El derecho internacional como sociología: el "solidarismo" francés 1871-1950

AuthorMartti Koskenniemi
ProfessionProfesor de Derecho Internacional, Universidad de Helsinki
Pages259-338

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"En un pequeño y pacífico estado existe un tranquilo y precioso pueblo: sus canales duermen en la calma de la justicia, interrumpidos solamente por un horizonte de montañas cuyos picos nevados inspiran grandes pensamientos. Es el lugar escogido para el poder público internacional electo". En este marco (que no es difícil reconocer como la Ginebra imaginaria de Rousseau) nos encontramos con el Parlamento de las Naciones, "este inmenso y lujoso edificio, con grandes y espaciosas galerías, ricas bibliografías, numerosas salas", junto a "un más pequeño, pero todavía imponente palacio de la Comisión Gubernamental Internacional o, mejor dicho, de la Comisión Administrativa". A ambos lados de un amplio bulevar se levantan las oficinas de los ministerios: una Administración Internacional de Finanzas, la Comisión Aduanera, la Comisión Monetaria y de Finanzas, la oficina central de la administración postal internacional, carreteras, estrechos, los grandes ríos internacionales... Se encuentra también el edificio del Ministerio de las Colonias "porque el cuidado de las razas bajo fideicomiso ha sido confiado a la propia Sociedad de las Naciones". Todavía aparecen otras fachadas: "al final del camino, perpendicular a otros edificios, muy visible y construido en un estilo mucho más sobrio se encuentra la Dirección de las Fuerzas Armadas Internacionales". "Pero el verdadero motor de la sociedad internacional es la administración de justicia. Aquí encuentra el lugar preponderante que ha perdido en muchos Estados (...) La Corte Internacional de Justicia, elegida inicialmente a partir de listas de candidatos propuestos por los Estados, ha resultado a partir de entonces completamente independiente. Ahora selecciona su propio personal, en la medida que haya vacantes disponibles, a partir de listas confeccionadas por las cortes supremas de los Estados miembros".1 Page 260

Esta idea romántica interrumpe el comentario de cuatrocientas páginas de Georges Scelle (1878-1961) sobre el Pacto de la Liga de las Naciones de 1919 y proporciona la verdadera fuente de inspiración no sólo para ese comentario sino para toda la oeuvre de este seguidor tardío del radicalismo solidarista. No sólo encontramos un legislador, una administración, una adjudicación y fuerzas policiales internacionales, situados en este local y todavía cosmopolita escenario, la estructura de la sociedad internacional que la administra ha sido transformada completamente. Su cuerpo legislativo no está compuesto por representantes de los Estados, ni siquiera por circunscripciones geográficas, sino por las profesiones, profesiones que se han convertido en el centro alrededor del cual los miembros del electorado global ahora construyen sus identidades. "La representación de los pueblos se convierte así en una representación hecha por profesionales competentes, puesto que han sido elegidos entre expertos, exentos de toda tiranía, porque la mayoría, formada sobre cuestiones particulares siempre varía; tal mayoría une a los representantes de las diferentes profesiones de acuerdo con los intereses profesionales particulares."2

En la utopía de Scelle, el mundo está gobernado por corporaciones profesionales: los Estados -y, es más, la política- se han extinguido. Las corporaciones estarían representadas en relación al volumen de sus actividades económicas para garantizar así que su aportación corresponda a su "utilité sociale". Pueden todavía surgir ocasionalmente cuestiones que interesen a las nacionalidades en particular y serán tratadas a través de la cooperación entre las secciones nacionales de alianzas interprofesionales. Dado que la dirección de esta formación mayoritaria está también controlada por la distribución de posiciones en las diferentes corporaciones, la toma de decisiones continúa reflejando la utilidad social.3 Por cierto, esto no sería un desarrollo rápido; la evolución hasta este punto podría haber llevado "siglos"4. Pero no había duda de que constituía la dirección de la modernidad, el objetivo de una administración completamente racional, cosmopolita de cosas que eran por su naturaleza técnicas o económicas.

Este sindicalismo global une con firmeza a Scelle a la corriente del pensamiento liberal-radical francés, desde Auguste Comte (1798-1857) y Emile Durkheim (1858-1917) al político-abogado León Bourgeois (1851-1925) y León Duguit (1859-1928), decano del derecho público francés, cada uno de los cuales buscaba la dirección de la política desde la pericia técnica y científica. Cuando discutimos el internacionalismo francés de entreguerras, es necesario tener en cuenta su curva teleológica, la visión de una forma de gobierno global organizada de forma federal y administrada profesionalmente.

