El mundo y la sociedad en la era de la globalizacion.

AuthorTomassini, Luciano
PositionLas relaciones en la comunidad internacional

Los CAMBIOS DE PARADIGMA SOBRE EL SISTEMA INTERNACIONAL

En los últimos decenios el sistema internacional ha experimentado cambios tan profundos que, para comprenderlos, se requeriría un paradigma distinto de los que hasta ahora se han utilizado para analizarlo o describirlo. Lo que es más, en estas notas sostendré que para entender la forma en que hoy se desarrollan las relaciones internacionales es necesario abandonar la pretensión de que ellas se ajustan a un paradigma o a un modelo previo. Y argüiré también que en los últimos treinta años las sociedades del mundo occidental han vivido una transformación cultural sin precedentes desde que se fraguaron sus rasgos fundamentales durante la antigüedad clásica, un cambio adverso a los grandes relatos o modelos que en el pasado pretendieron moldear las sociedades y nuestras vidas dentro de ellas. Se apelará aquí a este cambio cultural como la clave principal para entender la transformación que ha experimentado el sistema internacional durante el último período. Y me apoyaré en ese mismo cambio para mostrar por qué el mundo y las sociedades que lo integran han llegado a semejarse tanto como una figura a la imagen que esta proyecta en un espejo (1).

He sostenido anteriormente que existe una diferencia entre conceptos que con frecuencia se usan indistintamente, a saber, los de internacionalización, transnacionalización y globalización --tres fenómenos que obedecieron a cronologías diferentes-- diferencia que hay que entender para definir correctamente el último de estos procesos. La internacionalización del comercio se inició ya en la época de los descubrimientos geográficos, con el comercio a larga distancia, como uno de los rasgos propios de los nuevos tiempos modernos. La transnacionalización de la producción, operada por las grandes corporaciones industriales una vez que adquirieron la capacidad de dividir el ciclo productivo a fin de radicar cada uno de sus componentes en diferentes lugares, en busca de las ventajas comparativas que cada uno ofrecía, comienza a manifestarse después de la Segunda Guerra Mundial, y se acelera a partir del decenio de los años sesenta, cuando el valor de la producción de las filiales de estas empresas radicadas en el exterior sobrepasó el valor total del comercio internacional. El proceso de globalización se despliega a lo largo del último tercio del siglo XX como un fenómeno más complejo, caracterizado, desde cierto ángulo, por la difusión de toda suerte de conocimientos, ideas, valores, procesos, productos y formas de organización, de vida y de consumo a través de las antiguas fronteras nacionales o bien, desde otro punto de vista, como la creciente conectividad entre los distintos segmentos de la sociedades nacionales. Debido a que en su forma de expresión más profunda la globalización se refiere a la transmisión de las formas de pensamiento, de percepción y de organización de las distintas sociedades y de sus miembros individuales, la definiría, en última instancia, como el proceso de internacionalización de la subjetividad de las personas, por lo cual sostengo que en la práctica el proceso de globalización y la transformación cultural, que a mi juicio constituyen los dos rasgos dominantes de la última parte del siglo XX, se encuentran íntimamente asociados (2).

En The Structure of Scientific Revolutions Thomas Khun sostuvo que en la ciencia las verdades no se establecen mediante la acumulación de conocimientos derivados simplemente de la verificación empírica, porque la investigación siempre está guiada por una determinada manera de entender el mundo, mientras que Imre Lakatos extremó este punto de vista al exponer que el conocimiento de la realidad siempre está condicionado por una visión interpretativa acerca de ella, que genera un cordón protector que filtra los hechos registrados por nuestra percepción de las cosas, visión que influye en la concepción de nuestros programas de investigación en el mundo de las ciencias sociales.

Abundando en lo anterior, Lakatos sostiene también que estas visiones interpretativas no son reemplazadas por otras solamente cuando la anterior ha sido refutada mediante demostraciones empíricas precisas, sino que lo hace cada vez que otra resulta tan convincente como para generar un consenso o compromiso entre los observadores, de modo que a partir de ese momento esa nueva visión reorienta la investigación hacia otros derroteros,

