Estudio comparativo de los sofismas políticos en Bentham y Stuart Mill

AuthorJean-Pierre Cléro
Pages17-64

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    «The field of man’s nature and life cannot be too much worked, or in too many directions; until every clod is turned up the work is imperfect; no whole truth is possible but by combining the points of view of all the fractional truths, nor, therefore, until it has been fully seen what each fractional truth can do by itself».

STUART MILL

On Bentham & Coleridge, p. 65.

    «The besetting danger is not so much of embracing falsehood for truth, as of mistaking part of the truth for the whole».

Ídem, p. 105.

Jeremy Bentham y John Stuart Mill son dos representantes del utilitarismo clásico. Aunque no haya acuñado el término utilitarismo1 y aunque no haya sido el primero en formular el principio de utilidad2, Bentham es, al menos, el primero en haber dado Page 18amplitud teórica y práctica a ese principio. En cuanto a Stuart Mill, no sólo fue utilitarista durante su juventud, cuando era discípulo de Bentham y de su propio padre: a lo largo de toda su vida tratará de refinar el utilitarismo, llegando a componer en su madurez un pequeño texto sobre el utilitarismo en la moral y en el derecho3. El Système de logique 4, aunque trate del abstracto problema de la inducción, el cual parece plantearse fuera de toda consideración ideológica (moral y política), no se comprende sin este utilitarismo. Pero aunque no se perciba directamente de la lectura del Système de logique, en la correspondencia de su autor con Auguste Comte puede leerse una preocupación anti-ontológica y anti-metafísica que no es la de Bentham, e incluso pueden detectarse estrategias de escritura tras las cuales Stuart Mill parece disimular sus verdaderas intenciones5.

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La preocupación del presente artículo no es distinguir a grandes rasgos el utilitarismo de Stuart Mill del de Bentham, lo cual ya ha sido parcialmente hecho por eminentes especialistas de estos autores, como J. Skorupski, G. Scarre o F. Rosen. Nuestra preocupación es, de manera mucho más miope y más reducida, comparar el libro peor conocido y menos comentado de los seis que componen el Système de logique, es decir, el quinto, con el Book of Fallacies publicado en 18246. Bentham escribió este texto algunos años antes de su muerte, para descubrir, enumerar y denunciar las prácticas de la vida política de su tiempo y, particularmente, para desvelar el conjunto de astucias por medio de las cuales los políticos cubrían con discursos sus prácticas reales, con más o menos conciencia y habilidad. Para establecer el carácter estereotipado de esas mentiras y falsedades, Bentham tenía el deber de ser exhaustivo, o, al menos, el de intentar hacerlo de la manera más acabada posible, como si tratara de desvelar un juego del que los ciudadanos ingleses eran, en su gran mayoría, los testigos y las víctimas, y cuyas reglas nunca les habían sido dadas a conocer.

Bentham había logrado un catálogo sorprendente, pero del que se podía dudar que fuera exhaustivo, a juzgar por los títuPage 20los demasiado heteróclitos de sus capítulos y si consideramos la multiplicidad de los criterios usados en sus clasificaciones, ya que intercambia, continuamente y sin ninguna precaución, el punto de vista de los contenidos con el de la forma. El interés de la empresa de Stuart Mill, que también intercambia puntos de vista7, se sustenta en una nueva clasificación de los «sofismas» —por retomar, no sin cierta reticencia, la traducción francesa que Louis Peisse hizo en 1866 de la sexta edición del System of Logic, obra publicada por vez primera más de veinte años atrás, en 1843. La palabra «sofisma» traduce, en efecto, y de manera imperfecta, el término «fallacy», puesto que el término «sophism» existe en inglés junto al de «fallacy», mientras que la lengua fran- cesa desgraciadamente perdió ya, en la mitad del siglo XIX, la vieja palabra «fallace» que, por ejemplo, todavía Leibniz escribía libremente en francés, apenas un siglo y medio antes. Es obvio que «sophisme», en francés, no puede tener, ni a mediados del siglo XIX ni, por otra parte, tampoco ahora, la misma acepción que «fallacy» en inglés, en la medida en que parece que en francés sólo preocupan los fallos de razonamiento, mientras que, en inglés, simples palabras pueden ser consideradas «fallacies».

Nosotros nos preguntaremos, cotejando los dos tratamientos de las falacias, si la reorganización lógica a la que Stuart Mill somete la exposición benthamiana, mediante una reflexión fundamental sobre la inducción, permitió mejorar el conocimiento en el ámbito de la ideología política; y si el cambio de referentes que los estudios utilitaristas sufren con Stuart Mill no les hacen perder los aspectos materialistas que había adquirido con los trabajos de Bentham**. El tratamiento «inductivista» Page 21de las falacias hizo ganar al utilitarismo una incontestable claridad de exposición, pero ¿no se habrá revelado esta claridad como una luz engañosa?

