Seguridad en un mundo global: el papel de las fuerzas armadas en la lucha contra el terrorismo

AuthorElena Conde Pérez
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1. Introducción

El mundo en las primeras décadas del siglo XXI ha cambiado mucho respecto del que existía durante la mayor parte de la segunda mitad del anterior. Hechos relevantes como el final de la Guerra Fría, la aparición de potencias emergentes y, desde luego, la difusión del terrorismo islamista representado por Al Qaeda y los atentados de Washington y Nueva York son las piedras miliares que han ido definiendo un nuevo mundo en el que los cambios son mucho más profundos y variados.

La Globalización de la economía, pero también de la información, ha modificado los hábitos sociales y amenaza con hacerlo mucho más y más rápidamente en los próximos años. Sin embargo, tanto las Instituciones de las que nos dotamos para establecer una gobernanza mundial, como aquellas que tienen que implementar sus decisiones siguen siendo las mismas y su evolución no ha avanzado al ritmo de los acontecimientos.

Embarcados en la vorágine creada por las guerras en los Balcanes, el Golfo Pérsico y Afganistán, los ejércitos occidentales han tenido, además, que hacer frente a procesos de modernización y adaptación muchas veces difícilmente compatibles con su participación en dichas campañas. La conclusión extraída de diez años de guerra en Afganistán es que ese no es el modelo de intervención en el que Occidente debe de estar interesado2. Las Fuerzas Armadas deberán volver a adaptarse3en los próximos años para reflejar esta realidad y hacerlo lastradas, en casi todo el mundo, por unas condiciones

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económicas marcadas por la reducción de los presupuestos que les son asignados4.

Las amenazas exteriores de las naciones desarrolladas tienden a gestionarse mediante alianzas o coaliciones que permitan hacer un mejor uso de los medios disponibles y que garanticen el apoyo político de los socios de las mismas. El mismo fenómeno de la Globalización convierte en altamente improbable una confrontación directa entre grandes potencias o alianzas y, si bien no puede descartarse y no puede dejar de estar contemplado en los planes de defensa, un conflicto a gran escala tendría que tener en cuenta demasiados condicionantes socio-económicos como para que llegase a producirse.

El uso de las Fuerzas Armadas más allá de las fronteras nacionales quedaría, por lo tanto, fundamentalmente limitado a acciones más o menos puntuales en defensa de los intereses nacionales y a la participación en misiones que, bajo el patrocinio de Naciones Unidas, quedasen englobadas en el término genérico de Operaciones de Paz (en sus distintas variantes)5.

Lo que tradicionalmente ha venido siendo la Seguridad Interior ha experimentado, sin embargo, una evolución inversa en las últimas décadas. Tanto las de carácter terrorista como las organizaciones delictivas y criminales en general se han internacionalizado con el doble objetivo de alcanzar un mayor número de objetivos y de dificultar la acción de una justicia que ha tardado en acomodar sus mecanismos a este nuevo fenómeno. Además de convertirse en trasnacionales, el crimen organizado y el terrorismo han ido convergiendo tanto en sus zonas de actuación como en sus formas de actuación. Finalmente, en muchos casos, han unido fuerzas y han llegado a convertirse en dos fenómenos muchas veces difíciles de separar.

El mismo carácter trasnacional se ha observado en otro tipo de amenazas que, desde siempre, se habían considerado exclusivamente de responsabilidad nacional. Los delitos de naturaleza económica o tecnológica —en concreto, informática— han aprovechado las nuevas tecnologías y la falta de regulación para convertirse en fenómenos que no conocen fronteras y que necesitan ser tratados de forma cooperativa entre las policías de todos los países.

Estas mismas nuevas tecnologías están detrás de la organización de muchos de los movimientos sociales que han aparecido, con distintas motivaciones y resultados, en muchos países del mundo. Los gravísimos distur-

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bios de Londres y otras ciudades británicas durante el verano de 2.011 o los de los banlieues de las ciudades francesas en los años anteriores, aunque distintos radicalmente de los que han conformado lo que se ha llamado la «Primavera Árabe», han supuesto igualmente un reto importante para las capacidades de las fuerzas del orden en los respectivos países.

Las fuerzas policiales de muchos países están viendo como sus capacidades son llevadas al límite por todos estos movimientos sociales.

