Reseñas críticas

Published date01 June 2001
DOIhttp://doi.org/10.1111/j.1564-913X.2001.tb00033.x
Date01 June 2001
Revista Internacional del Tra bajo, vol. 120 (2001), núm. 2
Copyright © Organización Internacional del Trabajo 2001
LIBROS
Reseñas críticas
Castel, Robert, y Haroche, Claudine.
Propriété privée, propriété sociale,
propriété de soi — Entretiens sur la
construction de l’individu moder ne.
París, Librairie Arthème, Fayard, 2001.
207 págs. Índice de autores.
ISBN 2-213-60913-6.
En el marco del debate en curso sobre el
futuro del trabajo y su protección, Robert
Castel r ecuerda muy oportunamente en
este libro, donde dialoga con Claudin e
Haroche, la necesidad de adoptar una pers-
pectiva a largo plazo sobre cuestiones de
tanta actualidad. El libro contiene una
reflexión sobre la reconstrucción del indi-
viduo en la soc iedad moderna en la que
pone en relación los conceptos de propie-
dad privada, de propiedad social y de «ser
dueño de sí mismo».
Castel parte de la hipótesis de que es
preciso contar con «apoyos» para existir
como individuo. Fue John Locke quien ela-
boró una teor ía del individuo moderno a
partir de la toma de concie ncia de su nece-
sidad de apoyarse en la propiedad privada
para e xistir. El hombre, s egún el filósofo
inglés, se apropia de la naturaleza y la
transforma mediante su trabajo, y así, al
convertirse en propie tario y ser capaz de
existir por sí mismo, ya no tiene que depen-
der de otro para existir. Cabe tener en
cuenta que, según Locke, el hombre con-
quista su independencia mediante el tra-
bajo, deja de estar «sometido a otro hom-
bre» — para utiliza r la expresión del dere-
cho feudal e inicia un proceso de
dominio de la na turaleza. René Descartes
también había percibido este problema
aunque e n un plano puramente filos ófico.
En resumen la persona pas a a ser dueña de
sí misma.
De lo anterior se desprende, como
señala Castel, la confirmación de que e l
concepto de individuo no puede existir sin
esos « apoyos», es decir, sin su capacidad
de utilizar recursos o res ervas de orden
social, cultural o económico. Sobre esa
base se apoya el individuo para elaborar sus
estrategias. Un individuo m oderno ya no
tiene que contar con otro pa ra existir. El
primer elemento de apoyo para asegurar su
autonomía es precisam ente la propiedad
privada.
Sin embargo, las nuevas relaciones con
el m undo material que s e instauran al
comienzo de la época moderna no son inde-
pendientes de las relaciones que se estable-
cen entre los hombres: la producción eco-
nómica, que pasó gradualmente a ocupar el
primer plano, se fue incluyendo en unas
nuevas relaciones y jerarquías sociales, y
en unas relaciones de propiedad que crista-
lizaron en las relaciones de clase. Una
etapa fundamental en este proceso fue la
aparición de una relación de subordinación
completamente diferente de las relaciones
medievales de vasallaje, a sabe r, la que
plantea la oposición entre la propiedad y el
trabajo.
El abate Sieyès, cuya obra inspiró la
Declaración francesa de los derechos del
hombre y del ciudadano, describía a los tra-
bajadores c omo una multitud immensa de
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instrumentos con dos piernas, sin libertad
ni moral, y que nada poseía, salvo manos
para ganar poco y un alma cautiva. En los
albores de la época moderna, la se paración
entre propiedad y trabajo puso frente a
frente a dos clases de seres humanos: los
propietarios que, como dijo Locke, son
también dueños de sí mismos, y los no pro-
pietarios, condenados al menosprecio por -
que, al no poseer nada, no existen, no son.
Sobre la base de estas ide as, en su diá-
logo con Haroche, Castel examina la natu-
raleza y la evolución de los apoyos que
necesita el individuo para existir y ser reco-
nocido como tal, es decir, para ser dueño de
sí mismo. Pa ra quienes carecen de propie-
dad privada, tener de ciertos derechos — en
particular, los relacionados con la protec-
ción social — ha sido una innovación deci-
siva para su rehabilitación como no propie-
tarios al proporcionarles, a partir de su tra-
bajo, garantías y seguridad, y con ello la
posibilidad de ser dueños de sí mismos.
Como hubiera podido añadir Michel
Foucault, el único cauce para la indepen -
dencia del poder político es la relación con-
sigo mismo, la relación con el yo.
Sin embargo, para lograr ese gra n cam-
bio fue necesario que se impusiera la idea
de que e l Estado tiene el der echo de inter-
venir en la esfera social, de afirmar la pree-
minencia de la socie dad, y de sostener que
el individuo existe dentro de un grupo
social y que las personas tienen der echos y
deberes ante la colec tividad repres entada
por el Estado. Éstos son sin duda los funda-
mentos del concepto de derecho social, que
se contrapone a los principios del libera-
lismo y a la noción de sociedad regulada
por contratos entre individuos. También
son los fundamentos del concepto de pro -
piedad social, en virtud del cual quienes no
son propietarios pueden llegar a ser dueños
de sí mismos.
Por tanto, junto con Castel y Haroche,
nos inter rogaremos sobre la am enaza que
hoy se cierne sobre esta s protecciones co-
lectivas y sobre el riesgo conse cuente de
que se ponga e n peligro la realización per-
sonal ( el desarrollo) de l individuo m o-
derno. En pocas palabras, ¿podrá acaso este
regreso al individualismo destruir al indivi-
duo? Sin embargo, aunque el peligro pa-
rece serio, y la precariedad de las condicio-
nes de vida de algunos bastante real, no se-
ría adecuado caer en un catastrofismo que
contradicen los hechos y las estadísticas.
La protección social continúa garantizando
medios de vida y de existencia a la mayoría
de los traba jadores, al menos e n Francia y
los países vecinos.
En todo cas o, afirma Castel, el nuevo
orden económico produce ganadores y per-
dedores porque los individuos se «configu-
ran» de forma distinta en relación con las
reglas del juego social. Las diferencias
entre individuos obedece n menos a discre-
pancias en cuanto a su naturaleza que a la
disparidad en cuanto a los recursos o apo-
yos de que disponen. Cuando éstos provie-
nen de garantías colectivas que se suprimen
repentinamente no c abe sorprenderse de
que las personas afe ctadas se muestren
incapaces, al menos en un comienzo, de
superar fácilmente la s dificultades que
entraña tal supresión. Por el contrario, se
inicia un proceso que muchos han denomi -
nado «de exclusión» pe ro que Caste l pre-
fiere denominar «de desafiliación», porque
en realidad nadie queda excluido de la
sociedad aunque no todos ocupen en ella el
mismo lugar. En otras palabras, sería m ás
apropiado hablar de inutilidad social que de
inexistencia social, o incluso de «indivi-
duos por de fecto» que carecen de los apo-
yos adecuados. Estas personas se han «des-
vinculado» de la reglamentación de la
sociedad salaria l que les permitía ser ellos
mismos al com partir recursos comunes y
parecen hoy condenadas a «asumir su indi-
vidualidad como una carga».
Además, prosiguen los autores, cuando
se considera que e l modelo de hombre con
futuro es el individuo con espíritu de
empresa y a quien motiva el riesgo, con-
viene tener en cuenta que sólo se puede ser
individuo en el sentido positivo del término
si se dispone de los recursos necesarios

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