Especial: Premio Nobel de Economía. Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998, y la OIT.

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En 1969, durante el proceso de creación de su Programa Mundial de Empleo, la OIT pidió a varios expertos que colaborasen en el desarrollo de su programa de investigación. Entre ellos figuraban Jan Tinbergen y W. Arthur Lewis (premiados con el Nobel de Economía en 1969 y 1979, respectivamente), cuyos informes se publicaron en un número extraordinario de la Revista Internacional del Trabajo aparecido en 1970. (1) Amartya Sen -ganador del Nobel de Economía de 1998- colaboró en los estadios iniciales del Programa Mundial de Empleo, entre otras funciones, como miembro del Grupo Director consultivo sobre tecnología y empleo. Una de sus primeras colaboraciones consistió en un trabajo sobre la cuestión, escasamente estudiada, aunque esencial, de la opción tecnológica y el empleo en el sector no asalariado. (2)

Después de esta temprana incursión en el campo de la opción tecnológica, éste fue igualmente el objeto de la primera monografía escrita por Sen para la OIT (3) y de un artículo basado en aquélla, que se publicó en la Revista Internacional del Trabajo. (4) Posteriormente, Sen realizó, por encargo de la OIT, la que sería una de sus obras de mayor calado: Poverty and famines: An essay on entitlement and deprivation. (5) En este libro, el autor demostró que las grandes hambrunas se debían más a la falta de derechos -esto es, a la carencia de un empleo retribuido que habria permitido a los pobres pagar el precio de los alimentos, y a la ausencia de democracia- que a la escasez global de suministros de productos alimenticios.

Sin embargo, el origen de la relación de Sen con la OIT es muy anterior a la puesta en marcha del Programa Mundial de Empleo y se remonta a los tiempos en que colaboraba con la persona que se convertiría en su jefe. Louis Emmerij rememora aquella época:

"Mi primer contacto con Amartya Sen se produjo en 1962, cuando ambos -Amartya en la India y yo en España- trabajábamos en el modelo econométrico desarrollado por Tinbergen, en el que se asociaba el cambio educativo con el desarrollo económico...Al iniciarse nuestra relación epistolar, yo iba muy por delante en el cálculo de coeficientes, etc. Sin embargo, cuando llegó su segunda carta, ya me llevaba dos vueltas de ventaja. ¡Qué mente tan rápida y creativa!

"Cuando me hice cargo del Programa Mundial de Empleo de la OIT, una de mis primeras preocupaciones consistió en recabar la colaboración de Sen y de otros, como el premio Nobel Tinbergen, y Leontieff (que ganaría posteriormente el premio). Sen, Tinbergen, Leontieff, Rosenstein-Rodan y muchos otros participaron en una importante reunión que convoqué para establecer las prioridades de la función de investigación del Programa Mundial de Empleo. Sin embargo, mientras que los otros continuaron trabajando como asesores (valiosos y valorados) del Programa, Sen decidió ponerse a trabajar y participar intensamente en varias tareas dentro de la función de investigación del Programa Mundial de Empleo.

"Dos de sus trabajos sobresalen especialmente. Uno de ellos, centrado en el área de la tecnología y el empleo, se publicó bajo el título de Employment, technology and development. El segundo trabajo, enfocado en las cuestiones de la distribución de la renta y el empleo, reviste particular importancia, dado que, en él, San lanzó su idea del derecho asociado a la hambruna. Poverty and famines, primero de una serie de estudios dedicados por Sen a este tema, se inició en 1975, pero sólo se completó y publicó en 1981. En él se aprecian la originalidad y el rigor del autor, que escribió en el prefacio: "Esta obra se ha realizado para el Programa Mundial de Empleo de la OIT. Les estoy agradecido por...su extraordinaria paciencia..."