El cambio cultural de nuestro tiempo nos enseña a no creer en los modelos. John Dewey, representando el pragmatismo norteamericano, mucho antes de esto sostenía ya que la solución de los problemas públicos suponía un proceso de ensayo y error aplicado a cuestiones específicas. Charles Lindblom, ese gran iconoclasta del análisis racional de las políticas públicas, enseñaba que éstas se definen a través de un proceso de tanteo --o de dar palos de ciego-- en búsqueda de una solución correcta. Albert Hirschmann, que a pesar de haber sido presentado por el Banco Mundial como uno de los diez fundadores de la teoría del desarrollo realizó gran parte de su multifacética experiencia intelectual en América Latina, mostró cómo la búsqueda de paradigmas podía convertirse en un inconveniente para la comprensión de los problemas. Y durante su larga carrera intelectual, Pierre Bourdieu sostuvo permanentemente que esa comprensión se adquiere mucho mejor por medio de la práctica, comparando la reflexión de Platón en la tranquilidad de la Academia con el quehacer de un hombre práctico, con un abogado en los tribunales por ejemplo, para quien el tiempo de la clepsidra --el reloj de agua de esa época-- sigue corriendo y no se detiene, por considerar que la práctica es una fuente más certera para acceder al conocimiento de las cosas debido a la oportunidad y el acicate que representan la cercanía y la urgencia con que en la realidad se presentan los problemas (4). Cuarenta años antes, con la habitual certeza de sus intuiciones, Ortega sostuvo que cada generación posee una sensibilidad propia para definir y comprender su propio tiempo, que constituye su cultura. En esta visión, agrega, > (5).

Este cambio epistemológico, es decir, el cambio ocurrido en nuestra manera de conocer la realidad, formó parte de una transformación de carácter ontológico, esto es, de un cambio referente a las características que atribuimos a la realidad misma, que se explicará más adelante. En síntesis, lo que el cambio cultural que acabo de postular aparentemente dejó atrás es la tradición esencialista que, desde la antigüedad clásica, caracterizó la concepción del mundo en la civilización occidental, según la cual los distintos entes que configuran la realidad poseen una naturaleza o una esencia fija, que les confiere su identidad propia. Esa tradición esencialista determinó que en esas sociedades fuese tan dificil comprender la diversidad, la ambivalencia o el cambio. La nueva sensibilidad cultural que actualmente se está abriendo paso nos ofrece una visión más flexible acerca de la realidad, en donde ya no se espera que el ser humano, sus comportamientos o las instituciones sociales obedezcan necesariamente a un modelo o una esencia previa, de tal modo que en la medida en que se aparten de ella se convertirían en otra cosa o dejarían de existir en el universo de lo real. Se trata de una sensibilidad de conformidad con la cual para existir ya no es necesario reproducir un arquetipo o un modelo sino en donde, de acuerdo con la expresión de Feyerabend, >. A la luz de esa sensibilidad el sistema internacional habría dejado de tener una estructura predeterminada y se habría convertido en un campo en que se producen toda suerte de interacciones entre distintos agentes y procesos, todos los cuales son relevantes para la evolución de las sociedades y para la vida de las personas, como ocurre con las turbulencias de los mercados financieros, las compras chinas de productos básicos, la acción de un grupo terrorista o una elección presidencial en los Estados Unidos.

El sistema internacional que dominó la escena en el mundo occidental hasta mediados del siglo XX fue el que surgió como consecuencia de la Paz de Westfalia, que puso término a la Guerra de Treinta Años, como se llamó a las guerras religiosas que asolaron el mapa europeo entre 1618 y 1648, un tratado que consagró el derecho de los reyes para imponer su religión en sus respectivos territorios, principio encerrado en la frase cujus regio ejus religium. La Paz de Westfalia significó el triunfo de la monarquía absoluta como régimen político y del Estado nacional como único protagonista de las relaciones internacionales.

El Estado nacional no existió en el mundo feudal. En el Concilio de Constanza, convocado en 1414 para poner término al Cisma de Avignon, provocado y mantenido por intereses políticos, > una fórmula que prácticamente fue necesario inventar para ese encuentro, pues guardaba relación con realidades aún difusas (6). Precisamente por eso, tanto los sentimientos nacionales como el Estado nacional tardarían en configurarse en un mundo políticamente integrado por una gran diversidad de ciudades-Estado, repúblicas, señorías, principados y monarquías que reconocian en la cima un Imperio y un Papado. Una vez formados, en cambio, los Estados nacionales, y los sentimientos de nacionalidad que se desarrollaron en tomo a ellos, sus relaciones adoptaron características generalmente conflictivas, de manera que la guerra pasó a ser la situación normal del sistema internacional en los siglos siguientes. Los Estados que lo integraban pudieron cambiar con el tiempo, como también fue cambiando su poderío relativo, pero la dinámica del sistema en general continuó siendo la misma.

El sistema internacional de la época moderna se caracteriza por la presencia de múltiples Estados soberanos en ausencia de una autoridad central, estados que compiten entre sí por el logro de sus intereses nacionales, procurando mantener en sus relaciones recíprocas lo que dio en...

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