El Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.

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PositionLas Relaciones en la comunidad internacional

Aun cuando durante el siglo XIX y las primeras décadas del actual, las naciones de América Latina desarrollaron una activa y compleja diplomacia y se preocuparon preferentemente de sus respectivos problemas internacionales, ninguna alcanzó suficiente poderío o importancia como para influir de modo significativo en los asuntos políticos mundiales. No por eso es menos interesante la experiencia acumulada durante ese período: un siglo de ejercicio notablemente libre de una política internacional independiente dejó huellas profundas tanto en la idiosincrasia de los grupos dirigentes como en la tradición histórica de estas naciones. La experiencia política internacional de América Latina es un microcosmos que incluye varias guerras internacionales, arbitrajes, pactos y alianzas, diplomacia secreta, intentonas expansionistas y complicados sistemas de balanzas y equilibrios de fuerzas militares.

Todo esto contribuyó a formar una robusta pero sofisticada tradición aislacionista que dependía --en la práctica-- no sólo de la relativa debilidad de cada una de estas naciones, sino también del convencimiento de que esta parte del mundo era realmente independiente de los intereses, rencores y amistades que determinaban el curso de la política mundial. Este convencimiento se afirmó decididamente durante los difíciles años de 1914 a 1918 cuando las principales naciones de América Latina mantuvieron una actitud de estricta neutralidad.

Es posible que la crisis de 1929 haya marcado el principio del fin de este aislacionismo. El fenómeno económico que remeció las bases de la estructura institucional de América Latina tuvo orígenes lejanos que escaparon a toda ingerencia nuestra. Después de 1929, ni el más testarudo pudo permitirse cerrar los ojos a lo que ocurría fuera del continente: partidos populistas, agrupaciones de ideario importado, frentes populares y movimientos reformistas, todos empezaron a mirar hacia afuera, esta vez no en busca de modelos para imitar, sino genuinamente interesados en el rumbo de la política mundial y empeñados en lograr voz y voto en su determinación. Incluso, es importante anotarlo, el primer centro para el estudio de los asuntos internacionales de que se tenga memoria en América Latina, de efímera existencia, fue fundado por un grupo de chilenos hacia las medianías de la década de 1930.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial puso fin a todo eso al congelar la actividad diplomática y dividir al mundo en mitades que se excluían absolutamente. La Guerra Fría prolongó la forzada inmovilidad política internacional privando a los países de América Latina de la posibilidad real de examinar críticamente sus respectivas posiciones en el concierto mundial y tratar de establecer las bases para una política exterior independiente y con proyecciones que alcanzaran fuera del ámbito del continente. Durante este período las actitudes, planteamientos e intereses de los contendores eran perfectamente predecibles e incompatibles para acercarse a estudiar estos problemas desde un punto de vista estrictamente académico.

Esta situación ha cambiado fundamentalmente: entre los primeros síntomas del conflicto chino-soviético y la ahora famosa conferencia de prensa del Presidente De Gaulle en enero de 1965, se inició el fin de la Guerra Fría, generalizándose a ambos lados de la difunta > una clara tendencia policentrista que indudablemente ha significado un retorno de la fluidez a los asuntos políticos internacionales. Los dos gigantes termonucleares se encuentran paradójicamente inmovilizados, tanto por la tremenda responsabilidad que implica la posesión de tan grande poder destructivo, como por la orfandad ideológica y la falta de dirección en que quedaron sumidos cuando, simultáneamente con disminuir sus recelos mutuos se debilitó también el imperativo primordial de la elaborada política de Guerra Fría. Hoy incluso es posible sostener que el desafío político planteado por China es tanto o más importante para la Unión Soviética como la rivalidad de los Estados Unidos; asimismo, no sería extraño que los Estados Unidos se sintieran más desafiados por la posición política de Francia que por la de Rusia. Ya no es posible continuar analizando las relaciones entre las naciones en función de la existencia de dos bloques monolíticos de poder que abrazan ideologías absolutamente incompatibles. Por el contrario, las demandas prácticas de la política internacional han atenuado considerablemente el celo doctrinario de las dos grandes potencias y han dado a su gestión política externa un acentuado tono empático. Esto ha acompañado al retroceso de la marea alta de la Guerra Fría que ha dejado al descubierto las costumbres elevadas de los intereses nacionales, sumergidas durante las dos décadas en que la proliferación de arreglos supranacionales defensivos y ofensivos, hicieron creer que se encontraba en marcha una decidida tendencia internacionalista.

Hoy día parece probable que el nuevo complejo político mundial será construido precisamente sobre la apreciación, más o menos bien entendida, de estos intereses nacionales.

Esta extraordinaria y paradójica restauración de la libertad de maniobra luego de tan prolongada inmovilidad representa una oportunidad de desarrollar una política exterior dinámica e influyente en el concierto mundial que los países principales de América Latina parecen dispuestos a aprovechar. Tal situación traerá consigo responsabilidades de importancia creciente y, entendiéndolo así, el Rector de la Universidad de Chile y el Honorable Consejo Universitario convinieron en que la Universidad debía interesarse en forma eficiente y sistemática en la investigación de los problemas de las relaciones internacionales, y en la divulgación de datos y conceptos serios sobre estos asuntos.

Para cumplir estos propósitos se creó el Instituto de Estudios Internacionales en 1966 y aparece ahora el primer número de la revista trimestral...

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