"Todo lo que puedo decir es que la espera se vio recompensada. Fue el inicio de una larga línea de trabajo que ha contribuido a que, al fin, Sen recibiese el Nobel de 1998." (Louis Emmerij, Asesor del Presidente del Banco de Desarrollo Interamericano, Washington D.C., 21 de octubre de 1998).

En el artículo escrito por Sen en 1997 (6) para la Revista Internacional del Trabajo -que se extracta a continuación- el autor aborda la cuestión de la desigualdad económica y la enorme importancia del empleo desde la perspectiva de la elección social en Europa. Como indica el autor, la desigualdad no se suele buscar a propósito -ciertamente, se la puede calificar, sencillamente, de bárbara- sin embargo, la verdadera disyuntiva se plantea cuando las medidas destinadas a reducir diversas desigualdades que la sociedad considera irritantes colisionan entre sí. Amartya Sen examina la difícil elección entre los objetivos sociales fundamentales que se persiguen: bienestar, libertad y calidad de vida. El autor argumenta que la reducción de las elevadas tasas de desempleo prevalentes en numerosos países europeos debe constituir un objetivo prioritario, dado que el fenómeno genera numerosos costes que condicionan todos estos objetivos.

El autor asegura que el desempleo generalizado no sólo ocasiona tremendas privaciones a las personas afectadas, sino también un enorme coste social. Los gobiernos pueden pensar -como hacen muchos en Europa- que la política de garantizar una renta mínima relativamente elevada y prevenir las excesivas diferencias de ingresos constituye un remedio suficientemente eficaz contra el desempleo. Sin embargo, la desigualdad económica es algo mucho más amplio que la disparidad de rentas. Otras desigualdades -por ejemplo, en el acceso a la asistencia sanitaria, de la que carecen muchas personas en Estados Unidos y Rusia- pueden ser todavía más lesivas. Existen aspectos éticos fundamentales que se suelen pasar por alto. El desempleo destruye la propia identidad y la autoestima de las personas. Resulta, incluso, perverso mostrar preocupación por la exclusión social cuando se concede un grado tan bajo de prioridad al principal instrumento de la integración, que es el empleo.

Es posible que los desempleados europeos estén en mejor situación que los norteamericanos por lo que respecta al volumen de ingresos; sin embargo, si se toman también en consideración el bienestar general y el nivel de participación política, no hay lugar para el optimismo. Las altas tasas de desempleo exacerban las tensiones raciales y la discriminación sexual. Además, un desempleo elevado fomenta el conservadurismo tecnológico, ya que los trabajadores se resisten a aceptar las innovaciones que supongan un peligro para su permanencia en el empleo, lo que, a su vez, frena las inversiones capaces de impulsar las tasas de crecimiento económico y aumentar el bienestar general. Unas mayores expectativas de empleo producirían una reducción de los índices de dependencia y contribuirían a la integración, no sólo de los jóvenes desempleados, sino también de los trabajadores maduros físicamente aptos que se han visto forzados a la jubilación anticipada. Al demostrar la relación causal de muchos de los problemas sociales que aquejan a Europa con el desempleo generalizado y, por ende, con sus costes encubiertos, el autor muestra el camino hacia la superación simultánea de numerosas lacras sociales. El desempleo impone a las sociedades pesadas cargas que no tienen por qué soportar.

Como subrayó el Comité de los Premios Nobel en su anuncio de la concesión del Nobel de Ciencias Económicas por las aportaciones a la economía del bienestar, los trabajos de Sen han "contribuido en gran medida a reivindicar la dimensión ética de la economía y sus disciplinas afines...No obstante su diversidad, la producción intelectual de Sen está sumamente estructurada." Para quienes conocen el humanitarismo de Amartya Sen, no resulta sorprendente que haya dedicado su formidable capacidad intelectual a resolver las cuestiones que más preocupan a los hombres; en todo caso, esta actitud destaca tanto más cuanto que no es frecuente. Para la OIT, su asociación con la labor de Sen y el asesoramiento que el investigador presta a la Revista Internacional del Trabajo constituye un motivo de honda satisfacción.

