Los nuevos escenarios transnacionales y la democracia asimétrica

AuthorGabriel Real Ferrer - Paulo Márcio Cruz
PositionDoctor en Derecho de la Universidad de Alicante, en España, Director del Programa de Doctorado en Derecho Ambiental y primer Director de la Maestría en Derecho Ambiental y de la Sostenibilidad de la Universidad de Alicante. Profesor visitante de la Université de Limoges, en Francia, de la Universidade do Vale de Itajaí- UNIVALI, en Brasil y de la U
Consideraciones iniciales

La Democracia Directa en cierta forma siempre cuestionó la Democracia Representativa por preguntar acerca de qué y quién es representado. Es la primera pregunta que se debe hacer sobre la representación de los intereses generales de los individuos, cuando una representación razonable debería expresar, de modo más ajustado y funcional, la suma no diferenciada de sus intereses concretos.3 El mundo complejo de la globalización y las sociedades cada vez más heterogéneas prácticamente reduce la democracia a un mero procedimiento4. En segundo lugar, se debe criticar el hecho de que los representantes ejerzan una representación libre o independiente de sus representados, en el doble sentido de no estar vinculados al mandato de estos ni sujetos, salvo algunas raras excepciones, a la posibilidad de ser revocados o sustituidos en cualquier momento que los representados lo decidan. El mandato es casi intocable, salvo casos excepcionales dentro de la lógica del Estado Constitucional Moderno.

Por otro lado, es preciso preguntarse si una Democracia Directa constituirá, como único tipo de régimen de gobierno, una propuesta sensata, y sin ser contraproducente. La participación de todos los individuos, en todas las decisiones, no sería cierto que fuese humanamente deseable, pues no todo es político, como escribe Bilbeny5. No es cierto que sea adecuado siquiera desde el punto de vista democrático. Es fácil prever que genere al final, el desinterés por la política, la apatía. Ni la propia Internet eliminaría algunos de estos obstáculos.

Por su parte la Democracia Representativa, está teniendo que enfrentar, como se sabe Sociedades muy complejas, con fuerte división de clases y demandas sociales cada vez mayores y más variadas. Este hecho se ha traducido en una representación excesivamente genérica en la adopción de la figura del representante fiduciario, o sea, sin carácter revocable. Es decir, la Democracia Representativa se transformó en una Democracia Parlamentaria. O solo en un procedimiento, y no un valor que pueda representar las expectativas actuales.

Fue como reacción al terror patrocinado por la Revolución Francesa que Benjamin Constant contrapuso la Democracia de los hombres antiguos, expresada por el ejercicio de una soberanía política que encontraba concreción en la participación de la vida de la ciudad -la misma soberanía en cuyo nombre la Revolución Francesa cometió algunas atrocidades-, la Democracia propia de los hombres modernos, de los individuos, expresando que cualquier construcción política debe tener como primer objetivo, protegerlos dentro de ciertos límites, compatibles con el ejercicio de esta misma libertad por parte de otros individuos. La Sociedad no seria más que la humilde servidora de individuos igualmente libres y dotados de razón.

La historia de los últimos dos siglos es, en buena medida la historia del enfrentamiento entre estas dos concepciones de Democracia y de las infructíferas tentativas para conciliarlas. Socialistas utópicos, nacionalistas, militantes a favor de la descolonización, todos tuvieron la misma fe en la Democracia propia de los hombres antiguos, la única capaz de fundar, como creían, una verdadera comunidad humana. Los antiguos habían comprendido en qué consistía una fuerza movilizadora puesta al servicio de un idea. Ellos nunca aceptaron que la mera búsqueda individual de felicidad bastase para explicar y, mucho menos, fundar una Sociedad, ni que la mano invisible de la razón pudiese regular las relaciones políticas del mismo modo que ajusta los mercados. Entre el posterior equilibrio resultante de la relación entre la oferta y la demanda y la voluntad general de una comunidad política, no puede existir compromiso. Y todos quienes rechazaban esta confusión entre economía y política no admitían que se pudiese reducir la política a una simple técnica de organización de las relaciones entre los individuos. La abstracción del individuo operada por los economistas -antes de cualquier cosa un consumidor/intervencionista, y solo después ciudadano- opusieron las realidades concretas de las relaciones de clase o de pertenecer a una nación. Las sociedades humanas no son apenas una serie de agrupamientos funcionales destintados a conseguir la maximización por parte de cada individuo de su utilidad marginal . Serían como campos de fuerza que se encuentran en perpetua lucha, tanto interna como externa en los cuales los más fuertes intentan aplastar a los más débiles y las relaciones sociales se definen por la lucha de clases.6 Los individuos no existirían al margen del contexto social e histórico dentro del cual se organizan sus vidas.

