Reflexiones sobre la igualdad en una era de desigualdades.

AuthorRosanvallon, Pierre

Para nadie es un misterio que las desigualdades han aumentado en forma explosiva. El fenómeno, que obedece primordialmente al enorme incremento de los ingresos más altos, ha sido objeto de numerosos estudios estadísticos. En los Estados Unidos, en 2010 el 10% de las personas de mayores ingresos representaba un 50% del ingreso total, comparado con solo 35% en 1982. Hace poco la Oficina de Presupuestos del Congreso reveló que entre 1979 y 2007 el 1% de los estadounidenses más ricos había duplicado con creces su participación en este ingreso total, de 8% a 17%. En el mismo período, sus ingresos se elevaron 275%, mientras que en el extremo inferior de la escala, las entradas del 20% de los estadounidenses más pobres se elevaron únicamente 18%. En Francia, el ingreso medio del 1% más rico de la población aumentó 14% entre 1998 y 2006, mientras que el 0.01% de los que se encontraban en la cúspide de la escala aumentó casi 100%, en circunstancias de que en el mismo período el 90% situado en el tramo inferior solo obtuvo un 4% más. Además, junto con las crecientes diferencias de ingreso se comprueba un incremento de la concentración de la riqueza. En los Estados Unidos, un 20% de las personas es dueña del 93% de los activos financieros (sin contar la propiedad raíz, cuyo valor se ha reducido). En Francia, el 1% más rico posee el 24% de la riqueza del país y el 10% de ellos es dueño del 62%, mientras que el 50% menos rico solo accede al 6% de ella. Las cifras son comparables casi en toda Europa. La verdad es que medir las desigualdades es un problema complejo que plantea importantes interrogantes metodológicas y no hay duda de que el tema de la desigualdad es mucho más que una simple cuestión de ingresos y de riqueza. Los ejemplos podrían fácilmente extenderse indefinidamente, pero menciono estas cifras tan solo para plantear el escenario y dar una idea de la magnitud del fenómeno.

  1. EL FIN DE LA ERA DE LA IGUALDAD

La creciente desigualdad contrasta marcadamente con su anterior baja en Europa y América. En rigor, no deja de ser sorprendente que el incremento reciente se produzca tras un prolongado período en que la desigualdad de los ingresos y de la riqueza se redujo en ambos continentes. En Francia, en 1913 el 1% de los más ricos poseía el 53% de la riqueza del país, pero en 1984 la cifra había caído a solo un 20%. En los Estados Unidos, antes de la gran crisis el 10% de las personas que ganaban más se repartían casi el 50% del ingreso total, pero menos del 35% desde 1950 hasta mediados de los años ochenta. En Suecia, notable ejemplo de reducción de la desigualdad, en 1980 el 1% de los que ganaban más obtuvo solo un 23% del ingreso total, comparado con el 46% al término del siglo 20. Una obra aparecida hace poco (1). se refiere al siglo 20 como The Age of Equality. En menos de 20 años (1900-1920) se produjo un quiebre profundo respecto del siglo 19 (hecho que se reafirmó y aceleró después de cada una de las dos guerras mundiales). Estas grandes bajas de la desigualdad se lograron gracias al aumento acelerado de los ingresos bajos, al menor dinamismo del incremento de los ingresos altos, a los pagos de transferencia por concepto de beneficios sociales y a un sistema tributario altamente progresivo, que gravaba los tramos más altos con tasas cada vez mayores. Hoy en día este legado se ha disipado y el sistema actual rompe abruptamente con el pasado e invierte la tendencia del siglo anterior. Al parecer, regresamos al siglo 19..

De ahí que corresponda preguntarse dos cosas:

En primer lugar, ¿cómo entender este >, tan profundo como lo fue la > descrita por Karl Polanyi? Los impuestos son un reflejo de este vuelco. Cualquiera que fuese la fisonomía ideológica del gobierno en el poder, en todas partes se redujo la progresividad del impuesto a la renta. En Suecia, la tasa marginal máxima se redujo de 87% en 1979 a 51% en 1983. En Gran Bretaña ella bajó de 83% en 1977, año de la muerte de Tony Crosland, a 40% en 1999 (mientras que la tasa disminuyó de 35% a 23%). A comienzos del siglo 21 en ningún país desarrollado se aplicaba una tasa marginal superior al 50%. El cambio era fenomenal, tan espectacular como había sido el incremento de estas tasas desde que se comenzó a aplicar el sistema de progresividad del impuesto a la renta a comienzos del siglo 20 (a partir de tasas marginales máximas de 2% a 5%, que en los Estados Unidos llegaron a un máximo de 94% veinte años después).

Y ¿cómo comprender que por lo general casi en rodas partes se critican estas desigualdades, en circunstancias de que paradójicamente parecen tolerarse los mecanismos que las producen (por ejemplo, se denuncian las primas que obtienen los comerciantes o los sueldos que ganan los gerentes, pero no los ingresos equivalentes que se perciben en el deporte o en el rubro de los espectáculos).