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(1) "La investigación económica en el Programa Mundial de Empleo", Revista Internacional del Trabajo, Vol. 101, nº 5, mayo de 1970. El artículo de Jan Tinbergen, titulado "Política comercial y crecimiento del empleo", se reprodujo en el número retrospectivo extraordinario de la Revista Internacional del Trabajo (Vol. 135 (1996), nº 3-4).

(2) Amartya Sen, "Technical choice and employment in the non-wage sector", aparecido en World Employment Programme: Economic Research on technology and employment; a collection of six papers, mimeografiada, Ginebra, noviembre de 1972.

(3) Amartya Sen: Employment, technology and development, estudio realizado para la OIT en el marco del Programa Mundial de Empleo, Oxford, Clarendon Press, 1975.

(4) Amartya Sen, "Empleo, instituciones y tecnología: algunas cuestiones de política", en Revista Internacional del Trabajo, Vol. 112, nº 1, julio de 1975. El artículo se reprodujo en el número especial retrospectivo de la Revista Internacional del Trabajo (Vol. 135 (1996) nº 3-4).

(5) Amartya Sen: Poverty and famines: An essay on entitlement and deprivation, estudio realizado para la OIT en el marco del Programa Mundial de Empleo, Oxford, Clarendon Press, 1981.

(6) Amartya Sen: "Desigualdad y desempleo en la Europa contemporánea", en la Revista Internacional del Trabajo.

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Extracto de "Desigualdad y desempleo

en la Europa contemporánea"

por Amartya Sen *,

Revista Internacional del Trabajo,

(Ginebra, OIT), 1997, Vol. 136, nº 2

Diagnóstico y líneas de acción

Los elevados niveles de desempleo que han venido a ser habituales en Europa acarrean grandes desventajas para la sociedad: reducen la calidad de vida de toda la población y son especialmente penosos para la minoría -la gran minoría- de familias que se ven afectadas por el desempleo persistente y los extensos daños que produce.

Este triste estado de cosas requiere reflexión en lo económico, a la vez que responsabilidad y firmeza en lo político. En el aspecto económico es necesario considerar la política de empleo en relación con diferentes objetivos, como pueden ser la gestión de la demanda y las consideraciones macroeconómicas, pero también hay que ir mucho más allá. La economía de mercado señala costes y beneficios de diferentes clases, pero no refleja adecuadamente todos los perjuicios del desempleo, que, como acabamos de ver, surgen de distintas procedencias. Por consiguiente, la política oficial debe tener en cuenta esas cargas del desempleo que no se reflejan adecuadamente en los precios de mercado. Hay razones para considerar la conveniencia de establecer alicientes de diversos tipos que estimulen la contratación de trabajadores, como han investigado recientemente Phelps (1994a, 1994b, 1997), Fitoussi (1994), Fitoussi y Rosanvallon (1996), Lindbeck (1994) y Snower (1994), entre otros. El desempleo también requiere examinar la posible eficacia de una estrategia decidida de los poderes públicos, que no aspire sólo a ajustar los precios efectivos, sino también a crear más oportunidades de capacitación y formación profesional, a investigar más a fondo en las tecnologías que favorecen el empleo de mano de obra, y a efectuar reformas institucionales que hagan más flexible y abierto el mercado laboral.

Envejecimiento de la población y aumento del índice de dependencia

Un planteamiento compartimentado de los problemas del trabajo, la retribución y la seguridad puede separar artificialmente los asuntos sociales. Cabe citar como ejemplo el controvertido problema del aumento del número de personas ancianas en Europa, América del Norte y gran parte del mundo. Se considera a menudo que esto impone una carga cada día más insoportable sobre la población joven, que tiene que sostener a los viejos. Pero la prolongación de la vida también suele significar más años de capacidad y aptitud para el trabajo, sobre todo en los empleos que requieren menos esfuerzo físico. Por consiguiente, una manera de afrontar el problema del envejecimiento sería elevar la edad de jubilación, lo que contribuiría a aminorar el incremento del índice de población dependiente (proporción entre personas dependientes y personas que trabajan). Sin embargo, se piensa que los jóvenes tendrían entonces más dificultades para encontrar empleo. Así pues, el problema del empleo está también íntimamente unido al de la composición de la población por edades.

