Krzaklewski, líder de Solidaridad, obtuvo el tercer mejor resultado a gran distancia del triunfador. El héroe de antaño Lech Walesa, candidato por su pequeño Partido Demócrata Cristiano, obtuvo un humillante 1% de los votos y anunció con posterioridad su retirada de la política.

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EL PAPEL DE LA OIT

Como se destaca en el reciente documento de la OIT, "Your Voice in Work", la evolución de los acontecimientos en Polonia pone de manifiesto el papel que la acción y la asistencia de la OIT pueden desempeñar al facilitar el cambio, no sólo social, sino también político. De hecho, se afirma que "la lección que puede extraerse de gran parte de la historia reciente es que las semillas del cambio democrático se sembraron en las luchas sociales iniciadas por el modo de tratar a las personas en el trabajo"

Con el apoyo de las huelgas promovidas por Solidaridad en todo el país y animados por una alianza sin precedentes entre trabajadores e intelectuales, los líderes de la huelga de agosto de 1980 en Gdansk formularon 21 demandas que englobaban amplios derechos sociales y políticos, así como otros aspectos básicos.

"Nuestra demanda principal se basaba en la Carta de la OIT y en su Convenio internacional sobre las relaciones laborales", recuerda en una entrevista Janusz Onyszkiewicz, parlamentario polaco y portavoz nacional de Solidaridad en 1981. "Buscábamos un marco jurídico en el que pudiésemos trabajar. Habría resultado imposible constituir un partido político. Los comunistas argüían que todos los partidos políticos figuraban en una lista incluida en la Constitución, por lo que no había margen para crear otros nuevos."

"Toda asociación tenía que registrarse ante las autoridades, que, obviamente, podían denegar el registro", añade. "Las únicas excepciones eran los sindicatos. No existía una base jurídica [para rechazar el registro] porque Polonia había ratificado el Convenio que convertía en automático el registro de sindicatos."

El Acuerdo de Gdansk que dio lugar al final de las huelgas el 31 de agosto de 1980 incluía la aceptación explícita por parte del Gobierno de los principios de los Convenios núm. 87 y 98. En octubre de 1980, el Parlamento de Polonia, denominado Sejm, promulgó una nueva Ley de sindicatos que permitía el pluralismo sindical, pero, cuando el nuevo sindicato Solidaridad no pudo lograr el registro de sus estatutos, el Director General de la OIT emprendió una misión a Polonia con el fin de contribuir al desbloqueo de la situación, y en noviembre de ese mismo año, el Ministro de Trabajo compareció en persona ante el Comité de Libertad de Asociación y anunció el registro de Solidaridad.

No obstante, esta victoria fue fugaz. El 13 de diciembre de 1981 se impuso la ley marcial. Las actividades sindicales quedaron prohibidas y se disolvieron las estructuras sindicales existentes. Se adoptaran medidas en contra de Solidaridad, de sus dirigentes y de sus afiliados.

A pesar de la situación, la OIT pudo entrar en Polonia, reunirse con el Gobierno y los representantes sindicales y visitar al líder de Solidaridad Lech Walesa que, al igual que otros dirigentes sindicales, se encontraba detenido.

En la década de 1980, la OIT formuló varias recomendaciones y publicó informes negativos sobre la actuación del Gobierno polaco en relación con los sindicatos. Entre las primeras figuró la solicitud de adopción de legislación compatible con los Convenios núms. 87 y 98, la liberación de los sindicalistas aún detenidos y la reincorporación a su puesto de los trabajadores despedidos por llevar a cabo actividades sindicales. Estos consejos fueron rechazados por el Gobierno polaco. El Comité de Expertos de la OIT siguió llevando a cabo un seguimiento exhaustivo de la situación y, en mayo de 1987, el Director General de la OIT regresó a Polonia y se reunió con el Gobierno y los representantes sindicales, incluida la dirección de Solidaridad, cuyas actividades aún no estaban autorizadas.

En 1988, una nueva oleada de huelgas obligó al Gobierno a aceptar la negociación con los representantes de Solidaridad. Este proceso dio lugar a un traslado de poder a las fuerzas aliadas del sindicato basado en la sucesiva celebración de elecciones parcial y plenamente libres. En enero de 1989, con el asesoramiento de la OIT, se creó una comisión tripartita, dedicada en parte a la elaboración de una nueva legislación sindical. Para consolidar las reformas a principios de la década de 1990, el Gobierno polaco apoyó activamente el diálogo social mediante la puesta en marcha de un proyecto financiado por la Unión Europea y ejecutado por la OIT. Los seminarios de sensibilización, la formación práctica en materia de negociación y resolución de conflictos, y los viajes de estudios tripartitos (en los que participaron las dos federaciones sindicales) a países dotados de mecanismos eficaces de diálogo social y resolución de conflictos dieron a los interlocutores sociales referencias comparativas y ayudaron a consolidar la libertad de asociación y la negociación colectiva en Polonia.

