Petroleo, gas natural y geopolitica (Reflexiones desde la Argentina).

Authorde la Balze, Felipe
PositionOpinión

El mundo de los hidrocarburos está inmerso en una revolución tecnológica que tendrá consecuencias trascendentes sobre la geopolítica y la economía mundial.

Nuestra civilización se basa en el consumo masivo de energía barata. El sostenimiento de los altos niveles de vida en los países avanzados y el veloz crecimiento en los países emergentes requieren que la oferta de hidrocarburos y otras fuentes de energía se incrementen en el futuro.

A pesar de todo lo que se comenta sobre las energías renovables, el petróleo y el gas natural mantendrán su primacía en el campo de la energía durante las próximas dos décadas.

De acuerdo a proyecciones recientes, para el año 2030, el petróleo podría representar aproximadamente el 29% del total de la energía consumida a nivel global. A su vez, el carbón representaría aproximadamente el 28 %, el gas natural el 27%, las energías renovables el 11% (incluyendo la hidroeléctrica, la solar, la eólica y los biocombustibles) y la energía nuclear el 5%. (1)

La situación energética mundial está marcada por rivalidades y por conflictos. Los principales consumidores de hidrocarburos son los países avanzados y algunos grandes países emergentes (en particular China y la India). Los exportadores están > por un reducido grupo de países emergentes, muchos de ellos políticamente inestables.

La mayor parte de las reservas de hidrocarburos (quizás el 85%) está en manos de gobiernos o de compañías estatales, mientras que la refinación y la logística del negocio siguen estando prioritariamente (más del 60%) en manos de empresas petroleras occidentales que, además, son responsables de la mayor parte de los avances tecnológicos del sector.

Estos desequilibrios geográficos, empresarios y tecnológicos respecto a la distribución y a la gestión de los hidrocarburos son la causa más importante de las tensiones geopolíticas.

  1. EL MUNDO DE LA ENERGÍA ESCASA Y SUS IMPLICANCIAS ESTRATÉGICAS

    Después de la Segunda Guerra Mundial, las necesidades de los países industrializados (que necesitaban más petróleo y gas del que podían producir) y de los países productores (con reservas excedentes y mercados internos limitados) crearon una matriz energética mundial que duró casi 30 años. Las condiciones pactadas usualmente favorecían a los países ricos y a sus empresas petroleras.

    Esa dependencia mutua comenzó a deshacerse a mediados de la década de 1970 con la creación de un cartel de los países productores: la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP).

    Después, los principales productores se volvieron más cautelosos con sus recursos. Países como Arabia Saudita, Irán y Venezuela decidieron expandir su producción, aunque a tasas menores que las esperadas por los grandes consumidores. Además, comenzaron a usar el petróleo y el gas para abastecer a sus mercados domésticos e inclusive desarrollaron nuevas industrias intensivas en energía (como la petroquímica, los fertilizantes y la agricultura de riego).

    Desde los inicios de la década de 1990, la urbanización, la industrialización y el creciente uso del automóvil en los países emergentes, comenzaron a presionar sobre la demanda e intensificaron la competencia entre los países consumidores.

    A principios de la década del 2000, muchos de los principales campos petroleros descubiertos durante las décadas de 1960 y 1970 (en el Mar del Norte, en Alaska, e inclusive algunos de los mega yacimientos de Arabia Saudita, Irán, Iraq, México, Rusia y Venezuela), mostraban signos de agotamiento productivo.

    Los respetados informes del BP Statistical Review of World Energy (2009) confirmaban que 30 de los 45 principales países productores de petróleo habían alcanzado su > a inicios de la década del 2000 (el nivel máximo a partir del cual la producción de dichos países comienza a disminuir).

    El mundo corría el riesgo de quedarse sin petróleo. Un nuevo orden energético estaba tomando forma. El eje del equilibrio de poder entre productores y consumidores se movía claramente en favor de los primeros.

    Los síntomas del cambio eran evidentes. Los royalties y los impuestos cobrados a las empresas internacionales se incrementaban. Las condiciones de acceso a las reservas se volvían más restrictivas. Los países productores incrementaban el control del Estado sobre la actividad.

