Interrogaciones acerca de las políticas penales de vanguardia en el mundo globalizado

AuthorCarolina Prado
Pages409-418

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1. Introducción: pensamiento, poder y problemas contemporáneos

Creo que una suerte de paradoja se ofrece a la observación de quien procura interrogar la compleja trama urdida por la realidad contemporánea, en la búsqueda de respuestas a los espinosos problemas que retan la capacidad de análisis y prognosis de las ciencias sociales. Éstas, por un lado, inmersas inevitablemente en el proceso de cambio a escala global que caracteriza la última bisagra histórica abierta desde hace unas tres décadas, se hallan en un momento arduo pero, en verdad, interesante y rico en materia de grandes redefiniciones, en sus objetos, campos, métodos, fines, etc. Por otro lado, un determinado esquema de poder (económico, político, militar) campea prácticamente a sus anchas en todo el planeta, orondo, monolítico, incontestable. Pareciera como si el "río revuelto" de la colosal revolución que ha generado la era postindustrial hubiese propiciado -si vale recurrir aquí a la metáfora del popular refrán- una brutal "ganancia de pescador", de uno especialmente voraz, avezado y aprovechado.

Esta falta de correspondencia entre desarrollo teórico, científico, pensamiento (crítico), etc., en relación con praxis política y poder no ha resultado, desde luego, gratuita; por el contrario, a las consecuencias humanas que han afectado no sólo a los países en desarrollo o marginales sino también a los países industrializados y de sólidas tradiciones en materia de derechos sociales, se ha sumado la dificultad de un panorama enturbiado por la discursividad hegemónica, incluso falaz, en su pretensión de consolidar la idea de "falta de alternativas", cuyo contenido, en sí mismo, no precisa de excesivo debate para concluir en su incompatibilidad con el universo republicano y democrático.

El hecho es que, tras la sucesión de hitos que marca la historia reciente del mundo -léase, en especial, crisis energética (años 70), ascenso neoconservador (años 80), desmembramiento del bloque soviético (años 90) y derecho a la guerra preventiva e instauración forzosa de la democracia occidental (años 2000)-, se ha abierto un período tanto de desencanto en las posibilidades del juego limpio dentro del actual escenario político, como de devaluación de las utopías en sus cualidades movilizadoras dentro del imaginario colectivo. Así ha sido que el imperio del neoliberalismo, luego de relativizar (cuando no ridiculizar) la clásica distinción parlamentaria entre izquierdas y derechas, desinfló en cierta medida los avances y expectativas en las llamadas "terceras vías", tal la del laborismo británico, o licuando los inveterados principios social-democráticos de los partidos continentales europeos de centro-izquierda. En plan de graficar la modesta forma supérstite de la utopía -y ya que me toca escribir este artículo desde la América meridional-, viene al caso recordar aquí que, tras el ascenso del partido de los trabajadores al poder, el presidente de la gran potencia subcontinen-

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tal proclamó en sus discursos iniciales el objetivo mayúsculo de procurar que la gran mayoría de excluidos del pueblo brasileño tuviese, al menos, tres comidas al día.

Este sucinto recuento, telón de fondo común a los problemas de nuestro tiempo, ha servido también de marco para mis estudios generales acerca del comportamiento del sistema penal en el actual contexto económico y político y, más particularmente, para la investigación acerca de la exacerbación del poder punitivo y de las políticas penológicas impulsadas e irradiadas internacionalmente en y desde los Estados Unidos de América, durante el último tercio del pasado siglo. A partir de estas inquietudes, que tuve felizmente la oportunidad de desarrollar junto al Prof. Dr. Roberto Bergalli en el ámbito de postgrado de la Universidad de Barcelona, durante dos años intensos y propicios para la profundización del conocimiento, la discusión de ideas y la elaboración de trabajos (primero en el Master en Sistema Penal y Problemas Sociales y luego en diversos seminarios y cursos para el doctorado en la especialidad de sociología jurídico-penal), quisiera discurrir en estas notas sobre algunas de las interrogaciones que informan la configuración y el rumbo de los sistemas penales de los países centrales frente a la crisis que atraviesan el Estado y el derecho, a propósito del presente volumen en homenaje a quien, en su coherencia intelectual y compromiso personal, se ha erigido para mí -como para tantos estudiantes- en verdadera brújula y modelo de magisterio.