Por una parte, la disminución de la tasa de desempleo reduciría de inmediato el índice de dependencia si éste se calcula como proporción entre personas dependientes y personas que trabajan (y no sólo que están en edad de trabajar). Pero, lo que es más importante, el aumento de las oportunidades de empleo puede absorber no sólo a los jóvenes desempleados sino también a las personas que están en condiciones de trabajar pero se han visto obligadas a jubilarse prematuramente.

Estos problemas están, pues, entrelazados, y sus interrelaciones no nacen sólo de las oportunidades reales de empleo, sino también de la psicología social. Cuando el desempleo es un riesgo constante que preocupa a muchos, toda propuesta de elevar la edad de jubilación parecerá amenazadora y regresiva. Sin embargo, ya que no hay ninguna razón básica que impida, habiendo tiempo y flexibilidad, que las oportunidades de empleo se ajusten al tamaño de una fuerza de trabajo mayor (por aumento de la edad de jubilación), ese obstáculo no debería ser inamovible. No tendemos a suponer que un país de gran población deba tener más desempleo por ser mayor el número de personas que buscan trabajo. Si se posibilita el ajuste, el trabajo disponible puede amoldarse al tamaño de la población laboral. El desempleo brota de los obstáculos a ese ajuste, y no debe acabar "vetando" la posibilidad de elevar la edad de jubilación y, con ello, incrementar el número de trabajadores.

En Europa, el problema estructural a largo plazo del envejecimiento de la población ha quedado en gran medida preso de la actual situación de fuerte desempleo. No es sorprendente que en los Estados Unidos haya resultado difícil elevar, e incluso suprimir, la edad de jubilación obligatoria, puesto que los niveles de desempleo son allí mucho más bajos que en Europa. Eso por sí solo no elimina todos los problemas que plantea el envejecimiento de la población (en especial el mayor coste de la asistencia médica a las personas ancianas), pero retrasar la jubilación puede coadyuvar grandemente a reducir la carga de la población dependiente. Cuando se consideran los distintos efectos del desempleo, se ve que impone un tributo muy alto.

Es importante tomar nota de lo costoso que resulta el desempleo -por todas las causas mencionadas- para buscar soluciones económicas idóneas a tan extenso problema, ya que si no se valoran muchos de sus efectos de largo alcance es fácil subestimar la magnitud de los daños que produce.

Europa, Estados Unidos y las condiciones de la autosuficiencia

Ante la gravedad que hoy en día reviste el problema del desempleo en Europa y sus múltiples consecuencias, parece de todo punto necesario adoptar un compromiso político para abordarlo. Es sin duda un tema en el que la Unión Europea puede aunar voluntades. En Europa se ha discutido mucho durante los últimos tiempos acerca de la necesidad de reducir de forma coordinada los déficit presupuestarios y el endeudamiento. El Tratado de Maastricht fija un límite al déficit en porcentaje del producto nacional bruto (PNB), y sienta una norma algo menos estricta en lo que respecta al volumen de deuda pública en porcentaje del PNB. Es fácil apreciar la relación que existe entre esas condiciones y el propósito declarado de establecer una moneda única europea.

