La Vieja y la Joven Guardias: la Autoridad Palestina y el proceso de paz en la encrucijada.

AuthorShikaki, Khalil

El trabajo, que analiza la estructura de poder de la Autoridad Palestina (AP), revela la existencia de un profunda contradicción entre los líderes palestinos formados en la lucha exterior y los más jóvenes, llevados a desempeñar tareas de conducción y gestión al interior del territorio. Dentro de esta contradicción, la primera intifada aparece como elemento catalizador que consolidó dos dinámicas significativas en la política y la sociedad palestinas.

A través de las cifras que ofrece el autor, se puede percibir claramente la delicada correlación de fuerzas entre las que denomina Vieja y Joven Guardias, y entre ambas y los elementos más militantes del islamismo y el nacionalismo exterior a la AP. Al pasar revista a las distintas posibilidades de arreglo, se privilegia el análisis de la retirada unilateral de Israel de los territorios ocupados. En todo caso, el único mensaje claro que se desprende de la profunda insatisfacción de la opinión pública palestina respecto de la AP e incluso de Arafat, es que hay que reformarse o desaparecer.

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¿Podría ser que, desde septiembre de 2000, Yasser Arafat y la Autoridad Palestina (AP) hayan instrumentado y conducido la intifada de manera de debilitar y humillar a Israel, obligándolo a aceptar exigencias desproporcionadas de solución política? Como consecuencia de ello, ¿han aumentado la legitimidad y la autoridad suya y de la AP frente a la opinión pública palestina? O, por el contrario, ¿fue la intifada una reacción callejera espontánea de palestinos encolerizados, pero desarticulados, ante la provocadora visita de Ariel Sharon a al Sharam al Sharif, los mismos palestinos que, adicionalmente, se sentían desengañados y decepcionados porque, tras varios años de proceso de paz, no se ha logrado poner fin a treinta y tres años de ocupación militar israelí?

Mientras la mayoría de los israelíes y, en especial, los miembros de la comunidad de la inteligencia, invocan la primera tesis y explican todo lo que sucede en la intifada en función de ella, la AP y los palestinos se inclinan por la segunda.

El presente artículo ofrece una tercera tesis: sostiene que la intifada ha sido claramente una reacción articulada y organizada de la Joven Guardia del movimiento nacional palestino, no tan sólo a la visita de Sharon a al Sharam al Sharif y al hecho de que el proceso de paz no haya logrado poner fin a la ocupación israelí, sino también a que la Vieja Guardia de la OLP no ha sido capaz de dirigir el proceso de independencia, construcción del Estado y gobernabilidad palestinos. Mediante la intifada, y bajo la influencia de los métodos de Hizbullah, la Joven Guardia trató de obligar a Israel a retirarse unilateralmente de Cisjordania y la Franja de Gaza y, al mismo tiempo, de debilitar y terminar por desplazar a la Vieja Guardia. En especial, la Joven Guardia concibió el recurso a la acción armada como un medio de liberación nacional, a fin de lograr rápidamente ambos objetivos, no sólo pese a la superioridad del ejército israelí sino, también, pese a unas fuerzas armadas y servicios de seguridad de la AP mucho más fuertes.

A catorce meses de iniciada la intifada, la Joven Guardia está resuelta a hacerlo. Hasta ahora, ha logrado obligar a Israel a considerar seriamente la posibilidad de una separación unilateral, y debilitar considerablemente a la Vieja Guardia. Es más, ha logrado asumir el control de facto sobre la mayoría de las instituciones de la AP, infiltrar sus servicios de seguridad y obligar a Arafat a apaciguarla y obtener su aprobación ante el temor de perder su propia autoridad y tener que hacer frente a la posibilidad de una guerra civil palestina. No obstante que la forma en que evolucionen las relaciones israelo-palestinas influirá sobremanera en la dinámica interna, lo cierto es que lo único que puede darles a Israel y la AP una salida a su actual predicamento es la combinación de un proceso de paz realmente viable y un sincero compromiso de buen gobierno por parte de la AP.

LAS DOS DINÁMICAS DE LA INTIFADA

La intifada consolidó dos dinámicas muy significativas en la política y la sociedad palestinas. La primera se relaciona con la evolución al interior del movimiento nacional y, la segunda, con la rivalidad entre islamistas y nacionalistas. Las consecuencias de la primera, que entraña la división del movimiento entre la Vieja Guardia y la Joven Guardia, son inmediatas y de gran alcance y limitan apreciablemente la capacidad de los líderes de la AP para manejar las crisis actuales y comprometerse en un proceso político viable con Israel. La segunda, que entraña una modificación del equilibrio interno del poder en favor de los islamistas por primera vez en siete años, tarda mucho más en hacerse sentir, pero una vez arraigada difícilmente podrá revertirse, ya que implica un cambio ideológico y social.

A la larga, la segunda dinámica constituye un serio reto a la capacidad del movimiento nacional de seguir conduciendo al pueblo palestino. El hecho de que ni el proceso de paz ni el de reconstrucción nacional hayan estado a la altura de las expectativas de la mayoría o la totalidad de los palestinos, ha preparado la escena para estos acontecimientos. El presente trabajo trata de las ramificaciones de la primera dinámica para la AP y el proceso de paz.