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Con el crecimiento, la solidaridad decae

Este fermento político se ha desarrollado en un marco de extraordinario crecimiento. La recuperación de Polonia ha sido la más rápida de las experimentadas por los países ex comunistas de Europa central y oriental. Las pruebas se observan a cada paso, desde los nuevos rascacielos de vidrio y acero que definen el perfil de Varsovia, pasando por las elegantes tiendas de moda, las salas múltiples y los centros comerciales, hasta las calles de las ciudades inundadas por el tráfico y la destacada presencia de cadenas y empresas multinacionales. Polonia espera incorporarse a la Unión Europea en 2005.

Con todo, la desigualdad que caracteriza al auge económico y social también resulta fácilmente distinguible. El desempleo sigue siendo elevado, como indica una tasa de paro del 14,5% prevista para finales de 2000, y se ha argumentado que la economía opera en tres niveles: un sector privado dinámico, un sector estatal "con pies de plomo" y un sector agrario "pendiente de reforma y estancado".

La influencia y la eficacia de los sindicatos han disminuido en un contexto de auge económico, en especial porque el sector privado de Polonia, que representaba únicamente un 31% del PIB en 1990, se ha convertido en el principal motor de crecimiento, al generar casi el 70% de la producción y el empleo nacionales y dominar los campos del comercio minorista, la construcción y el comercio exterior.

"Es posible observar la erosión de los sindicatos en las empresas privatizadas y un rechazado de los primeros en el sector de las nuevas compañías privadas", asegura un diplomático occidental que lleva a cabo un seguimiento de la actividad sindical en el país. "Al mismo tiempo, la autoridad de los sindicatos se reduce y desciende el número de empleados afiliados a estas organizaciones. En general, las nuevas soluciones económicas y de propiedad mantienen una actitud hostil respecto a los sindicatos".

Estas soluciones engloban a los inversores extranjeros ansiosos por sanear las industrias de reciente privatización.

"La legislación vigente favorable a la capacidad de negociación de los sindicatos es poco importante, y todo el poder corresponde a los empleadores", señala el diplomático. Los inversores, añade, pueden someterse a los "procesos habituales" que comprenden la reunión con representantes sindicales, pero raramente renuncian a sus posiciones iniciales y suelen salirse con la suya.

En una encuesta de opinión realizada por el Centro Público de Estudios de Opinión (CBOS en su acrónimo polaco) en marzo de 1999, se estimó que el número de afiliados a sindicatos en Polonia ascendía a 2,5 millones, mientras que los cálculos de los propios sindicatos sitúan esta cifra en 4,5 millones, casi el doble de la anterior.

En la encuesta se observó que el 40% de los empleados en el sector estatal y público y el 31% de los trabajadores de los servicios sociales pertenecían a sindicatos, mientras que sólo un 3% de los empleados por el sector privado se encontraba afiliado a estas organizaciones (en la encuesta no se incluyó la agricultura).

De hecho, los estudios llevados a cabo en 1998 pusieron de manifiesto que las condiciones de trabajo y la remuneración solía ser mejor en las empresas en las que no existían sindicatos. Así, como se afirmaba en un estudio titulado "¿Bastiones en ruinas?", publicado por el Instytut Spraw Publicznych, "en aquellos sectores de propiedad en los que los sindicatos sufren un proceso de deterioro, los afiliados padecen una situación peor que la de otros empleados [y] son objeto de una marginación relativa en los sectores hostiles a los sindicatos".

A menudo, las protestas masivas esporádicas, como las manifestaciones, marchas, encierros y huelgas llevados a cabo por el personal hospitalario en demanda de una mejora de su remuneración, no han tenido resultado. (En ocasiones, se ha producido una excepción a esta regla con las protestas masivas violentas y los bloqueos de carreteras aplicados por los sindicatos agrarios militantes liderados por el dirigente populista radical Andrej Lepper).

Solidaridad es una de las dos principales asociaciones sindicales en Polonia. La otra es la Unión de Sindicatos de Polonia (OPZZ en su acrónimo polaco). Como ésta, la OPZZ se encuentra altamente politizada. Se creó en la década de 1980 como heredera de los sindicatos comunistas oficiales y, desde 1991, ha formado parte de la Alianza de la Izquierda Democrática (SLD). Ambas organizaciones sindicales se sientan junto al gobierno y a los representantes de los empleadores en una Comisión Tripartita establecida en 1992 para efectuar un seguimiento de la situación económica.

En cualquier caso, los analistas señalan que la participación de estos dos grandes sindicatos en la formulación de las políticas generales debilita su intervención en el tratamiento de los problemas ordinarios de los trabajadores y las organizaciones sindicales que actúan en el ámbito local o empresarial. Algunos subrayan la necesidad de desarrollar un nuevo planteamiento respecto a los sindicatos y su función para procurar la adaptación a las nuevas condiciones políticas y económicas.

"Para la generación actual de líderes sindicales, será difícil renunciar a sus vínculos con los principales partidos", asegura el diplomático occidental. "No obstante, las bases de los dos grandes sindicatos creen ya que la misión principal de estas organizaciones, que consiste en defender los intereses de los trabajadores, es incompatible con el establecimiento de vínculos estrechos con el gobierno de turno... Los sindicatos polacos siguen considerando la militancia como la ruta principal para alcanzar sus objetivos, pero una generación aún más joven de dirigentes comienza a reconocer que la negociación suele deparar mejores resultados que la confrontación".

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