No hay acuerdo ni plazo oficial que exija una reducción general del desempleo en Europa, pero su urgencia social es innegable. Los diferentes tributos que impone el desempleo pesan mucho sobre la vida social y personal a lo largo y a lo ancho del continente. Considerando la magnitud del problema en casi todos los países de la Unión Europea, lo razonable tal vez fuera que sellaran un compromiso conjunto que sobrepasara los límites nacionales. Por otra parte, la libertad de circulación de las personas que existe entre los países miembros exige obviamente alguna coordinación de las políticas de empleo. Pero el hecho es que aún no existe un compromiso expreso de reducir el desempleo que sea equiparable a la directriz de reducir los déficit presupuestarios; y tampoco el precio que hay que pagar por el desempleo ha sido objeto del suficiente debate público. La función del diálogo público para establecer consensos éticos y políticos, en especial por lo que se refiere a las privaciones, puede ser vital (véase a este respecto Atkinson, 1996, y la obra de próxima publicación).

Es interesante contrastar los asuntos públicos que se consideran prioritarios en Europa y en los Estados Unidos. Por un lado, la política estatal estadounidense apenas se ocupa de proporcionar una atención sanitaria básica para todos, y, al parecer, son más de 30 millones de personas quienes se encuentran sin ningún tipo de seguro de enfermedad o cobertura médica en ese país. A mi juicio, semejante situación sería políticamente intolerable en Europa. Las condiciones que limitan la ayuda estatal a los pobres y a los enfermos son tan estrictas que en Europa resultarían inaceptables. Por otra parte, en los Estados Unidos una tasa de desempleo de dos cifras sería dinamita política. Yo creo que ningún gobierno norteamericano podría salir indemne de una duplicación del nivel actual de desempleo, que por cierto aún mantendría esa tasa por debajo de la que ahora registran Italia, Francia o Alemania. Los cometidos políticos asignados a los gobernantes son muy distintos.

El contraste puede deberse en cierta medida a que la capacidad de valerse por uno mismo se valora mucho más en los Estados Unidos que en Europa. Ese valor no se traduce en atención médica o seguridad social para todos los norteamericanos; su esfera de aplicación es diferente. La tendencia a soslayar la pobreza y la privación cuando se trazan los programas de acción pública es muy fuerte en la cultura norteamericana de la autosuficiencia. En cambio, la falta de oportunidades de trabajo afecta de raíz a la posibilidad de valerse por uno mismo, y en los Estados Unidos el consenso público a este respecto es mucho mayor. Por consiguiente, la cultura norteamericana de la autosuficiencia hace que se dé mucha más importancia a luchar contra el desempleo que a dotar a todos los ciudadanos de cobertura médica o prevenir que caigan en la indigencia.

En estos momentos merece la pena examinar ese contraste. Europa se está convenciendo cada vez más de la necesidad de confiar en el propio esfuerzo de los ciudadanos, en vez de que sea el Estado el que resuelva los problemas. Aunque en ese cambio de actitud se podría pecar por exceso (sería verdaderamente triste que la civilización europea perdiera las garantías básicas del Estado benefactor contra la indigencia o la falta de asistencia médica), es importante, necesario y urgente replantearse fundamentalmente esas cuestiones. La Europa de los próximos años tenderá a subrayar más la necesidad de que cada cual se valga por sí mismo.

Entre las condiciones que se requieren para lograr esa mayor autosuficiencia, ninguna puede ser más importante que hacer descender el desempleo europeo de sus altísimos niveles. Es evidente que ese desempleo supone para el Estado una pesada carga de transferencias. Por otra parte, la perspectiva de verse sin trabajo no es propicia a que la persona se forje unos principios basados en su propia autonomía, y menos en el caso de los jóvenes. Si al terminar sus estudios los jóvenes no encuentran trabajo y caen inmediatamente en la necesidad de recibir ayuda del Estado, no se les alentará a querer ser autosuficientes.

