Antonio Truyol y Serra (1913-2003)

AuthorRoberto Mesa
PositionCatedrático de Relaciones Internacionales Universidad Complutense de Madrid
Pages661-663

Don Antonio

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Hace años, trabajando con sus recuerdos, Rafael Alberti escribió un libro de prosas bellísimas, como todas las suyas, titulado Imagen primera de... Opinan los entendidos que la visión inicial y temprana es la que vale, la que permanece para siempre en los recovecos de la memoria.

Del Profesor Truyol Serra ya se han evocado, y las evocaciones continuarán, sus excelencias académicas e intelectuales en campos muy diversos del conocimiento. Yo, sin embargo, quiero detenerme en su primera imagen, en la mía; la del día en que nos conocimos. Sólo utilizaré las armas del afecto y no las del intelecto.

Atardecía en el otoño madrileño del año 1964. Yo bajaba desde la avenida del Valle, desde el César Carlos donde entonces vivía, y por la calle Isaac Peral, hacia Reyes Católicos. A mi derecha quedaba la Ciudad Universitaria; un paisaje para mí inhóspito, y en el que, salvo mi maestro, don Mariano Aguilar, sólo tenía un amigo, sevillano como yo, y de nombre compuesto.

En el siempre concurrido bar del Instituto de Cultura Hispánica, repleto de becarios latinoamericanos, de camisas viejas y de algún que otro liberal camuflado, me había citado don Antonio Truyol. Allí tenía su sede el Instituto de Estudios Europeos, un invento de dos jóvenes diplomáticos vascos y liberales, Marcelino Oreja y Antonio Oyarzábal, que acogía a estudiantes norteamericanos de la Universidad de Chicago. Don Antonio Truyol era el Director de este Instituto que, durante años, fue refugio de pecadores y asilo para caminantes.

Don Antonio y yo llegamos a la cita al mismo tiempo. El Profesor Truyol, al que no conocía, estaba, en el inicio de sus cincuenta años, en la plenitud de su madurez intelectual y física. Vestía, como casi siempre, un terno gris oscuro y se tocaba con una mascota del mismo color. Su cara era inteligente y aniñada, con un toque de una discreta timidez.

Yo conocía su obra escrita y había intentado en vano que formase parte del Tribunal que juzgase mi discutida Tesis Doctoral. La estulticia de un colega de escalafón hizo fracasar mi propósito y demorar nuestro primer encuentro. Ahora, aquella tarde Page 662del mes de octubre de 1964, lo tenía ante mí y le fui desgranando, uno tras otro, mis proyectos y mis sueños. Don Antonio me escuchaba pacientemente, mientras se deleitaba empapando los trozos de un ´suizoª en su café con leche. Lógicamente, los gastos de aquella primera merienda corrieron de mi cuenta. Aquella tarde, don Antonio, como...

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