Una reflexión sobre las relaciones hispano-marroquíes

AuthorJorge Dezcallar
PositionEmbajador de España.
Pages105-122
Paix et Securité Internationales
ISSN 2341-0868, Num. 2, janvier-décembre 2014, pp. 105-122
DOI: http://dx.doi.org/10.25267/Paix_secur_ int.2014.i2.06 105
UNA REFLEXIÓN
SOBRE LAS RELACIONES HISPANO-MARROQUÍES
JORGE DEZCALLAR1
Cada vez que cruzo el estrecho de Gibraltar –y lo he hecho ya en muchas
ocasiones- me sorprende que tan angosta vía de agua separe o una, según la época
histórica que se considere, a dos mundos tan diferentes y sin embargo tan ligados
a lo largo de la historia.
Que el Estrecho ha sido foso separador es evidente. El paleontólogo Juan Luis
Arsuaga ha recordado el drama de los últimos neardentales, aprisionados entre el
creciente éxito genético de los cromagnon y las para ellos infranqueables aguas
que separaban la península ibérica del continente africano. Los últimos restos de
neardentales del continente europeo han sido hallados en cuevas de Gibraltar y es
factible imaginar el drama de aquellas pobres criaturas a las que se negaba espacio
vital, arrinconadas hace ahora 30.000 años entre los acantilados y un mar que
no podían atravesar. Igual de infranqueable que todavía hoy es el Estrecho para
muchos que tratan de cruzarlo en frágiles embarcaciones en busca de un mundo
que imaginan mejor y en pos del cual han dejado sus escasos ahorros en manos
de traf‌i cantes desaprensivos. Con insoportable frecuencia la aventura termina mal
y son muy numerosos los cadáveres de quienes no tuvieron éxito en la tentativa.
Para ellos –y al margen de las actual crisis- el Estrecho continúa hoy siendo un foso
de separación entre la miseria real o percibida como tal y las potenciales riquezas
del nuevo Eldorado europeo cuyo engañoso resplandor llega al sur a lomos de la
televisión sin fronteras que produce la globalización. Produce sonrojo ver esas
masas que tratan desesperadamente de saltar las verjas que rodean Ceuta y Melilla,
como si el primer mundo satisfecho se defendiera del asalto de los miserables de
la tierra. Aquí todo circula: capitales, bienes, servicios… todo menos los seres
humanos porque con esos se traf‌i ca.
Y sin embargo, no siempre ha sido así, no siempre el Estrecho nos ha separado:
Por limitarnos a épocas históricas documentadas, ya los cartagineses dominaban
desde la actual Túnez tanto el África del norte como buena parte de las franjas
meridional y oriental de Iberia y lo mismo hicieron los romanos, que extendieron
1 Embajador de España.
UNA REFLEXIÓN SOBRE LAS RELACIONES HISPANO-MARROQUÍES
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su imperio desde la Tarraconense a las dos Mauritanias, la Tingitana (Marruecos)
y la Cesariana ( Túnez y Argelia) sin mayores preocupaciones que las de vencer la
resistencia bereber encarnada en el caudillo Tacfarinas al igual que la reina Kahena
resistiría más tarde a los árabes. Para los romanos, las Columnas de Hércules
constituían la línea divisoria, no entre un norte y un sur que dominaban por igual,
sino entre el mundo conocido del este y los espacios de ignotos e insondables
misterios del oeste, donde el sol se sumergía a diario en las negras aguas de un
océano sin f‌i n. Al caer el imperio ante las oleadas de los pueblos germánicos, éstos
con Genserico al frente –que conquistó Tánger y Ceuta- extendieron también
su dominio al conjunto de las provincias norteafricanas, donde se instalaron los
vándalos tras una fulgurante galopada histórica. Cuando Oqba llegó con el Islam
triunfante al Magreb se encontró con que Ceuta estaba en manos visigodas, esto es,
de un feudatario del rey visigodo de Toledo, pues este quiere la leyenda que fuera
el conde don Julián, el «traidor» de los romances, quien habría facilitado el paso
de la mar a las huestes árabes y sobre todo bereberes de Muza y de Tarik, a quien
cabría el honor de prestar su nombre al Estrecho, y que derrotaron a don Rodrigo.
Tampoco este brazo de mar disuadió el paso de esos deslumbrantes relámpagos
históricos que fueron los almorávides y los almohades, esos que Sánchez Albornoz
llamó «langostas del desierto» por su peculiar percepción de que caían como una
plaga arrasando cuanto encontraban a su paso. Ambas dinastías bereberes rigieron
con mano de hierro las dos riberas a un tiempo, mientras perdían progresivamente
terreno ante el lento pero imparable avance de los cruzados cristianos de
la Reconquista, que detuvieron su inexorable progresión en el lado norte del
Estrecho aunque fueran innumerables los españoles islamizados que lo cruzaron
para instalarse en lugares como Tetuán, Fez o Dougga. Ahí está por ejemplo
Boabdil, el último de los nazaríes de Granada. Menos conocida pero trágica y
fascinante es la historia de los extremeños de Hornachos que se asentaron con
permiso del sultán en la casbah de Rabat y crearon allí una república corsaria que
tuvo en jaque a los cristianos durante 80 años, lanzando desde «la fuerza de Salé»
expediciones en busca de esclavos y de botín que no se limitaban a las costas de
España, Italia o Francia sino que llegaron hasta las mismas tierras de la gélida
Islandia. Y todo ello mientras trataban de negociar bajo cuerda el retorno a su
añorada Extremadura de la que tan brutalmente habían sido arrancados. El duque
de Medina Sidonia fue su valedor mientras el marqués de los Vélez hizo triunfar

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