    Estas restricciones incentivaron la búsqueda de otras fuentes de energía. Pero las fuentes alternativas no ofrecían la masa crítica suficiente para resolver el problema.

    El carbón mantenía su enorme relevancia en la generación de electricidad pero con un destino acotado por ser altamente contaminante. Las innovaciones tecnológicas necesarias para reducir el dióxido de carbono emitido están aun en etapa de desarrollo.

    A su vez, se intentaba extender el uso del carbón al transporte a través de la conversión del carbón en combustible líquido (África del Sur y China). Pero el procedimiento es costoso y el balance energético es por ahora negativo (la energía consumida en el proceso de conversión es superior a la generada).

    La energía nuclear, después de años de letargo, comenzó a levantar cabeza a tines de la década de 1990. Algunos países, entre ellos la Argentina (Atucha II), decidieron completar proyectos inconclusos. Otros, autorizaron la puesta en funcionamiento de usinas paradas (Alemania, Gran Bretafia y Japón) o anunciaron el lanzamiento de nuevos proyectos (China, Corea, la India y Rusia).

    Desafortunadamente, el altísimo costo de inversión de las nuevas usinas nucleares y las gravísimas consecuencias del derretimiento del reactor en la usina de Fukushima (Japón, marzo, 2011) pusieron paños fríos al renacimiento del sector.

    Las energías renovables alternativas (principalmente el etanol, el biodiesel, la energía solar y la eólica) tomaron vuelo durante los últimos años. Las mismas, están creciendo velozmente, apoyadas por importantes estímulos gubernamentales.

    Son menos contaminantes que los hidrocarburos y el carbón, pero no tienen el potencial productivo y comercial para remplazarlos. Representaban el 0,5% de la capacidad energética instalada en el año 2000, menos del 1,5% en la actualidad y quizás alcancen el 4% en el año 2030.

    Los biocombustibles (principalmente el biodiesel y el etanol) crecerán rápidamente en el futuro. Compiten conel petróleo en la provisión de combustible para la industria del transporte. Se pueden mezclar con las narras y el gasoil, son fácilmente adaptables a los sistemas de distribución y almacenamiento existentes y no requieren cambios en los motores.

    Varios países con sectores agrícolas importantes, como los Estados Unidos, Brasil, Alemania, Francia y la Argentina, se han lanzado a su promoción.

    Algunos observadores cuestionan la utilización de materias primas que se usan para producir alimentos como combustible. Indudablemente, el crecimiento en el uso de los biocombustibles está restringido por el alza de los precios de los productos agrícolas utilizados como insumos (principalmente el azúcar, el maíz, la soja, la colza y el aceite de palma). Además, cuando los precios internos de los hidrocarburos no están en línea con los precios internacionales (como es el caso argentino), las oportunidades de inversión en el sector se ven acotadas.

    La energía solar y la eólica son las que reciben la mayor cubertura en los medios de comunicación. Son también las que reciben los mayores subsídios de los gobiernos. Su desarrollo durante los últimos años ha sido significativo, pero su potencial es limitado debido a sus altos costos y desventajas operativas.

    La energía eólica, que se genera a partir del viento, es la más importante y la más atractiva desde la perspectiva de los costos, los cuales varían por país y por región. En los Estados Unidos, el costo por megawatt hora (MWh) es aproximadamente un 50% superior al de las usinas eléctricas que utilizan carbón y casi el doble de las que utilizan turbinas a gas de ciclo combinado.

    La naturaleza intermitente del viento y del sol causa fluctuaciones difíciles de manejar en la generación de electricidad. La capacidad instalada tiende a ser muy superior a la generada, lo que incrementa significativamente los costos de inversión. Además hay que realizar cuantiosas inversiones en los sistemas de transmisión.

    La energía eólica y la solar crecerán en importancia durante las próximas décadas, pero no serán la panacea para los problemas energéticos mundiales.

    En líneas generales, a mediados...

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