2. El Estado y el derecho en el atolladero "postmoderno"

Aunque el concepto de "postmodernidad" resulte de más cómoda aplicación en disciplinas como la literatura, las artes plásticas o la arquitectura, no faltan en el campo del derecho lógicas conjeturas acerca de que tal discursividad haya acechado también los cimientos del pensamiento jurídico tradicional. En relación con el trance que afrontan hoy el Estado y el derecho, hay que decir que, si la clase de racionalidad que da fundamento a la juridicidad moderna ha sido establecida en un marco de prácticas, ideas, razonamientos y valores que se hallan puestos en cuestión -cuando no abolidos por una realidad que los vacía de contenido- es lógico pensar que esta disciplina no haya quedado ajena a esta discusión. Dentro de los diversos campos del derecho en los que Roberto Bergalli ha volcado su pensamiento, ocupa un destacado lugar el referido al funcionamiento de los sistemas penales a través de las sucesivas formas que ha adoptado el Estado, desde el liberal originario hasta el actual neoliberal, pasando por el estadio intermedio del llamado constitucionalismo social. Esta fuente, de sustancial consulta siempre, resulta oportuna también para ilustrar los contenidos vertidos a lo largo de este artículo. En su opinión, y a propósito de los dilemas que plantea la nueva era, "si este discurso postmodernista se ha gestado evidentemente en torno a la credibilidad de la ‘modernidad’ en sí misma, como una autodenominación de la civilización occidental, bien industrial o postindustrial, bien capitalista o postcapitalista, ello implica que los atributos autoadscriptos, contenidos en la idea de modernidad, ya no se sostienen hoy día y quizá tampoco se sostenían ayer" (Bergalli 1999, 311).

Sin desmedro de mayores precisiones semánticas, es sabido que en términos como "postmodernidad" o "modernidad radicalizada" se resumen contenidos que remiten a las ideas de disolución de los valores tradicionales, sociales y familiares, de pluralidad de los discursos y debate acerca de la contextualización de las pretensiones de verdad, de secularización del progreso y pérdida de sentido del destino y fin de la sociedad, de dislocamiento de las coordenadas espacio-temporales y desmembramiento del "yo" ante una experiencia fragmentada por la alteración radical en la percepción del tiempo y de la historia, etc., etc.

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(Giner/Lamo de Espinosa/Torres 1998, 498-499; Giddens 2002, 52-53 y 141). Pero, antes que nada, interesa rescatar aquí lo que el concepto tiene de inquietante y útil, precisamente por sus significaciones epistemológicas, teleológicas y axiológicas. En efecto, al hablar de postmodernidad se hace cuanto menos referencia a una situación de incertidumbre científica (dados los lábiles cimientos que han quedado al descubierto en el edificio del saber), a la indefensión actual de la idea de progreso (desde el momento en que la historia ha sido desprovista de sentido) y a la aparición de preocupaciones sociales y políticas inéditas (que sin duda promueven en la sociedad el debate acerca de nuevos valores).

En lo que hace propiamente a la génesis de la crisis del Estado, resulta inevitable traer a colación los clásicos análisis que, temprana y coincidentemente, efectúan James O’Connor y Jürgen Habermas (en 1973, el año considerado como clave en la inflexión hacia el nuevo modelo político y económico), autores que, en esencia, definen tal cuestión como resultado del fracaso del Estado en su papel legitimador del capita-lismo. La crisis fiscal del Estado (O’Connor 1981) no significa otra cosa pues que una crisis de racionalidad (Habermas 1973), ya que, al comportarse como una usina inflacionaria, aquél origina una espiral creciente de gasto que acaba en el estallido financiero; no pudiendo armonizar dos funciones antagónicas (la de "acumulación", para satisfacer las exigencias del capital, y la de "legitimación", para responder a la demanda social de un creciente mejoramiento del nivel de vida), se desmorona el ideal del las garantías sociales del Welfare y, así, el Estado no consigue soportar el peso de su rol como regulador de los intereses de los diversos sectores. Esta realidad, más tarde o más temprano, es la que conduce a la pregunta acerca de cómo incide la crisis del Estado constitucional...

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