Juicio Estético y Juicio Político según Hannah Arendt

AuthorPaul Ricoeur
Pages131-148

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El objetivo de este ensayo es poner a prueba la tesis de Hannah Arendt expuesta en el tercer volumen (lamentablemente inconcluso y póstumo) de su tríada Thinking, Willing, Judging,1 tesis según la cual sería posible extraer del corpus kantiano, situado bajo el título convencional de filosofía de la historia, una teoría del juicio político que satisfaría los criterios aplicados al juicio estético en la tercera Crítica, la Crítica de la facultad de juzgar.

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El Juicio Estético: Kant

Antes de abordar las hipótesis de Hannah Arendt, quizá convenga hacer una rápida evocación de los análisis que Kant consagra al juicio reflexivo, cuyo juicio estético es una de sus dos expresiones, acentuando su capacidad de ser extrapoladas más allá del campo cubierto por la tercera Crítica. Si no voy directamente al análisis del juicio estético y me demoro en el concepto general de juicio reflexivo, es con la finalidad de dejar margen para una interpretación alternativa de la filosofía política de Kant, que permanecería situada bajo la égida del juicio reflexivo pero no exclusivamente en su uso estético. Partiré pues de la conjunción, bajo el concepto general de juicio reflexivo, del juicio estético y del juicio teleológico.

Digamos ante todo que esta conjunción exigía una revisión profunda de la concepción misma de juicio. Toda la tradición filosófica hasta Kant reposaba sobre la definición lógica del juicio como acto predicativo (dar un predicado a un sujeto). La inversión fundamental que se opera después de Kant consiste en sustituir la idea de atribución (o predicación) por la idea de subordinación, es decir de un acto por el cual un caso es "puesto bajo" una regla. La gran novedad de la tercera Crítica respecto de la primera es que admite un desdoblamiento de la idea de subordinación: en la primera Crítica, ésta procede de abajo arriba, por así decirlo, de la regla hacia el hecho de la experiencia; es el juicio determinante, así llamado porque, en la aplicación de la regla a un caso, el juicio confiere a la experiencia un valor de verdad consistente en la objetividad (sin referencia a la idea de adecuación a la cosa en sí = X). La Crítica de la facultad de juzgar se sitúa en la hipótesis de un funcionamiento inverso de la subordinación: para un caso dado "buscamos" la regla apropiada bajo la cual situar la experiencia singular; el juicio es "solamente" reflexivo, porque el sujeto trascendental no determina ninguna objetividad universalmente válida, sino que sólo tiene en cuenta los procedimientos que sigue la mente en la operación de subordinación, procediendo en cierto modo de abajo para arriba.2

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Conviene tener en cuenta esta amplitud de la noción de juicio reflexivo para la continuación de la discusión. No obstante, no podemos silenciar la prioridad que Kant mismo otorga al juicio estético en relación con el juicio teleológico. Esta prioridad deriva de que el orden natural pensado bajo la idea de finalidad tiene una dimensión estética en virtud de su relación con el sujeto y no con el objeto. El orden nos toca en aquello que nos agrada. Asimismo, el juicio estético es reivindicado por el juicio teleológico como el primer componente del juicio reflexivo, por ende de la reflexión pura. En la sección VII de la introducción, Kant puede escribir:

El objeto es pues llamado bello y el poder de juzgar a partir de tal placer (y en consecuencia de manera universalmente válida) se denomina gusto.

No se puede decir lo mismo del orden mecánico: éste no agrada, pues no responde a ninguna expectativa (Absicht) que se pueda engañar o tergiversar. Parece lícito, pues, situar el juicio del gusto a la cabeza de una investigación que parece primero destinada a agotarse en una reflexión sobre la finalidad natural de los organismos vivientes. La frágil unidad de las dos partes de la tercera Crítica reposa sobre esta posibilidad de desplazar el acento hacia el placer del orden, o bien hacia su estructura teleológica. La estética trascendental, librada a sí misma, correría el riesgo de caer en el psicologismo; la teleología trascendental, en el naturalismo. Lo que garantiza cierta primacía del juicio del gusto en relación con el juicio teleológico es el parentesco más inmediatamente reconocible entre lo bello y nuestra expectativa de un placer puro.