Más allá del utilitarismo, la comparación de dos filosofías en el ámbito de las falacias permite determinar si la teoría de las ficciones, tal como Bentham la utiliza, y aun cuando quedara desdibujada en las múltiples presentaciones que hacen de ella un fragmento de la Ontologie, la Chrestomathia, la Deontology y otros textos, no es muy superior a la teoría de la inducción, ya que es necesario reflexionar acerca de lo que Stuart llamará, en el vocabulario de Hume, explícitamente rechazado por Bentham, una «ciencia de la naturaleza humana».

I

Para comprender el trabajo que Stuart Mill emprende sobre las falacias, hay que partir del que Bentham ya había realiPage 2zado acerca del mismo asunto, inscribiéndolo dentro de lo que en el siglo siguiente se dio en llamar, con C. K. Ogden, una teoría de las ficciones8. Si reunimos textos concordantes de Ben tham, se puede en efecto reconstruir el equivalente a una teoría, cuyas líneas generales vamos a recordar.

  1. Esta teoría de las ficciones estaba destinada a acabar con el gran desorden que la crítica escéptica había introducido en el dominio teórico y en su articulación con el terreno práctico. Hume había hecho regresar, bajo la rúbrica de las ficciones, un gran número de nociones extremadamente dispares, ya que iban de la identidad personal a la creencia de que los objetos continuaban existiendo aunque ya no se vieran; del estatuto de la existencia del espacio y del tiempo, a los cuales se otorgaba una independencia con relación a los objetos que pare- cen contener, hasta el contrato social, considerado como fundamento de la política. Además, una noción rechazada en el plano teórico podía muy bien recuperar el crédito en el plano práctico; así, la identidad personal, denunciada como una ficción en el plano ontológico, conservaba sin embargo un cierto valor en el plano práctico, donde el derecho de propiedad privada, garantizado por las leyes y el gobierno, implicaba, necesariamente, una referencia personal que debía ser clara y sin ambigüedades. Era, pues, tiempo de volver a poner orden y de tratar las ficciones en su especificidad.

  2. Los autores del pasado, fueran juristas9, lógicos, filósofos de la política, de las matemáticas o de la física,Page 23nunca habían confundido las ficciones con errores o con sofismas10. Ciertamente, la ficción no reenvía inmediatamente a ninguna realidad empírica o ideal, aunque parece hacerlo a causa de la función de trascendencia que lleva al lenguaje a dar existencia a lo que él significa y a ponerlo en situación de representar un objeto. La ficción interpreta fundamentalmente un papel de mediación; es, eminentemente, un ser del lenguaje que hace posibles los juicios y las demostraciones, a condición de que sepa eclipsarse en el momento de las conclusiones.

    Sobre este último punto, Bentham no innova y usa la ficción de manera coincidente a como se encuentra en Hume, pero también, antes que él, en Leibniz y en Descartes. Se pueden introducir nociones que se saben falsas para producir efectos de verdad; lo mismo que el jurista puede, para producir justicia, introducir nociones o situaciones perfectamente imaginarias, siempre que las considere como tales y no les otorgue valor de realidad.

  3. Pero una cosa es abandonarse a los diversos usos de la herramienta de las ficciones y otra es hacer un repertorio de ellas. Bentham intentó clasificarlas mediante la observación del funcionamiento del lenguaje y la utilización — muy particularmente pero no exclusivamente— de los métodos del cálculo de probabilidades y de flujos —cuya crítica, por otra parte, la teoría de las ficciones permitía.

    Así, distingue entre entidades reales y entidades ficticias, y, dentro de las entidades ficticias, entre entidades de primer orden, de segundo orden, y así hasta de n orden, según sea necesario, para darles sentido, tener en cuenta un número más o menos grande de grados de Page 24alejamiento y complicación, con relación a las entidades reales.

    Bentham toma de buen grado el ejemplo del movimiento para ilustrar su propósito. Si se puede ver y decir que «las cosas se mueven» utilizando sólo entidades reales, también se puede transformar en sustantivo al verbo, que parece adherirse a la experiencia, y hablar, de manera más irreal o más ficticia, del «movimiento de las cosas»; y se puede, a continuación, calificar ese movimiento de regular o irregular y transformar de nuevo estos calificativos en otras tantas ficciones de grados más elevados, con un rigor comparable al que, en el análisis, permite distinguir las derivadas primeras de las derivadas segundas, etc., hasta que el matemático conozca la manera en que una curva crece o decrece. Leibniz había concebido muy bien esta manera «ficticia» de hablar11, aunque no la había sistematizado.

  4. Se devuelve a este sistema toda su complejidad relati- vista cuando se insiste en el carácter fundamentalmente lingüístico de la teoría benthamiana de las ficciones, aunque lo que ocurre con Bentham es que presenta el lenguaje como algo que se hace posible por...

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