Quizás un epílogo

AuthorPio Caroni
Pages11-25

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The only wisdom we can hope to acquire

Ist he wisdom of humility: humility is endless.

T.S. Eliot, Four Quartets, East Coker, II.

1. En busca de una metáfora

Naturalmente tengo amigas y amigos repartidos por el mundo (a pesar del título de mi último libro), a los que desde hace años consigno una copia de mis trabajos sobre la historia de la codificación con buena regularidad, pero por desgracia no frecuente. De manera habitual -seguramente porque casi todos son personas educadas e incluso afectuosas- lo agradecen, comentan y aplauden. Pero sucede también, sobre todo en los últimos tiempos, que muchos me preguntan amablemente: "Pero ¿no te das cuenta de que repites las mismas cosas?". O quizás "¿no se te ocurre otra cosa?" O, por último, "¿no te aburre esta historia?"

Cuando respondo, respondo como puedo. No negaré que desde hace más de cuarenta años me intereso con frecuencia y con agrado por fragmentos del pasado que se refieren a la codificación o que pueden re-conducirse a ella fácilmente. Ya lo habían notado mis estudiantes, a quienes gustaba repetir (respetuosamente) que "la codificación es el hueso de jibia que utiliza a diario el profesor Caroni para afilarse el pico". Y menos aún negaré que la cosa, lentamente, me sorprende incluso a mí. Es decir: desde hace años yo también me pregunto sobre las razones de esta curiosa reincidencia con la que, por otro lado, convivo bastante serenamente. Nunca he intentado contestar del todo a esta pregunta. Siempre he preferido posponerlo. No por superstición, sino más bien en espera de una ocasión propicia. Y mira por donde se presenta ahora, en el momento de

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publicar la versión castellana de estos escritos, relativos todos ellos, más o menos, al tema de la codificación.

Como sucede con frecuencia en estos casos, intento agarrarme al poder -mágico aunque quizás engañoso- de las metáforas. ¿Cuál puedo utilizar para dar cuenta de mi obstinación? Quien me conoce bien sabe que nunca jamás hablaría de una pesca milagrosa gracias a la cual se extraen del mar una perla tras otra, hallazgos preciosos para ordenar mi imaginario y a los que recurrir para rellenar mis historias, pues nunca he pescado nada y además -habiendo nacido entre montañas- siento desagrado solo con pensar en todo lo que de peligroso esconden esas aguas. Si acaso, prefiero considerar el núcleo de la codificación como un cruce de caminos con muchísima circulación hacia el que convergen grandes arterias y que por ello es atravesado diariamente por miles de vehículos, grandes y pequeños. Es como decir que el discurso de la codificación, más pronto o más tarde, convoca y articula los grandes temas de la historia jurídica, los que el investigador descubre a medida que intenta profundizar en él. Esto está mejor, pienso, pero no me satisface todavía. Esta segunda metáfora incluye un elemento aleatorio que me molesta. Finalmente me decido por una tercera propuesta, más concreta y terrena que la primera, menos incierta que la segunda. ¿Por qué no considerar como una sonda milagrosa la investigación atenta a la influencia social del tema de la codificación? Recordaría, no tanto la recogida más o menos interesada de teselas destinadas a formar un mosaico imaginario (¡que necesitaría esas teselas precisamente!), cuanto la idea de un itinerario sin ruta programada y sin un claro final. La sonda penetra continuamente en estratos cada vez más profundos, desvelando así la extrema complejidad (y riqueza) del terreno que perfora. ¿Y si este terreno fuese el de la sociedad histórica en cuyo seno se propuso, proyectó, discutió, combatió, rechazó o aprobó, y finalmente se promulgó como derecho vigente la codificación del derecho [privado, penal, procesal, etc.)? Probemos al menos a aventurarnos en el camino que esta metáfora nos empuja a seguir, desde luego sin prometer o garantizarnos nada.

2. Una historia social de la codificación

Para un historiador del derecho esto es casi una acrobacia: partir, no de un

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concepto jurídico previamente elaborado para reconstruir después meticulosamente su concreción, es decir su formación, sino de una sociedad agitada, irritada de alguna manera por nuevas exigencias, quizá acosada por reivindicaciones sectoriales cada vez más exigentes y que intenta encontrar de una vez una solución en el terreno jurídico, esto es, codificando el derecho. Quien está dispuesto a esta acrobacia descubre en la historia de la codificación la de una sociedad que codifica, y por la misma razón considera el código, no como un fruto casual o un resultado imprevisto, sino como el deseado producto jurídico de un anhelo social. Lo que no impide concebir el código como objeto de estudio. Pero exige analizarlo y describirlo, no como entidad autónoma y autorreferencial, sino como un derivado o producto de una sociedad histórica, es decir concreta, que no puede separarse de ella, a ella se refiere y no puede comprenderse sin tenerla en cuenta. Por ello, la sociedad que decide en un momento (quizá de manera excepcional) poner en marcha esta estrategia jurídica confeccionará el código al que aspira si no a su imagen y semejanza, sí de manera que le resulte cómodo y útil; teniendo en cuenta, no tanto las sugerencias de los teóricos o las recomendaciones de los historiadores, sino sus necesidades concretas. Todo esto es fácil decirlo, pero no ejecutarlo. Por esta razón he hablado de acrobacia. Pero ¿por qué? Porque desde siempre al código le gusta promocionarse a sí mismo. Domina por ello en nuestro imaginario, con la misma resolución indiscutible con la que reivindica ser el epicentro de un nuevo sistema de fuentes. Deslumbra, atrapa, retiene nuestra atención; arrasa con lo que está a su alcance, prescinde con arrogancia de los vínculos del pasado. Y los historiadores del derecho se ilusionan, aplauden generalmente, asienten más o menos orgullosos y reivindican consecuentemente la historia de la codificación (y la del código) como terreno propio.

Este es el primer mito que hay que destruir: es urgente resistirse a este canto de sirenas, a la cegadora atracción que el código ejerce sobre nosotros. Resistirse significa entonces relacionarlo con el mundo exterior del que deriva y en el que pretende incidir; leerlo e interpretarlo a la luz de cuanto en este mundo externo (que es la sociedad) se mueve; tener en cuenta los valores que esta manifiesta y también las contradicciones que no logra esconder, ya que estos son los elementos que ocupan y agitan el área de influencia del código, el espacio -amplio pero hasta ahora poco explorado- que se abre tras su fachada aparentemente silenciosa, equi-

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distante e impasible. Pienso que no solo es vagamente deseable, sino urgente y necesario, oponerse a esta atracción fatal. Para explicar el porqué, reflexionaré sobre un tema recurrente de la historia jurídica decimonónica.

Todos sabemos que los códigos civiles de inspiración liberal-burguesa ignoran generalmente el mundo de las desigualdades, sobre todo de las materiales que la sociedad civil, primero, había heredado del Antiguo Régimen y, luego, había agravado con frecuencia a lo largo del siglo XIX. A quien pregunta por las razones de este silencio generalmente se le responde que indica la evidente indiferencia del mundo jurídico respecto a los temas económicos y a los problemas concretos que conllevan. Una indiferencia totalmente similar a la autorreferencialidad teórica y dogmática que reivindicaba el código. Si callaba no era por ignorar los hechos ni por pudor; sino simplemente porque las realidades económicas no le competían. Como gustaban de sentenciar los pandectistas, las dejaban a la curiosidad de...

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