America Latina y Estados Unidos de cara al 2020.

AuthorBitar, Sergio
PositionOpinión

La velocidad sin precedentes de los cambios globales y su continua aceleración exigen una mayor responsabilidad a los países latinoamericanos: pensar a largo plazo, atisbar y prever las transformaciones para gobernar mejor.

En todos los campos -económico, social, tecnológico, político, militar, climático, migratorio- las transformaciones irán incidiendo crecientemente en el bienestar de los países. Quien se anticipe, quien diseñe estrategias de largo alcance, podrá lograr mejores frutos. Esta afirmación también vale para la política internacional y, en particular, para las futuras relaciones con Estados Unidos.

La visita del presidente Obama a Brasil, Chile y El Salvador en 2011 generó reacciones favorables y adversas que no captan bien, a mi juicio, la magnitud de los cambios en curso que moldearán el futuro. Tampoco infieren correctamente el tipo de relaciones entre Estados Unidos y América Latina que podrán surgir en esta década (2011-2020).

En estas líneas haré algunas reflexiones sobre cuatro aspectos: la nueva realidad global en que se verificarán estas relaciones, qué nuevo enfoque podría emerger en Estados Unidos, los caminos posibles para América Latina, y las áreas de colaboración potencial entre ambas partes.

  1. LA NUEVA REALIDAD GLOBAL

Es evidente que Estados Unidos ha enfrentado en la última década la necesidad de adecuarse a una disminución de su poder relativo. Su influencia futura estará también sujeta a mayores restricciones económicas. América Latina, de su parte, emergió fortalecida de una década caracterizada por una buena gestión, salvo pocas excepciones, y avizora un nuevo decenio en circunstancias favorables para su desarrollo.

En los discursos pronunciados en los tres países visitados, el presidente norteamericano expresó una visión concordante con la existencia de un nuevo mundo multipolar. Al igual que en sus intervenciones en Egipto e India y lo expresado en la Cumbre de las Américas realizada en 2009 en Trinidad-Tobago, su concepto principal ha sido proponer nuevas alianzas para la gobernabilidad global y, a partir de ese concepto, nuevas asociaciones entre países. Aunque parezca exagerado, en su discurso de Santiago a todos los países de la región utilizó 24 veces las palabras partner o partnership y repitió la frase pronunciada en Trinidad: >

Con esta visión se desmarcó del presidente Bush, quien si bien utilizó una terminología similar, implementó una política marcadamente unilateral y militar basada en el supuesto de un poder hegemónico ajeno a la realidad actual. Los datos de esta nueva realidad son elocuentes. Estados Unidos ha acumulado una deuda sin precedentes que limitará su rango de actividad internacional por muchos años y, en particular, en la década que se inicia. La crisis financiera sacudió profundamente la economía de Estados Unidos y el sistema financiero internacional, introduciendo incertidumbre en las habilidades de ese país para regular adecuadamente su sistema bancario y financiero. El poder militar está sobreexpuesto entres frentes simultáneos, y a ello se agrega el desconcierto sobre cómo hacer frente a la expansión china.

En este nuevo contexto, la administración norteamericana parece esbozar una nueva visión, constatando que Estados Unidos seguirá siendo la primera potencia, pero con un poder relativo menor. Supone que el mero poder militar no basta como fuerza ordenadora ni para difundir sus valores e intereses estratégicos. En cambio, reafirma que la base de un poder renovado está en el fortalecimiento de una economía competitiva, única fuente que proporcionaría verdadera sustentabilidad a su influencia global.

De prevalecer tal concepción, obligaría a reorientar con austeridad los recursos hacia su economía interna y a buscar alianzas para influir. Así se colige de la exposición del presidente de Estados Unidos en su cuenta anual ante el Congreso de su país en enero de 2011.

Por otro lado, las economías emergentes continúan alterando aceleradamente los equilibrios de poder económico. Según las proyecciones del economista índio A. Virmani (expuestas en febrero 2011 en el Carnegie Endowment de Washington), el tamaño de la economía china (medido como ingreso per cápita corregido por paridad de poder de compra, multiplicado por población) superaría a la de Estados Unidos antes de 2020, en tanto India y Brasil superarían respectivamente a Japón y Francia antes de 2015 y Rusia a Alemania poco después de 2020.

China prosigue creciendo a un ritmo que no da señales de menguar. Su tasa de ahorro se sitúa sobre el 40%, la más alta del mundo. Su consumo en los últimos años representa menos del 40% del PIB, mientras el de Europa se eleva al 60% y el de Estados Unidos supera el 70%. Su mercado interno posee un tremendo potencial de crecimiento, sustentado en la rápida expansión de la clase media. El mercado interno y la inversión pública le permiten a China escapar a las oscilaciones de la demanda externa y mantener sus tasas de expansión. Esa clase media generará una gran demanda que requerirá a su vez de materias primas y alimentos, así como de nuevos bienes y servicios. La china es una economía competitiva y ágil. En esta década, sólo cabría atisbar una disminución de su ritmo de crecimiento si la presión interna por una apertura política y mayores espacios de libertad y participación desbordara al gobernante Partido Comunista.

India sigue a un buen ritmo y sumará potencia en esa misma dirección. En este cuadro, es plausible que en los próximos años América Latina continúe inclinándose hacia el Asia, pues el porcentaje de la nueva demanda global que representará será mayor que el de las economías avanzadas, y además aportará nuevos mercados para exportar y nuevas inversiones hacia América Latina.

Los dos grandes ya mencionados, China e India, junto a países como Brasil, Rusia, Indonesia y Turquía, irán creciendo más rápido que las naciones desarrolladas y por ende captando una mayor proporción del producto mundial, al menos en el próximo lustro.

Se configura entonces un mundo multipolar, interconectado e interdependiente como nunca antes. En él, Estados Unidos será el mayor accionista, aunque minoritario, y su influencia deberá acomodarse a esta realidad. (1) De su parte, América Latina se asoma a una ventana de oportunidad que debe aprovechar. América Latina posee circunstancias propicias para intentar un nuevo salto y realizar reformas sustantivas en la década que se inicia. En este cuadro, Estados Unidos no podrá subestimar la ponderación de una región de más de 500 millones de habitantes y que en 2020 rondará los 600.

Sin desconocer la variedad y especificidad de cada nación latinoamericana, la democracia se ha extendido y continuará profundizándose a fin de superar sus limitaciones. El progreso logrado se realza ante los cambios que acontecen en el...

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