Esta visión separa el pensamiento francés sobre asuntos internacionales -o la política en general- de la tradición alemana vista en el capítulo 3. A partir de Page 261 premisas filosóficas, interpretaciones que pusieron de relieve la libertad existencial del individuo, los abogados alemanes especialistas en derecho público llegaron a ver al Estado como el centro del derecho nacional e internacional. Siguiendo a Kant, sostuvieron que la autonomía de la voluntad humana era la fuente de toda normativa secular y, siguiendo a Hegel, la voluntad racional se concentraba en el Estado. Su Rechtsstaat liberal apuntaba a reconciliar las diferentes voluntades políticas concurrentes convirtiéndose en formal y burocrático. Esto creó un vacío existencial, sin embargo, en el que había una constante necesidad de apoyar al Estado (su "legitimidad") a partir de argumentos adicionales sobre su naturaleza orgánica o a partir de la conexión del derecho público con el Geist alemán. Pero tales argumentos estaban pasados de moda: "Combinan liberalismo con modernismo y nos quedamos con la caída de la autoridad y una interminable búsqueda de su sustituto", escribe el biógrafo5 más reciente de Max Weber. El propio Weber temía que en la atrofiada cultura política de Alemania, la democracia sólo fortaleciera la mano de la burocracia mientras él defendía el poder mundial y un líder plebiscitario fuerte y responsable como fuentes para la legitimidad del Estado alemán.6 Durante el desarrollo de la doctrina y la práctica del derecho público en el período Weimar, el argumento de la autonomía existencial (y la vida solitaria) se transformó finalmente en un autoritarismo extremo cuando Alemania puso fin a su libertad en la primavera de 1933.

Es una paradoja inesperada que mientras ahora volvemos a las doctrinas francesas sobre derecho público e internacional de fines del siglo XIX y comienzos del XX, las relaciones entre libertad y represión, derecho objetivo y subjetivo aparecen alteradas. Las nuevas doctrinas francesas asumen la esencial determinación de los individuos -lo que desean, el poder que poseen-, a través de las leyes sociales o morales de sus colectividades.7 Para ellos, el Estado se convierte en una forma efímera, casi transparente, en el mejor de los casos un instrumento o una "función" -a veces una metáfora- para las acciones de la colectividad social que engloba todos los aspectos de las vidas de los individuos. Sin duda, la teoría política clásica y revolucionaria en Francia siempre había tenido un enfoque individualista. Se veía al Estado como un efecto del contrato social, el producto o la suma de actividades de los citoyens: era una idea puramente utilitaria, no ética.8 Aún en 1920, Carré de Malberg (1861-1935) sostenía que el Estado no tenía intereses o voluntad propia sino que, desde un punto de Page 262 vista realista, sus intereses eran los intereses de los individuos y su voluntad, la voluntad de aquéllos que gobiernan.9 Pero mientras la teoría política clásica y el privatisme del Code Civil habían retratado a los individuos como indeterminados y autónomos, un creciente número de políticos y científicos sociales, incluyendo a abogados y teóricos legales, estuvieron opinando desde 1880-1890- contra el liberalismo laissez-faire, pero también para adelantarse al avance del socialismo, -que una irreductible solidaridad social limitaba a los individuos a posiciones y comunidades que les dictan cuáles deben ser sus deseos y cuáles son sus verdaderos intereses.10

Desde un comunitarismo tradicionalista y un naturalismo sociológico se esgrimieron argumentos que reducían a los Estados formales a instrumentos para propósitos externos y conducían inexorablemente a un tipo de federalismo u otro. El resultado fue -otra paradoja- un monismo cosmopolita que parecía liberal al punto que veía a las colectividades humanas como la suma de sus individuos; pero autoritario, ya que buscaba reconciliar las voluntades en conflicto y los intereses de los individuos refiriéndose a la solidaridad esencial que derivaba de una moralidad natural o de una más o menos mecánica teoría de determinación social.

El origen de tales ideas descansa en el terreno propiamente francés del optimismo de Saint-Simon sobre el progreso social y económico, así como en el positivismo de Comte y Durkheim, en los nacionalismos liberales o católicos de Renan o más tarde Barres y en el republicanismo cívico que en Francia se apartó del exagerado individualismo y racionalismo del siglo XVIII.11 Lo que unía a tan diversas ramas del pensamiento era la opinión...

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