Entre otras cuestiones la dicotomía entre estas dos formas de entender la democracia, corresponde, directamente, a dos maneras de concebir la naturaleza humana. Para los ilustrados, la esencia biológica del ser humano nos vuelve egoístas y materialistas -el gen egoísta del que habla Martín Mateo- y que nos impulsa inexorablemente a la búsqueda de nuestro propio bienestar en detrimento, si fuera preciso, del bienestar de otros. Delante de esta visión de racionalismo histórico, fue contrapuesto un discurso que destaca la espiritualidad del hombre, la consustancialidad y determinados valores morales y sociales. Obviamente, ambos discursos son de difícil conciliación, pues se desenvuelven en planos diferentes. Sin duda, recientes descubrimientos en el campo de la biología y nuevas visiones sobre la evolución de la sociedad están brindando argumentos -racionales- que nos permiten ser más optimistas frente a la capacidad de la especie humana para organizarse como una sociedad global que haga frente a los desafíos planetarios, lo que requiere sea superado el egoísmo individual como regla inatacable de conducta. En reciente trabajo, Jeremy Rifkin7 destaca que en los estudios sobre funcionamiento del cerebro, biólogos y neuro-cientistas cognitivos están descubriendo neuronios espejo, llamados de neuroempatía, que permiten a los seres humanos sentir y experimentar situaciones ajenas como si fuesen propias. Parece que somos animales más sociables y que buscamos interactuar íntima y amigablemente con nuestros semejantes. Rifkin afirma además que los científicos sociales están comenzando a reexaminar la historia con un lente empático, descubriendo así corrientes históricas ocultas que sugieren que la evolución humana no sólo se calibra en función del control de la naturaleza, sino también del incremento y de la ampliación de la empatía entre seres humanos diferentes y en ámbitos temporales y espaciales cada vez mayores. Las pruebas científicas de que somos una especie básicamente empática traen consecuencias sociales profundas y de gran alcance y pueden determinar nuestra suerte como especie.

Lo que se pretende mostrar en este trabajo es que un mundo menos basado en la territorialidad, menos fundado en las contingencias de la historia y la geografía, no significa la desaparición completa de la Democracia propia de los antiguos, pero sí su adaptación a los nuevos tiempos, a una civilización progresivamente más empática. Esa fe en el individuo que, desde el renacimiento, compraba su dinamismo al mundo, no pone fin a la necesidad de pertenecer a alguna comunidad humana. El proceso gradual que va de las comunidades por herencia, que nos son impuestas por la evidencia de la historia y de la geografía, a las comunidades por opción, deberá renovar esa concepción política en lugar de eliminarla. Al mismo tiempo muestra la necesidad de existir dentro de la comunidad y, por tanto, de no renunciar a la Democracia de los antiguos, pero también muestra el carácter contingente y problemático de cualquier comunidad humana -lo que el atributo de la Democracia de los modernos- que debería impedir que se entregue por completo a determinadas formas de comunidad que podrían dar la impresión de conformar comunidades naturales. Por otro lado este proceso no es lineal, pues dependerá de la comunidad a la cual consideremos vinculado al individuo. A las comunidades tradicionales, como la ciudad o el Estado Constitucional Moderno, en las cuales hoy la capacidad de opción del individuo no se mantiene, pero se amplía, son sumadas nuevas comunidades de las cuales es mas difícil desvincularse, como es el caso de las realidades regionales, fruto de los procesos de integración, o simplemente, de imposible persecución, como es el caso de la comunidad mundial o global. 8 La construcción política de las comunidades regionales y de la comunidad planetaria obligará a buscarse fórmulas de implementación de los principios democráticos que necesariamente no podrán ser idénticos a los que servían para las comunidades tradicionales, lo que dará lugar inexorablemente a modelos de democracia asimétrica. Sin duda, en comunidades avanzadas y relativamente reducidas, como ciudades o, como mucho, Estados nacionales, las nuevas tecnologías harán posible la introducción de procedimientos democráticos actuales. Por otro lado, en las esferas regionales y, sobretodo, en el espacio global, la democracia participativa, es hoy, inviable y hasta la sacrosanta regla un hombre, un voto , presenta dificultades indisolubles, no sólo en aspectos técnicos, sino también la propia dificultad de lograr, por esta vía, la defensa de los intereses colectivos referentes a la vida en el Planeta.

Así, el camino que se abre para la Democracia en el Siglo XXI es bastante estrecho, además de largo. La globalización obliga a recuperar la reflexión sobre la Democracia de los modernos y a preguntarse por las cuestiones de sus fundamentos, las instituciones que garantizan su ejercicio y sus...

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