Yo diría, incluso, que hay algo de esquizofrenia política en pretender que las personas dependan en mayor grado de sí mismas y, al mismo tiempo, sostener que los niveles actuales de desempleo en Europa son "lamentables pero tolerables". Cuando a determinados sectores de trabajadores les resulta prácticamente imposible encontrar trabajo, recomendar la autosuficiencia puede ser a la vez inútil y cruel. Para valerse por sí mismo, cada cual necesita trabar relaciones económicas y sociales con otros, como ya señaló Adam Smith hace más de dos siglos (Smith, 1776). El empleo remunerado figura entre las formas más sencillas de sustraerse a la dependencia.

En lo que se refiere a los valores públicos y las virtudes privadas, Europa, al igual que el resto del mundo, se encuentran en una verdadera encrucijada. El antiguo valor de la solidaridad con quienes se encuentran en circunstancias adversas se está debilitando muy deprisa -tal vez demasiado deprisa- frente a la relevancia concedida al propio esfuerzo. 7 Sin embargo, no se aprecian debidamente las condiciones políticas y económicas que debe reunir una sociedad para que sus miembros se valgan por sí mismos. La oportunidad de trabajar constituye un eslabón fundamental en esa cadena.

No pretendo decir, por otra parte, que la ética social norteamericana esté libre de deficiencias; lejos de ello. Los Estados Unidos deben reconocer que la filosofía del propio esfuerzo tiene serios límites, y que al apoyo de la colectividad le corresponde una función importante, sobre todo en la provisión de asistencia médica y redes de seguridad. A menudo se señala que algunos empleos norteamericanos están mal pagados, y desde luego esa situación se podría mejorar. (8) No obstante, cabe afirmar que un defecto quizá aún más importante que la baja remuneración es la desidia norteamericana en lo tocante a garantizar la asistencia sanitaria para todos, ricos y pobres, así como a dispensar una mejor educación pública y consolidar las bases para una vida comunitaria en paz.

Esas negligencias figuran entre los factores responsables de los elevados niveles de mortalidad que se registran en las colectividades relegadas de los Estados Unidos. Por ejemplo, los afroamericanos -es decir, los negros norteamericanos- tienen menos probabilidad de llegar a una edad avanzada que los habitantes de China, de Sri Lanka o del estado indio de Kerala (véase Sen, 1993). Si se piensa que esas gentes del tercer mundo son mucho más pobres que la población de los Estados Unidos (y también más pobres que la población norteamericana de color, que en cuanto a ingreso por habitante es veinte veces más rica que, por ejemplo, los indios de Kerala), la desventaja de los afroamericanos en lo que se refiere a la longevidad resulta especialmente inquietante.

A este respecto cabe decir que los negros norteamericanos tienen una tasa de mortalidad mucho más elevada que sus conciudadanos blancos, dato que se comprueba estadísticamente incluso después de introducir las correcciones pertinentes por la desigualdad de sus ingresos. Las diferencias de mortalidad no son sólo achacables a las muertes violentas, que es el estereotipo que los medios de comunicación presentan a menudo para explicar la baja longevidad de los afroamericanos. De hecho, las muertes violentas sólo constituyen un factor importante para los hombres jóvenes negros, y también explican sólo en parte la elevada mortalidad registrada en ese grupo. Lo cierto es que la desproporcionada mortalidad de los negros norteamericanos también afecta agudamente a las mujeres y a los hombres de más edad (mayores de 35 años). (9)

Conclusión

El hecho de que los Estados Unidos tengan cadáveres en el armario no es motivo suficiente para que los europeos se entreguen a la autocomplacencia, ni es razón para despreciar las importantes enseñanzas que cabe extraer de la ética social norteamericana en lo que se refiere a su mayor respeto por el empleo y las consecuencias que de ello se derivan para la acción pública. Europa debe tomar mejor conciencia de lo que realmente implican los principios del esfuerzo personal, hacia los que se siente cada vez más atraída sin darse cuenta de las condiciones sociales que se requieren para ello. Ciertamente, una sociedad que haga posible la autosuficiencia, la autonomía individual, no puede fundarse en la admisión de niveles altísimos de desempleo. El tributo que hay que pagar por el desempleo no consiste sólo en pérdida de ingresos, sino también en efectos de largo alcance sobre la confianza en uno mismo, la motivación para el trabajo, las aptitudes básicas, la integración social, la armonía racial, la justicia entre los sexos y la apreciación y utilización de la libertad y la responsabilidad individuales.

