America Latina y la Union Europea. La otra relacion transatlantica *.

Authorvan Klaveren, Alberto

En América Latina, la consolidación democrática y el proceso de reformas económicas vividos en los años noventa proyectaron un clima de optimismo acerca del futuro de las relaciones europeo-latinoamericanas, que permitió iniciar las negociaciones de acuerdos de asociación. Por su parte, el programa de actividades llevado a cabo en ambas regiones por el Instituto de Relaciones Europeolatinoamericanas (IRELA) con el apoyo de la UE demostró el creciente interés académico por el tema. Sin embargo, aunque las bases de la relación siguen estando vigentes, sobre todo en una perspectiva de largo plazo, la visión actual es más cautelosa. El presente artículo pasa breve revista a los diversos valores compartidos por ambas regiones, se detiene en las complejidades de los vínculos económicos y, habida cuenta de que pese a que América Latina no ocupa un lugar prioritario para Europa en el campo de la cooperación para el desarrollo, señala sin embargo que las perspectivas de cooperación europea no son totalmente desalentadoras. Finalmente, se refiere a los desafíos para una asociación estratégica birregional.

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En la década de 1990 reinaba un optimismo notable en torno al futuro de las relaciones europeo-latinoamericanas. En el ámbito político, se celebraba el proceso de consolidación democrática en América Latina, la afinidad de valores entre las dos regiones y los crecientes vínculos entre sus sociedades civiles. En el ámbito económico, se destacaba el proceso de reformas económicas que había tenido lugar en América Latina, con sus logros a menudo espectaculares: derrota de la inflación, aumento de las exportaciones, reducción del problema de la deuda externa desde la dramática crisis de los años ochenta, recuperación del acceso de América Latina a los mercados financieros internacionales, avances de los proyectos de integración y surgimiento de nuevas formas de cooperación entre ambas regiones. Aunque con menor énfasis, también se subrayaba la voluntad compartida de ambas regiones de enfrentar los desafíos de la equidad social. Se señalaba con insistencia que el crecimiento económico era una condición para el desarrollo social, pero que debía ser complementado por políticas activas a favor de la equidad o de la cohesión social.

Fue este ambiente favorable el que condujo a la celebración de la primera Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los países de la Unión Europea y de América Latina y el Caribe, que tuvo lugar en Río de Janeiro, Brasil, en 1999. Fue también ese ambiente el que llevó al inicio de las negociaciones de los acuerdos de asociación entre América Latina y la Unión Europea (UE), proceso que comprendió en su primera etapa a México y Chile y las negociaciones todavía en curso con el Mercosur.

El interés académico en las relaciones europeolatinoamericanas también aumentó durante la década. El Instituto de Relaciones Europeo-latinoamericanas (IRELA), establecido en Madrid, en 1985, con un fuerte apoyo de la Unión Europea, desplegó un intenso programa de actividades en ambas regiones. La UE también respaldó la creación del Centro Europeo-Latinoamericano para la Integración Regional (CEFIR) en Montevideo, que puso en marcha un ambicioso programa para promover los procesos de integración en América Latina.

Hoy las relaciones europeolatinoamericanas son objeto de una visión más matizada, cuando no abiertamente pesimista. Es cierto que ambas partes reconocen que sus bases siguen vigentes. Los países de América Latina siguen siendo democráticos, las reformas económicas no se han revertido pese a las crecientes críticas a los modelos neoliberales, los valores políticos siguen coincidiendo y el acervo cultural compartido difícilmente podría haberse evaporado en unos pocos años. Los contactos parlamentarios se han mantenido y las grandes reuniones de jefes de Estado y gobierno de ambas regiones se siguen realizando, como lo demostró la Cumbre de Madrid de mayo de 2002 y la convocatoria de la Cumbre de México de 2004. El acuerdo de asociación entre México y la Unión Europea está plenamente vigente, el acuerdo de Chile con la Unión Europea entró en vigor provisionalmente en febrero de 2003, se mantienen las negociaciones para un acuerdo similar con el Mercosur y las de los nuevos acuerdos políticos y de cooperación con los países de América Central y la Comunidad Andina están concluyendo.

