Prefacio

AuthorMiguel Angel Michinel Álvarez
Pages13-16

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“La nuestra es la época del desencanto ante la posmodernidad misma”.

(Gilles Lipovetsky)

[I] En 1817, Henri-Marie Beyle, más conocido como Stendhal, visitó la Basílica fiorentina de la Santa Croce y, poco después, en su libro Nápoles y Florencia: un viaje de Milán a Reggio, escribió lo siguiente: “había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”. Pero no será hasta 1990 cuando, tras observar y describir más de cien casos similares, la psiquiatra italiana Graziella Magherini escriba el libro titulado El síndrome de Stendhal, donde analizaba un trastorno asociado a la exposición de los individuos a la proliferación de la belleza. En la actualidad, indudablemente, este fenómeno de exposición a la proliferación –aunque no sólo y no tanto de la belleza– se ha generalizado; pero, paradójicamente, tal exceso de información provoca un menor significado, creciendo la posibilidad de crear algo difuso, una falta de estética o, como se ha dicho, una “an-estética”. De este modo, asistimos a una an-estética también en el ámbito del Derecho, que deriva de la proliferación de información a todos los niveles (legislativo, jurisprudencial, doctrinal); y a la cual –de nuevo, paradójicamente– contribuye la propia publicación de este libro. Tal colapso informativo provocará hoy día un “síndrome de Stendhal jurídico” a quien pretenda aproximarse en un tono general a cualquier sector del Derecho. Incluso en un entorno aparentemente más específico, como es el Derecho internacional privado, se ha pasado ya de la especialización a la “hiperespecialización”. De ahí que, ante la perspectiva de documentarme para la escritura de este libro, haya sentido que “la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”, por citar al propio Stendhal. Y todo ello causado no

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tanto por un sentimiento estético sino, más bien, “anestético” (diríase aún más: “anestésico”), ante la necesidad de enfrentarse a la proliferación de fuentes de todo tipo (jurídicas y extrajurídicas). Por consiguiente, cabe avanzar que, para poder planificar racionalmente esta obra, desde el inicio y conscientemente se renunció –amén de a los experimentos con animales y a la utilización de buques oceanográficos, que con tan pinturero afán se mencionan en ciertos formularios de proyectos de...

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