De este modo, mientras las Fuerzas Armadas dedican buena parte de sus esfuerzos a facilitar la gobernanza en estados fallidos o frágiles y a la formación de sus policías y militares en un esfuerzo por dotarles de sus propias estructuras, las fuerzas policiales de todo el mundo se ven enfrentadas a cárteles, organizaciones trasnacionales y disturbios de una violencia inaudita en lo que se ha convertido en una convergencia entre los tipos de misiones que ambos llevan a cabo.

La creación en España de la Unidad Militar de Emergencias (UME) y la de sus equivalentes en otros países sientan un precedente importante en cuanto a la complementariedad entre los servicios civiles de la sociedad y las capacidades de las unidades militares. La ejecución de tareas reservadas a Protección Civil o al Cuerpo de Bomberos por parte de las Fuerzas Armadas se ha terminado por asumir, tras alguna reticencia inicial, como normal por la mayor parte de la población.

Planteamos, por lo tanto, la hipótesis de la desaparición de la diferencia —o, al menos, la porosidad entre— la seguridad interior y la exterior y la aparición de un concepto de seguridad de alcance global que los abarque a ambos y que incluya el combate contra otros elementos que puedan hacer peligrar a la sociedad o los ciudadanos. En ese marco de seguridad global, el papel de las Fuerzas Armadas y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado convergiría hasta crear un todo continuo con zonas de solape a las que se atendería en función de las capacidades de cada uno y de la naturaleza concreta de la amenaza.

2. Un mundo globalizado

Aunque creo que el contraterrorismo, la proliferación y el contraespionaje son nuestras preocupaciones más urgentes, es virtualmente imposible clasificar — por su importancia a largo plazo — las numerosas amenazas potenciales contra nuestra seguridad nacional

.6El concepto de Seguridad ha venido descansando durante los últimos siglos sobre la idea westfaliana de la soberanía de los Estados. La

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responsabilidad de los actos cometidos por los ciudadanos de un Estado reposaba sobre ellos en tanto que detentadores del monopolio del uso de la violencia7. Implícito en este esquema estaba el hecho de que el mundo estaba dominado por potencias —fundamentalmente europeas geográfica o culturalmente— con capacidad para imponer su autoridad sobre sus propios habitantes y sobre los del resto de los países que, en su mayor parte, formaban parte de sus imperios. El Estado es el garante de la seguridad de sus ciudadanos8y el intermediario entre ellos y el resto del mundo.

En este diseño, el número de actores implicado era bastante limitado y los juegos de alianzas eran la única fórmula válida para romper el equilibrio de poderes que mantenían entre ellos. La receta no sólo siguió siendo válida durante la mayor parte del siglo XX, sino que alcanzó en aquellos años su máxima vigencia durante las dos Guerras Mundiales. La primera de ellas terminó de debilitar los grandes imperios construidos por los europeos y en los que se basaba su preponderancia sobre el resto del mundo, destruyó Austria-Hungría y el Imperio Otomano y minó la legitimidad del Imperio Británico. La segunda, consecuencia inmediata de la Primera y que empieza como guerra europea pero termina, significativamente, fuera de su entorno, tiene como efecto secundario a medio plazo la desaparición física del mundo colonial clásico y desemboca en la Guerra Fría.

La confrontación soterrada que sostuvieron la Unión Soviética y los Estados Unidos siguiendo los esquemas de pensadores como Mackinder9y, más tarde, Brzezinsky10terminó por llevar al extremo la polarización y concentración de poder al agrupar en únicamente dos protagonistas toda la acción.

La Guerra Fría es el ejemplo último de confrontación simétrica. Dos bandos de una potencia, sino equivalente, suficientemente parecida como para despertar el temor en el otro y generar toda una doctrina de la disuasión

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por Destrucción Mutua Asegurada (MAD-Mutual Assured Destruction). Un temor lo suficientemente bien orquestado como para dirigir hacia él todas las miradas. Incluso Vietnam, ejemplo clásico de conflicto asimétrico, se considera una anomalía bélica, un episodio aislado dentro del gran marco general de la simetría de bloques11.

El final de la Guerra Fría supone mucho más que el fin de la bipolaridad. El optimismo inicial parecía perfectamente justificado bajo la óptica —simplista vista con perspectiva desde el presente pero realista bajo las reglas en las que tenía lugar la acción en aquel momento— de que el único enemigo, el único mal, había desaparecido.

Se anunciaron los «dividendos de la paz» que resultarían del fin de la necesidad de mantener grandes aparatos defensivos y que algunos entendieron como la posibilidad de aprovechar la ausencia de rivales para campar por sus respetos. La fórmula capitalista había triunfado y, por lo tanto, era la que el «juicio de dios»...

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