Pero hay un clima de escepticismo a ambos lados del Atlántico. En Europa se teme que la democracia y las reformas del mercado no han conseguido una mayor calidad de vida ni una mayor seguridad para los ciudadanos latinoamericanos, temor que es compartido y hasta alimentado por representantes de la propia región. En privado algunos europeos no ocultan su desilusión frente a la suerte que han corrido los procesos de democratización en la región, la persistencia de la corrupción y, sobre todo, la incapacidad que han demostrado sus líderes en asegurar condiciones económicas estables y alcanzar un mínimo de gobernabilidad democrática para sus países.

Algunos de los países latinoamericanos están sumidos en crisis económicas y políticas indudablemente graves y la situación económica de la región sigue siendo compleja. En este contexto de urgencia, Europa parece a veces ausente y distante, concentrada en su propio y extraordinario proceso de integración, inquieta por la perspectiva de una recesión económica dentro de sus propias fronteras y preocupada por las crisis más dramáticas que azotan su entorno geográfico más próximo, sea en

Irak, los Balcanes, el Medio Oriente o la hasta hace poco remota Asia Central. En este contexto, el extremo occidente del que hablan algunos autores a veces parece demasiado lejano para Europa.

Hay razones para el escepticismo y es preciso reconocer que no todas esas razones se originan en América Latina. Pero sería un grave error dejarse llevar por una coyuntura indudablemente poco favorable y llegar a la conclusión de que las relaciones europeolatinoamericanas no tienen futuro. Por el contrario, este artículo postula que en una perspectiva de largo plazo las relaciones birregionales tienen un gran potencial. Sin embargo, para que este potencial pueda ser aprovechado, es preciso que ambas partes reconozcan los obstáculos que las amenazan desde hace tiempo. Por parte de Europa, una cierta pasividad y falta de ambición; por la parte latinoamericana, una cierta incapacidad para enfrentar sus propios desafíos y para sintonizar adecuadamente con los intereses europeos. Guste o no, el peso de la prueba está en América Latina y el esfuerzo por reencantar las relaciones birregionales tendrá que provenir de esa región.

LOS VALORES COMPARTIDOS

Las bases en que se apoyan los vínculos interregionales se conservan relativamente firmes, sobre todo en una perspectiva de largo plazo. Las grandes identidades que sirven de base a la relación entre las dos regiones en los campos de la política, la economía, la cultura y la política exterior siguen igualmente presentes.

Pese a todas sus insuficiencias y problemas, América Latina sigue siendo la región del mundo que mantiene mayores coincidencias con Europa en materia de valores democráticos y derechos humanos. La cláusula democrática que la Unión Europea está introduciendo en sus acuerdos de asociación y de cooperación sólo tiene credibilidad y eficacia reales en el ámbito de las relaciones europeo-latinoamericanas. En el resto del mundo en desarrollo, su aplicabilidad parece muy reducida y más bien representa una aspiración programática que los propios europeos no podrían llevar demasiado lejos sin sacrificar importantes intereses económicos y estratégicos.

Ambas regiones han asumido que los derechos humanos y la democracia han dejado de ser cuestiones reservadas exclusivamente a la soberanía de los Estados para convertirse en una preocupación universal. Los regímenes regionales para la protección de los derechos humanos de Europa y América son los más avanzados del mundo. Los países latinoamericanos comparten plenamente la preocupación internacional por la protección internacional de los derechos humanos y han demostrado en múltiples ocasiones su disposición a seguir perfeccionando los regímenes globales vigentes en este ámbito. Apoyaron sin vacilaciones la creación de la Corte Penal Internacional y han incorporado a su legislación interna los más importantes instrumentos internacionales para la protección de los derechos humanos. Las agrupaciones regionales formales e informales de América Latina no...

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