En la época actual estas interrogantes son clave porque ponen en peligro la democracia. Esta da prueba de su vitalidad como sistema al mismo tiempo que languidece como forma social. Los ciudadanos ya no se contentan con hacerse oir esporádicamente en las urnas sino que ejercen un poder cada vez más activo de supervisión y control. La propia fuerza de su crítica del sistema representativo revela que están resueltos a mantener vivo el ideal democrático. Esta es una característica de nuestros tiempos. El deseo de aumentar la libertad y crear poderes que respondan a la voluntad general ha derribado déspotas por doquier y ha cambiado la faz del mundo. Pero el >, entendido en su sentido político como entidad colectiva que impone su voluntad con creciente energía, es cada vez menos un . La ciudadanía política ha avanzado, mientras que la ciudadanía social ha retrocedido. Esta expresión de la democracia es el fenómeno más importante de nuestro tiempo y constituye una amenaza peligrosa para nuestro bienestar. Si persiste, el propio sistema democrático podría terminar por verse en peligro. El aumento de los movimientos populistas es a la vez un índice de este peligro y su fuerza motriz.

  1. CÓMO ENTENDER LA > ANTERIOR

    El quiebre con el capitalismo del siglo 19 puede explicarse por tres factores:

    -- El desarrollo de un >

    -- El efecto de las dos guerras mundiales

    -- La des-personalización del mundo producida por las transformaciones morales y sociológicas.

    2.1 El reformismo del temor

    A fines del siglo 19, el desarrollo del movimiento obrero y su proyección en votos socialistas (con el sufragio universal) ejerció presión sobre los gobiernos conservadores. > concluía en Francia Emile de Girardin. Al respecto, el ejemplo más claro es el de Alemania. Para Bismarck, la opción reformista era indudablemente un cálculo político: su finalidad inmediata era contrarrestar la difusión de las ideas socialistas mostrando que al gobierno le preocupaba la clase trabajadora. El propio Kaiser respaldó esta estrategia. En un mensaje al Reichstag sostuvo que: >. En otras palabras, en Alemania el plan para reducir las desigualdades sociales y compensar las vicisitudes del empleo de la clase obrera se originó en lo que podríamos llamar reformismo del temor. La mayoría de los demás países de Europa siguió el ejemplo de Alemania. La tendencia cobró impulso con el poder creciente de los partidos socialistas en las urnas (reforma que indudablemente ayudó a limitar el descontento social pero que en definitiva demostró que este era irreversible). De ahí que liberales y conservadores > para responder a las advertencias alarmistas de que la sociedad capitalista, en la forma en que se había desarrollado hacia mediados del siglo 19, era insostenible. > sostuvieron los economistas y sociólogos alemanes que firmaron el Manifiesto de Eisenach en 1872, proporcionando así un marco intelectual y moral para justificar el cambio de las políticas internas de Bismarck.

    > afirmaba Gustav Schmoller, uno de los principales socialistas del movimiento.

    Después de 1918, el resurgimiento del temor a la revolución aceleró los cambios en Europa y la revolución de octubre instaló el espectro de la insurrección en otros lugares. Por otra parte, el leninismo hizo que el voluntarismo político volviera a ser respetable, de manera que algunos socialistas --que terminarían por afiliarse a los partidos comunistas- ya no se contentaron con esperar la inevitable desintegración del capitalismo avanzado. En 1919 en Europa se produjo una serie de levantamientos revolucionarios estimulados por el ideal soviético. En Alemania fueron los espartaquistas encabezados por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo; en Hungría, Bela Kun derrocó el gobierno establecido por la revolución burguesa y proclamó la república soviética húngara. En todas partes se produjeron grandes huelgas que hicieron tambalear a los gobiernos establecidos. > advirtió Lloyd George en la Conferencia de paz el 25 de marzo de 1919. >. Además, había aumentado mucho la influencia de los trabajadores, que estaban ampliamente organizados.

    En los años inmediatamente posteriores a la guerra se disparó la afiliación a los sindicatos. En Gran Bretaña, la cifra de trabajadores sindicalizados se elevó a 8.3 millones, en comparación con 4.1 millones antes de la guerra, en Alemania aumentó a 7.3 millones y en Francia se cuadruplicó (de 400.000 a 1.6 millones). En consecuencia, había que habérselas con la fuerza de los trabajadores. Todos estos factores sociales y políticos se unieron para estimular a los gobiernos a ampliar y acelerar las reformas iniciadas antes de la guerra.

    2.2 Las guerras mundiales y la nacionalización de la vida

    La evolución de las desigualdades está estrechamente relacionada con la indiferencia de algunos respecto de la forma en que funciona comúnmente la humanidad y con la legitimación del derecho a diferenciarse y separarse de los demás. Por lo tanto, por construcción se vincula con el hecho de atribuir mayor valor a las normas privadas que a las públicas. La experiencia de la Primera Guerra Mundial invirtió esta tendencia en el sentido de que nacionalizó la...

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