PROCESOS FALLIDOS, PUEBLO AIRADO

Los datos de esta sección se basan en más de 75 encuestas realizadas por el autor entre 1993 y 2001 en Cisjordania y la Franja de Gaza, incluido Jerusalem oriental árabe. El tamaño de cada muestra fluctuó entre 1300 y 2000 entrevistas personales (1). La firma del Acuerdo de Oslo, en septiembre de 1993, concitó el inmediato apoyo de dos tercios de la opinión pública palestina. Los palestinos cifraron en él grandes esperanzas; se suponía que diera lugar a tres procesos: el fin de la ocupación, la adopción de un sistema político abierto, democrático y de una autoridad nacional y el rápido mejoramiento de la situación económica y de las condiciones de vida. Pero la bonanza del proceso de paz no duró mucho. Alcanzó su punto máximo entre 1995-1996, tras un desalentador 1994. En 1996, su respaldo llegó a un 80%, mientras que el apoyo al uso de la violencia contra blancos israelíes se redujo a 20%. En vísperas de las elecciones generales de enero de 1996, el apoyo a Al Fatah, principal movimiento nacional, alcanzó el nivel sin precedentes de 55%, y la popularidad de Arafat se disparó a 65%. A comienzos de ese año, los grupos de oposición islamistas y nacionalistas redujeron su tamaño a 20%, en circunstancias de que dos años antes había sido de 40%.

El sistema político palestino creado tras las elecciones de enero de 1966, reunía los requisitos de legitimidad. Pese a los llamados a la abstención formulados por los grupos de oposición, un 75% de los electores con derecho a voto acudieron a las urnas. Arafat fue apoyado por más del 70%, mientras que un 22% votó en blanco y sólo un 8% por su rival, la señora Samiha Khalil. Al Fatah obtuvo un increíble 77% de los asientos del nuevo Consejo Legislativo Palestino (CLP).

Con la sola excepción de 1994, y pese a que la derecha ganó las elecciones israelíes de mediados de 1996, entre 1991 y 2001 el apoyo al Acuerdo de Oslo nunca bajó de 60%. Sin embargo, a raíz de la elección de Benjamín Netanyahu como primer ministro de Israel y debido a que siguieron construyéndose asentamientos judíos en Cisjordania y la Franja de Gaza, los palestinos comenzaron a perder la confianza en el proceso de paz. Aunque nunca estuvieron demasiado seguros de que el proceso pondría pronto fin al arreglo de autonomía limitada, llevando al reconocimiento permanente de su condición de Estado, las esperanzas de los palestinos cayeron de 44%, en la época de Shimon Peres, a 30% cuando asumió Netanyahu. Cuatro años después, cuando gobernaba Israel Ehud Barak y continuaba la expansión de los asentamientos judíos, las esperanzas de llegar a un acuerdo permanente se habían reducido a 24%. Cuando Ariel Sharon fue elegido primer ministro, una baja de 55% situó la cifra en un mero 11%.

La pérdida de la confianza en que el proceso de paz llevaría a un acuerdo permanente repercutió de manera dramática en el apoyo prestado por el pueblo palestino a la violencia contra los israelíes. En julio de 2000, inmediatamente después de la cumbre de Camp David, pero en vísperas de la segunda intifada, este apoyo se había elevado a 52%. Un año después, a diez meses de iniciada la intifada, alcanzó el nivel sin precedentes de 86%.

Otros damnificados han sido la popularidad de Arafat y el apoyo a Al Fatah. En julio de 2000, a su regreso de Camp David, la popularidad de Arafat, que ha mermado sostenidamente desde 1996, se desplomó a un 47%. Diez meses después del comienzo de la segunda intifada, tuvo su peor caída en ocho años, perdiendo 30% en un solo año, para situarse en 33%. Por su parte, en julio de 2000 el apoyo a Al Fatah bajó a 37%, lo que representa una caída de 33% en cuatro años. Un año después, perdió un 22% adicional, con lo que su apoyo se redujo al 29%. Curiosamente, el apoyo a los islamistas no aumentó mucho entre 1996, cuando llegaba a 15%, y 2000, en que fue de 17%. Los que abandonaron a los nacionalistas no adhirieron a los islamistas sino que optaron por no abanderizarse. La intifada cambió la situación: en julio de 2001, el apoyo a los islamistas ha aumentado un 60%, llegando a 27%. Por primera vez desde 1995, la intifada trajo consigo un cambio importante en el equilibrio interno del poder, ya que un número cada vez mayor de personas abandonó las filas nacionalistas para adherir a las islamistas. De hecho, en julio de 2001 y por primera vez, el apoyo a los grupos de oposición nacionalista e islamista, que en su conjunto llegaba a 31%, superó el apoyo al movimiento principal Al Fatah y sus aliados, que era de 30% (2).

La merma del apoyo a Arafat obedece a otros factores además del colapso del proceso de paz y del deterioro de la situación económica y de las condiciones de...

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