Dicho esto, retendremos dos rasgos del juicio del gusto: primero, el hecho de que el gusto sea un juicio; luego, que su comunicabilidad asegure su universalidad. Estos dos rasgos constituyen los dos ejes principales de la "analítica de lo bello" (que luego será completada por una "analítica de lo sublime").

  1. Primero es asombroso que un sentido más íntimo que la vista o el oído, a saber el gusto (Geschmack), sea el soporte de un juicio. Siguiendo a Gracián, Kant subraya ante todo su carácter inPage 134mediatamente discriminatorio (su capacidad para distinguir lo bello de lo feo), a continuación su apego a lo particular, y por último su capacidad para la reflexión. ¿Pero sobre qué reflexiona el gusto? Sobre el libre juego de las facultades representativas, esencialmente la imaginación (y su carácter espontáneo) y el entendimiento (en cuanto función de orden). El placer estético que resulta de la reflexión sobre este juego es placer puro. Es placer puro porque el juicio del gusto no nos hace conocer nada del objeto, ni en sí, ni como fenómeno de conocimiento. Por lo demás, el placer puro escapa asimismo a la censura de la moral, dado que su apego al juego de la imaginación y del entendimiento asegura su carácter desinteresado. El carácter reflexivo de este juicio reposa en el hecho de que no se hace sobre una propiedad de la cosa bella sino sobre el estado del libre juego de las facultades representativas. Para subrayar la extrañeza de este momento "cualitativo", Kant arriesga dos paradojas que han intrigado a todos los intérpretes. Primero, la paradoja de algo que place sin concepto, es decir sin intención objetivadora y sin pretensión de verdad. Esta paradoja se explica por la oposición entre intención objetivadora, por ende conceptualizadora, e intención reflexiva aplicada al juego de la imaginación y del entendimiento. Esta primera paradoja se presta a la suerte de transposición fuera del campo estético que intenta Hannah Arendt. Retengamos pues esta idea de un libre juego cuyos dos polos son el entendimiento, es decir una función de ordenamiento, y la imaginación, es decir una función de invención, de creatividad, de fantasía.

    La segunda paradoja por la cual Kant subraya la extrañeza del placer incluido en el juicio del gusto es la idea de una finalidad sin fin, enunciada en el título del "tercer momento" de la analítica de lo bello (S X). Finalidad significa aquí. una composición interna tal que las partes se adecuen entre sí y con el todo; es la finalidad que encontramos en la organización de los seres animados y sobre la cual trata la segunda parte de la Crítica de la facultad de juzgar. Pero es una "finalidad sin fin", en el sentido de que no es querida y proyectada, como ocurre en la relación entre medios y fin en las técnicas constitutivas de la praxis humana. Una flor bella presenta esta composición armoniosa sin remitir a una actividad intencional.

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  2. Es pues inesperado que el juicio del gusto pretenda universalidad. ¿Acaso no se presta a discusiones interminables? Solución: el gusto se presta a una originalísima forma de universalidad, a saber la comunicabilidad. El gusto es un sentido compartido. Lo compartido es la reflexión sobre el libre juego de las facultades representativas. El gusto es pues universalizable de un modo en que lo son las representaciones objetivas o las exhortaciones prácticas del libre albedrío. La ecuación entre universalidad y comunicabilidad carece así de precedentes en las otras dos críticas. Es preciso comprender el alcance paradojal de dicha comunicabilidad: es una verdadera paradoja, en el sentido de que nada parece más incomunicable que un placer puro. Pero en la medida en que el placer nace de la contemplación de la finalidad íntima, es decir de las relaciones de conveniencia instituidas por el libre juego de las facultades, este placer puede ser compartido, e idealmente por todos. Estimar una cosa bella es admitir que esta cosa "debe contener un principio de satisfacción para todos" (título del § 6: "Lo bello es aquello que está representado sin concepto como objeto de una satisfacción universal"). Desprender la universalidad de la objetividad, asociarla con aquello que place sin concepto y que presenta la forma de la finalidad sin deber ser...

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