La gran cuestión que debemos plantearnos es la de si es posible combinar lo mejor de cada enfoque. Por ejemplo, las experiencias europeas en el campo de la asistencia sanitaria contienen aspectos positivos que los Estados Unidos podrían aprovechar (como también, al parecer, la Rusia actual posterior a la reforma). A la inversa, el respeto de la libertad individual y la flexibilidad que es inherente a la actitud positiva de los norteamericanos frente al empleo sería muy provechoso para Europa. Se comprende que los dirigentes europeos se vean cada vez más atraídos por la filosofía del propio esfuerzo, porque encierra muchas virtudes y puede resultar muy eficaz si se inserta en un entorno social que lo haga posible. Pero, para que arraigue en la sociedad, hay que prestarle atención y poner los medios políticos oportunos. El fomento del empleo debe pasar a la primera fila de objetivos. Es asombroso que la Europa de nuestros días tolere tal cantidad de desempleo con tanta tranquilidad.

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(*) Master, Trinity College, Universidad de Cambridge. Este artículo es una versión ligeramente abreviada y reelaborada de una ponencia presentada en la Conferencia de Lisboa sobre la "Europa Social" organizada por la Fundación Calouste Gulbenkian entre el 5 y el 7 de mayo de 1997. Se publica en la Revista Internacional del trabajo con permiso de la citada Fundación.

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(7) Véase en Atkinson, 1997, una crítica razonada de las propuestas de "desmantelar" el Estado benefactor; véanse también cuestiones conexas en Van Parijs, 1995.

(8) Fitoussi y Rosanvallon (1996) y Phelps (1997) han examinado en especial la necesidad de potenciar simultáneamente el empleo y las remuneraciones.

(9) Véanse sobre esto Sen, 1993, y la bibliografía médica que ahí se cita.

Bibliografía

Atkinson, Anthony b. Forthcoming. The economic consequences of rolling back the welfare state. Cambridge, MA, MIT Press.

1996. "Promise and performance: Why we need an official poverty report?", en P. Barker (ed): Living as equals. Oxford University Press.

Fitoussi, Jean Paul. 1994. "Wage distribution and unemployment: the French experience", en American Economic Review (Papers and Proceedings) (Nashville, TN), Vol. 84, núm. 2 (mayo), pp. 59-64.

Rosanvallon, R. 1996. Le Nouvel âge des enégalités. París, Seuil.

Lindbeck, Assar. 1994 "The welfare state and the employment problem", en American Economic Review (Paper and Proceedings) (Nashville, TN), Vol. 84. Núm. 2, pp. 71-75.

Phelps, Edmund D. 1997. Rewarding work. Cambridge, MA, Harvard University Press.

1994 a. Structural slumps: The modern equilibrium theory of unemployment, interests ans assets. Cambridge, MSA, Harvard University Press.

1994b. "Low-wage employment subsidies versus the welfare state", en American Economic Review (Papers and Proceedings) (Nashville, TN), Vol. 84, Núm. 2 (mayo), pp. 54-58.

Sen, Amartya. 1993. "The economics of life and death", en Scientific American (Nueva York), Mayo.

Smith, Adam. 1776. An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations. Nueva publicación, Oxford, Claredon Press. 1976.

Snower, Dennis. 1994. "Converting unemployment benefits into employment subsidies", en American Economic Review (Papers and Proceedings) (Nashville, TN), Vol. 84, Núm. 2 (mayo), pp. 65-70.

Van Parijs, P. 1995 Real freedom for all: What (if anything) can justify capitalism? Oxford, Claredon Press.

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